Una vez más la intolerancia y la irracionalidad le tiró una mancha gratuita al fútbol de la ciudad y desde esas disvaliosas conductas se lanzaron dardos a los trabajadores de prensa, a los que se responsabiliza –siempre- por los resultados que en el campo de juego un equipo no es capaz de alcanzar. Esta vez, el ataque tuvo como centro a los periodistas Claudio Ledo y Marcelo Ortiz, relator y locutor comercial, respectivamente, de las transmisiones de fútbol que habitualmente se realizan por la emisora LV 16 Radio Río Cuarto. Amparados en la oscuridad de la noche y confiados en que sus víctimas no conozcan con exactitud sus identidades, un grupo de entre 5 y 6 “barras bravas” de la falange conocida como “Los Leones del Imperio” volvieron a dejar su marca registrada de violencia. En rigor, es la marca que históricamente caracterizó a este grupo durante décadas, siendo la vergüenza no sólo del club de la Avenida España, sino de la ciudad en general, en diferentes puntos de la región, la provincia o el país. Se trata, en todo caso, de una nueva generación de violentos que no encuentran otro modo de expresarse que no sea con la agresión. Sus ataques parecen no tener límites y tampoco hacen diferencias entre sus objetivos. Así, tienen en la mira a dirigentes, jugadores, técnicos y por supuesto, la prensa. Las banderas que enarbolan –hoy los llaman “trapos”- merecen el total repudio del mundo del deporte –en particular- y de la sociedad –en general-, pues tienen como único fin producir daño por el daño mismo. No es nuevo que desde estos grupos, que lejos de desaparecer definitivamente se reproducen peligrosamente, se responsabilice a los periodistas por los resultados adversos que los equipos a los que ellos dicen “amar”, cosechan. Su pensamiento radicalizado es terminante: el resultado lo pone la prensa y no las circunstancias de 90 minutos de juego o alguna situación azaroza, propia del deporte. Es así que escudándose en una suerte de “anonimato” –que en realidad no es tal, porque seguramente desde algún sector de la dirigencia y hasta de la policía, los conocen, saben quienes son, etc.- se muestran con total impunidad y transitan “libremente” por diferentes espacios del club. Asisten a “observar” entrenamientos y son miembros de lo que podría describirse como “núcleo duro” de la hinchada del club de la Avenida España. Tienen la “libertad” de hacer o de no hacer según su libre albedrío. No trepidan en recurrir desde los cánticos hostiles en la tribuna, pasando por las amenazas –veladas o explícitas- e incluso la agresión física, como fue el caso del viernes por la noche. Es un cáncer que fue ganando espacio en el golpeado cuerpo del fútbol argentino, reproduciéndose –incluso- hacia el interior del país. Su sola presencia genera zozobra, aún cuando nada hagan, despertando temor e inseguridad en los aficionados que van a las canchas con el sólo propósito de disfrutar –apasionadamente, pero hasta ahí- de un encuentro de fútbol. El viernes 8 de abril volvieron a golpear arteramente; por ahora fue en las humanidades de los periodistas agredidos. Este episodio tal vez sea el preludio de los días por venir y no sería descabellado que lo sucedido en los primeros minutos del sábado sea una muestra de lo que estos energúmenos son capaces de hacer si no se les pone rápida y firmemente límite a su modo violento de expresarse. *Periodista de Diario Puntal – Secretario Gremial del CISPREN Río Cuarto