El Pitón Osvaldo Ardiles recibía a su tío por tercera vez en Inglaterra. El familiar del futbolista quería saber el destino de su hijo, José Leónidas Ardiles, piloto de la aviación cordobesa, en la guerra de Malvinas. Fue en esa tercera ocasión que recibió una carta del piloto inglés Bertie Penfold, que le contaba de puño y letra que su Sea Harrier había derribado al Pucará del aviador argentino el 1º de mayo de 1982. Además, le daba un detalle, no había muerto por la explosión, sino de hipotermia en el Mar Argentino, luego de haber sido eyectado por su máquina. “El ’82 fue el peor año de mi vida”, cuenta Ardiles a Miradas al Sur desde Japón. “Si en Inglaterra decía que me gustaba un bife, me decían que era pro Argentina, si iba a Buenos Aires y decía que me gustaba jugar al golf, me decían que era inglés”. Los diarios argentinos lo castigaban porque no saltaba cuando –en la previa del Mundial ’82– se cantaba “el que no salta es un inglés”; en Inglaterra, The Sun constató que había hecho el Servicio Militar Obligatorio y dedujo que “podía ir a pelear a Malvinas por Argentina”.
Pelota y fusil. La dictadura tuvo tres picos de popularidad: tras el Mundial de 1978; después del Mundialito 1979, y durante la previa de España ’82. Que el fútbol esté presente en todas las fechas no es aleatorio.
La presencia del Mundial disputado en la Madre Patria en la previa de Malvinas, fue central para fogonear la guerra. Ahí estaba la revista Goles, que pedía un “Clásico en las Islas” a beneficio de las tropas con los capitanes de Boca y River en tapa; El Gráfico que cubría sus letras de la portada en celeste y blanco; el Gordo Muñoz que decía que los jugadores “disparaban misiles” y no nombraba a Inglaterra, sino que se refería a ella como el “equipo blanco”.
“Cuando nos llevaron a Campo de Mayo, la sensación no era que íbamos a la guerra, sino que íbamos al Mundial”, cuenta Omar de Felippe, ex jugador de Huracán y reciente entrenador de Olimpo. “Una vez en Malvinas, nos llegaban comentarios de que la gente quería anotarse para ir, pero ojo que esto no era un partido de fútbol, donde terminan los tiros, te duchabas y te ibas, ahí se estaba muriendo gente de verdad”.
Abrazo. Mientras César Luis Menotti, principal figura del fútbol en 1982, recibía a Leopoldo Galtieri con un cálido abrazo en la concentración de José C. Paz, la guerra recrudecía. “A nosotros nos mentían, nos decían que estaba todo bien”, recuerda Daniel Passarella. “Salimos de acá ganando la guerra, hicimos escala en San Pablo y la perdíamos”, agrega Jorge Valdano.
Argentina también perdía en la cancha. Mientras las tropas se rendían, la Selección en su debut no podía con Bélgica. Sin embargo, en su segundo partido goleó a Hungría. Los soldados ingleses que traían de vuelta a los argentinos en el Canberra, cuelgan papelitos con los resultados. Los festejos son tan efusivos que los británicos suponen que es una sublevación y toman sus armas. La Selección se va sin pena ni gloria del torneo y los sobrevivientes vuelven a sus hogares.
Passarella dice luego de veinte años: “Con la cabeza de hoy, no hubiera ido al Mundial ’82, cuando había familias que estaban perdiendo a sus hijos”. Es curioso que no piense lo mismo del Mundial ’78. Es curioso que a casi 30 años de recuperada la democracia nadie haya ensayado una autocrítica desde el fútbol de tanto contubernio con la dictadura.
* Periodista de Miradas al Sur (La nota fue publicada en http://sur.infonews.com)