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01-02-2012 16:07

Las apuestas, la pelota*

Por Ezequiel Fernández Moores

Al pato como deporte nacional se le suma la pelota vasca. En 1776 ya había un frontón de pala en la actual plaza San Martín. En tiempos de Juan Manuel de Rosas se construyeron la Cancha Vieja en Tacuarí al 500 y la Cancha Moreno en Moreno 211.

Años después, con la presencia del presidente Domingo Faustino Sarmiento se inauguró el Laurak-Bat, fundado en protesta a una ley en España que terminaba con los fueros vascos e imponía la unidad constitucional con la monarquía española. Laurak-Bat significa “Las cuatro en una” y expresa la unidad de las cuatro provincias vascas sudpirenaicas (Álava, Guizpúzcoa, Navarra y Vizcaya). Nación con fines puramente políticos, pero el deporte ganó su lugar cuando en 1882 se construyó la Plaza Euskara: 16.900 metros cuadrados en la manzana limitada por la avenida Independencia y las calles La Rioja, Estados Unidos y Caridad (hoy General Urquiza). A la inauguración asistió el intendente Torcuato de Alvear. Dos pisos de palcos, canchas abiertas y cerradas, restaurante y jardines en donde se lucieron pelotaris de gran nivel, como el uruguayo Pedro Zabaleta, apodado “Paysandú”.

La pelota tuvo así su primer estadio de América del Sur con capacidad para 4.000 espectadores. El 19 de abril de 1885 Paysandú ganó un duelo memorable al vasco Indalecio Sarrasqueta (“Chiquito de Eibar”). Lo ovacionaron 8.000 espectadores, Sarmiento incluido.

Muchos desafiaban las normas y apostaban no sólo al partido, sino también al tanto. Paysandú ganó 10.000 pesos por el triunfo y, aunque el festejo finalmente no se hizo, una carroza lo esperaba para pasearlo por el centro de la ciudad.

Las apuestas iban y venían y los jugadores de pelota, como muchas empresas que abrían y cerraban, generaban la esperanza de ganar mucho dinero en poco tiempo. “La ciudad se había convertido en una timba” y así lo reflejaban los movimientos de la Bolsa de Comercio, según recuerdan los historiadores españoles Luis Bombín y Rodolfo Bozas Urrutia.

Laurak-Bat  tuvo que alquilar la Plaza Euskara a un concesionario, prohibiendo las apuestas con una cláusula. Como no se cumplió, decidió vender el predio. La Plaza duró veinte años. Hoy sus terrenos albergan al Hospital Francés.

Los vascos que vivían en el interior del país también construyeron frontones. A diferencia de la Capital Federal, donde se practicaban pala, share y cesta, aquí se jugaba generalmente a guante y a mano. Los jugadores de mano eran admirados pero quedaban con sus manos tumefactas. Se las hacían pisotear para deshincharlas. Llegaron a hacerse un tajo para drenara la sangre acumulada.

Si la pelota vasca hubiera sido reconocida como deporte olímpico, la Argentina tendría muchas más medallas. Aaron Sether y Jorge Utge ganaron la medalla ganaron la medalla de plata en México 1968 y Fernando Elortondo, Fernando Abadía, Ricardo Bizzozero, Eduardo Ross, Ramón Ross, Gerardo Romano y Juan Miró conquistaron el oro en Barcelona 1992. Pero se trató de competencias para exhibición.

Decenas de medallas ganadas en Mundiales confirman la fuerza de la Argentina en este deporte, “uno de los más practicados por todas las clases sociales en el siglo XIX”, escribió Gonzalo Anzola.

La Guerra Civil Española profundizó las pujas internas en la vida del Laurak-Bat. Había rendido homenaje a Leopoldo Lugones. Tenía de socio honorario al presidente Hipólito Yrigoyen, hijo de vascos franceses. Su gobierno lo intervino entre 1928 y 1929 debido a una suerte de anarquía a causa de las divisiones internas.

Numerosos socios abandonaron el club para “evitar meterse en temas políticos”. Otros dejaron de saludarse dentro de la propia sede. Decían que el club debía dedicarse sólo al deporte. En línea con directivas partidarias, el Laurak-Bat salió en defensa del gobierno republicano. Hubo campañas que alertaron sobre el “rojo separatismo vasco”. Llegaron a atribuir a los propios vascos el bombardeo a la población vasca de Guernica, de 1937, que mató a 1.200 personas. El club, achicado por la ampliación de la calle Belgrano, parecía desaparecer, pero tras la victoria franquista se convirtió en el “segundo” hogar de oleadas de exiliados vascos, republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas, que debieron resignarse a vivir en la Argentina durante casi medio siglo de franquismo. Jugaban al frontón. Discutieron, aún en 1975, cuando murió el dictador.

 

*Capitulo publicado en el libro “Breve historia del deporte argentino”.