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02-01-2013 14:23

Los juegos colonizados

No sólo había vida en nuestras tierras antes de 1492. Sino que la diversidad cultural era tan amplia como hoy olvidada. Los juegos y la actividad física también tuvo (y tiene) su lugar en el los pueblos originarios. Un repaso permite rescatar esas prácticas “deportivas” de los nativos y ver que aún algunas siguen diciendo “presente” en las culturas originarias.

 

Indios”, “indígenas”, “aborígenes”, “nativos”. Muchos son los términos que intentan englobar a los habitantes de la América pre colombina, como si una sola palabra alcanzara para aunar la diversidad existente en estas tierras. Es que desde la llegada de los españoles en 1492, la colonización fue territorial, pero sobre todo cultural: se buscó avanzar y destruir modos de vida, que incluían juegos y actividades deportivas que en muchos casos poseían un valor simbólico diferente a los que hoy tomamos del deporte “occidental”.

Así, según la cultura, el tiempo y la región, los juegos de los pueblos nativos variaban, algunos eran similares y otros guardaban y guardan una analogía con los practicados en Europa y con los jugados hoy en día. En un país en donde el 63% de la población tiene al menos un antepasado de pueblo originario, ¿qué juegos realizaban esos ancestros? Los juegos deportivos en estas tierras estuvieron vinculados no sólo al perfeccionamiento y a la complementariedad con las actividades de supervivencia de caza y de pesca, sino también con un valor simbólico de acciones comunitarias y, en algunos casos, con valor religioso.

 

La redonda

“El mucho tiempo que les quedaba (…) era ocuparse en ejercicios honestos, como jugar a cierto juego de pelota, donde harto sudaban, y en bailes y danzas y cantares, en los cuales recitaban todas sus historias y cosas pasadas”, escribió Bartolomé de las Casas. Él no fue el único cronista europeo que tomó los juegos físicos de los pueblos originarios como curiosidad, sobre todo ese esparcimiento con una pelota que rebotaba, producto del caucho de las plantaciones propias de Sudamérica. Pelota que lleva por, contigüidad, al fútbol. O, en estas tierras, a prácticas similares al deporte institucionalizado por los ingleses siglos más tarde. “Antes de 1492, existían al menos 10 formas distintas de jugar a la pelota “, comenta Eloy Altuve Mejía.

Así, los guaraníes jugaban con la pelota utilizando el empeine del pie. El antropólogo Magrassi (citado por Zavatarelli y Fernández Moores) menciona que los mocovíes (en la zona de la actual provincia de Santa Fe) disfrutaban de una actividad con la cabeza, en partidos de 200 jugadores con adornos en sus muñecas, frentes, cabezas y piernas, donde el balón de caucho era arrojado a mucha distancia y “la rebatía el equipo opuesto, también con la cabeza, y perdía el que la dejaba caer”. Pero estos juegos también incluía a las mujeres: lo practicaban las mapuches, tobas, pampas y ranqueles (por estos lares).

Además, con un sentido más sagrado, Mayas, Aztecas e Incas realizaban espectáculos masivos con sus símiles fútbol. Los “estadios” mayas sorprendieron a los invasores españoles por su arquitectura y dimensiones. En el campo de juego se resolvían conflictos políticos, militares y económicos.

Pero la pelota no era sólo fútbol. Los conquistadores españoles llamaron “chueca” a un juego americano de la misma manera que los ingleses denominaron “hockey” a un deporte parecido de la India. Pero en la actual argentina el nombre era distinto según la cultura para lo que era el principal juego deportivo. Fernández Moores los enumera: “Leremá para los mocovíes del litoral. Elemrak para los pilagás del noreste. Tol para tobas y matacos. Uiñi o palín entre los mapuches de la Patagonia”. Para estos últimos, el juego consistía en dos equipos de unos 50 participantes se ubicaban en un campo de unos 1600 metros de largo por unos 80 de ancho y se diputan una pelota de cuero recubierta de cuero de 3 a 5 centímetros de ancho con un bastón de madera que supera el metro de alto. El objetivo es enviar la bola a la línea final del terreno del equipo contrario. “Los jugadores, en la cancha, al rayo del sol, jugaban semidesnudos empujando aquella pelota entre gritos, empujones, carreras y quites”, describió Susana Dillon y agregó en un artículo dedicado al juego de los nativos: “Juzgaba y dirigía el juego el lonco con un silbato. A los costados del campo jugaban en canchas improvisadas mujeres y niños que de esa manera imitaban a los mayores. Todos querían ejercitarse porque así se sentían fuertes y ágiles en caso de guerra”. El encuentro podía durar días. Hernandarias, en 1602, prohibió el deporte ante ese entusiasmo de los “deportistas”, en tanto que algunos religiosos empezaron a perseguir a sus practicantes porque esa fuerza en el juego era ejercitada y utilizada en los enfrentamientos con los blancos.

