Sin exagerar, el clásico entre Atenas y Estudiantes jugado en el colmado estadio 9 de Julio quedará en el archivo de los mejores duelos de la historia. Sí, esos que protagonizaban en otros tiempos el “gringo” Percello, Liborio Sosa, Eduado Flesia, Luis Carranza.
Esta vez los protagonistas fueron otros, los de ahora, esos mismos que le otorgaron clásico riocuartense el interesés de los grandes espectáculos que mueven masas.
A diferencia de las otras ediciones, el de ayer estuvo signado por la ambición de los dos equipos para ir en busca del triunfo. Esto ocurrió fundamentalmente en el primer tiempo, período en donde se vio lo mejor del fútbol de ambos. Sin miramientos defensivos, tanto Atenas como Estudiantes jugaron a no especular, el objetivo primordial siempre fue ir en busca del arco rival y con un trato de balón prolijo, hasta elegante. Esa ambición por parte de los dos hizo que la mitad de cancha fuese sólo un lugar de paso, sin barreras, sin ataduras. La predisposición ofensiva por parte de los protagonistas posibilitó la aparición de grandes espacios para maniobrar con más libertades de las que comúnmente se tiene en un partido clásico. En ese trámite abierto, se suscitaron llegadas sobre los arcos por doquier. Y muy claras muchas de ellas. Mancinelli y Bardín tuvieron muchísimo trabajo porque hubo más mano a mano que corner en un primer tiempo fantástico, que terminó a favor de Estudiantes porque acertó con Bottino cuando se jugaban 38’.
Por las características de juego, si ambos hubiesen sido contundentes, efectivos, ese primer tiempo debió terminar con un resultado abultado para cualquiera de los dos.
El complemento no tuvo, lógicamente, el ritmo del primer tiempo, pero siempre hubo respeto por el trato de balón pulcro cuando se procurara progresar en el campo de juego, aunque ya no se vio el fútbol lucido del primer período. En la medida que pasaron los minutos, Atenas, empujado por los cambios y el cambio de esquema táctico (pasó a defender con tres y puso tres delanteros en cancha), empezó a ser el dueño territorrial de las acciones, no así del partido. Pues le costaba generarle chances nítidas porque no tuvo tanta claridad, en cambio Estudiantes cada vez que pudo hilvanar una contra estuvo cerca de aumentar.
La gran virtud de Atenas fue que nunca dejó de creer en que podía. Y así llegó a la igualdad por intermedio de Nicolás Gatto. Un centro que cayó en el área “celeste”, la pelota quedó boyando, Damiani sacó un fortísimo remate que se iba desviado y el goleador estaba donde tenía que estar, puso la pierna, desvió la trayectoria del balón y batió al –hasta ese entonces- inexpugnable José Mancinelli: 1-1
Algarabía “alba” porque consiguió el empate después de tanto buscar, y desazón “celeste” porque estuvo a dos minutos de preservar un triunfo que parecía asegurado. Pero igual el hincha de Estudiantes despidió a su equipo con aplausos en reconocimiento al muy buen partido realizado en términos generales, y el de Atenas también coreó a sus jugadores porque nunca bajó los brazos.
El clásico de ayer no tuvo dueño, pero entregó desde lo futolístico algo que hacía mucho tiempo no se daba en este tipo de duelos: emociones varias, momentos de alto vuelo, pasión de los protagonistas, lapsos vibrantes y emoción en las colmadas tribunas. Por todo eso, gracias Atenas, gracias Estudiantes, nos regalaron -a los futboleros de alma- un clásico de antología, de esos que se repiten muy de vez en cuando.
Redacción Al Toque