Además, otra pelota, más chica y cubierta con plumas de gallinas o ñandú, hacían los guaycurúes, la cual no debía caer al suelo: al mejor estilo bádminton, sólo que las raquetas eran las manos cobrizas de los nativos.

Los mapuches jugaban al linao, un juego de hasta 60 participantes con un salto inicial similar al básquet pero con una esencia de rugby. También en la Patagonia se practicaba el Pillmantun, donde equipos de 8 a 10 jugadores en un campo circular buscaban, con una pelota del tamaño de la de handball, tocar al rival debajo de la pierna para eliminarlo.

 

Polideportivo

Además de juegos de pelota, los pueblos nativos realizaban otras actividades “deportivas”. Ligadas a la supervivencia, la caza y la pesca eran actividades diarias. Sin embargo, el lanzamiento de boleadoras y de lanzas también seguía más allá de la búsqueda del alimento. Los charrúas ubicaban una estaca a 30 metros para lanzar las boleadoras considerando ganador a quien más vueltas le haya dado al objetivo. También, por estas tierras, las luchas tanto grupales como individuales se asemejaron a la lucha greco-romana. Los selknam (también llamados onas) lo tomaban como una diversión y lo practicaban con el cuerpo desnudo y, en ocasiones de eventos formales, se pintaban de rojo. Los charrúas lo hacían para dirimir conflictos. Los pampas también lo realizaban. Los mocovíes tenían su boxeo al cual llamaban waranák.

Las carreras pedestres era otra difundida disciplina entre los diversos pueblos originarios de América. Los charrúas las realizaban por placer, recompensa o castigo. Los selknam las tenían como su ejercicio favorito y las había de velocidad y de resistencia; si bien no existían premios, la reputación obtenida era considerada.

Al igual que los moros en España, aquí a los conquistadores también los sorprendió el contacto de los nativos con el agua. La natación decía presente en los pueblos cercanos a mares o ríos caudalosos. En el noreste de la hoy Argentina, tanto los mbyá como los tobas aprovechaban la región mesopotámica. Mocovíes, mapuches y yamanás poseían contacto acuático. En la última cultura se destacaban las mujeres, aunque las heladas aguas sureñas no las dejaban estar mucho tiempo.

 

Fuera de juego

La llegada de los españoles significó la importación de su civilización europea a la “bárbara” América. Y su civilización era la de la Edad Media. “La Edad Media es la época de la gran renuncia al cuerpo. Desaparecen estadios, termas, teatros y circos que estaban asociadas al culto a la gimnasia y el deporte en la Antigüedad Grecorromana. Aterrado y repugnado frente al cuerpo, el cristianismo lo oculta, reprime y ‘civiliza’”, comenta Osvaldo Arsenio.  “A fines del siglo XVI en Europa y, muy especialmente en España, lo lúdico se centra en la caballería y en algunos otros pasatiempos y diversiones de la nobleza, existiendo también los llamados ‘’juegos de manos o juegos de villanos”, reservados a los pobladores de las aldeas. En cambio, en América, en la vida cotidiana aborigen el juego era una constante, siempre estaba presente. Las comunidades aborígenes tenían y tienen una extensa e intensa práctica lúdica”, compara Altuve Mejía.

El avance devastador tierras adentro implicaba la eliminación de todo rastro simbólico de los nativos. Entre ello, lo referido a los juegos: los mismos era la estrategia de unión e identificación entre las comunidades de los pueblos. Altuve Mejía agrega: “El juego como acción colectiva ocupaba un lugar central en la organización económica, social y cultural de las comunidades aborígenes autóctonas”. No fue fácil: era destruir una comunidad y a sus individuos, de quienes también los invasores se sorprendieron por su contextura física y características según la cultura. Carlos Del Frade comenta como a Tupac Amaru, en 1781 en Cuzco, Perú, “sentenciado a morir descuartizado por cuatro caballos” que tirarían de sus extremidades, hubo que cambiar de método y pasar al garrote debido a que “atado el cacique a las cinchas no se lo pudo destrozar”.

Asimismo, la invasión cultural no era sólo coercitiva. A medida que se iba consolidando y armando el aparato estatal, y con ello el sistema legal y educativo, los pueblos originarios fueron obviado y castigados por lo que comenzó a existir en la estructura nacional. Así, en el marco educativo como se ignoraba la enseñanza de las lenguas nativas, también se borró la existencia de lo lúdico local. “’Lo educativo’ se constituyó, luego de la guerra y aún en momentos en el que todavía los fusiles estaban humeantes por las matanzas, en el espacio privilegiado de subordinación de los cuerpos. Por ello, la Educación Física fue parte del plan racista creado por los pedagogos, políticos y médicos constructores del Estado Argentino”, plantea Zenón Daniel Pereyra. Las currículas educativas argentinas excepcionalmente contemplan las experiencias lúdicas nativas.

Sin embargo, las resistencias territoriales nativas fueron las luchas por su modo de vida. De esa manera fueron subsistiendo los juegos locales, como así mezclándolas con las impuestas. Ejemplo de esto último es la adaptación que realizaron del caballo europeo. Si bien estudios demostraron la presencia de equinos en la América pre-colonizada (incluso de su mismo origen en esta tierra), el ingreso de los caballos europeos fue considerable por parte de los españoles debido a que era el principal medio de transporte. Producto de cambios con gauchos y de malones contra los blancos, los pueblos originarios adoptaron a los equinos como propios. “Las carreras de caballos, la doma y el adiestramiento de estos animales los tenían ocupados la mayor parte del día cuando permanecían en las tolderías”, escribió Susana Dillon. Hasta hoy, sigue siendo reconocido el amansamiento de potros con técnicas de los pueblos originarios.

Pero la marca actual más profunda de los juegos nativos está en el discurso diario de deportistas, periodistas y actores ligados a lo deportivo: es la palabra “cancha”. De origen quechua (kancha), significa “recinto”. “La cancha, el espacio, el territorio donde jugamos los más variados deportes, en su mayoría de origen europeo, es indígena”, ilustra Fernández Moores.

 

La actualidad

Desde hace cinco siglos hasta nuestros días, la inserción cultural europea dentro de las comunidades nativas o “mestizas” también se dio en lo deportivo. Así, el fútbol, como fenómeno continental, adoptó las reglas inglesas abandonando los juegos de pelota. Sin embargo, a ese evento del “football” se los resinificó como en otras prácticas con connotaciones que van más allá de lo meramente deportivo. Ejemplos de esto son comunidades que dejaron de laso su representatividad en un estado-nación y formaron su propia asociación, algunas nucleadas en el Consejo Sudamericano de Nuevas Federaciones. Esta Confederación creada en 2007, es un organismo continental con el objetivo de “objetivo es darle a los Pueblos más postergados la posibilidad de encontrarse en un campo de fútbol y gritarle al mundo ‘aquí estamos’” y con el horizonte de “permitir que las personas que viven en los países sudamericanos pero que provienen de otro país y que han protegido su cultura y su identidad dentro de otro contexto cultural, pero en calidad de minoría, puedan defender su origen dentro del contexto de la competición deportiva y futbolística”. Dentro de la misma se encuentran federaciones como las de Aymará, Mapuche y Comunidad Mbya Guaraní. Una experiencia que muestra cómo a lo impuesto se le reasignó sentido, sirviendo para la propia unión de cada comunidad.

Además, actores desde los propios pueblos originarios y desde “afuera” buscan, a través de diversos proyectos, de reconstruir los vestigios de los juegos originarios. Tal es el caso de Stela Maris Ferrarese. Oriunda de Italó, reside en Neuquén en donde está creando el museo del Juguete Étnico Allel Kuzen, con el objetivo de objetivó “mostrar que los Seres Humanos que vivían organizados en Pueblos - Naciones culturalmente diversas tenían juegos y juguetes. Los mismos les fueron arrebatados y/o destruidos por quienes invadieron estas tierras por intereses económicos”. En el mismo sentido trabaja Adrián Proni, Profesor de educación física del Colegio Provincial Nº 710 de Puerto Madryn, Chubut. Ambas organizaciones coordinan la la Red de Juegos Ancestrales de los Pueblos Originarios, el cual tuvo su primer Foro Latinoamericano a fines de septiembre en esta última ciudad.

A inicios de octubre se llevó a cabo en la comunidad de Willi Antú, cerca de Santa Rosa, La Pampa, el encuentro denominado Vuta Travunche Rankül, en donde el pueblo Rankulche pudo no sólo mostrar sus prácticas, sino además se brindaron charlas y se hicieron demostraciones de juegos ancestrales. Allí dijeron presente juegos de chueca, cacería, boleadoras, lanza, cinchada, entre todos.

Allí, en un punto de La Pampa, palabra también heredada de los quechuas, se busca recuperar esas prácticas como símbolo de una libertad sobre un modo de vida impuesto a sangre. Sandre derramada de millones, pero que sin embargo queda en el 63% de quienes habitamos el suelo argentino.

 

Por Erwin Rivero González

 

Nota Publicada en la edición de octubre de Revista Contragolpe.