Se juntaron cerca de donde era la cancha del Talar, pero en las tinieblas celestiales. Uno venía del lado del Buena Vista y el otro del populoso Barrio Alberdi.
El saludo es típico de otros tiempos, sin tutearse y hasta sin demasiada demostración afectiva, pero con la corrección de los caballeros. La misma que ponían de manifiesto cada vez que se “sacaban chispas” dentro del campo de juego, cada uno defendiendo su divisa.
Caminan a tranco lento, no tienen apuro. Los dos saben que su tiempo es el presente; el pasado fue gloria y el futuro ya no tiene razón de ser.
Se dirigen rumbo al estadio “9 de Julio”, escenario que los vio protagonizar grandes tenidas y los más recordados duelos que un defensor y un delantero podían protagonizar dentro del verde césped.
De arriba se ve perfecto, el paisaje es conmovedor, pues remite a los viejos buenos tiempos por estos lados (con los cambios infraestructurales del avance urbano, claro).
El gringo codea a su ladero y lo desafía al recuerdo: “se acuerda ese clásico famoso en el que chocamos y nos tuvieron que sacar en camilla, de a uno por vez porque había una sola”. Eran dos pesos pesados, y no por ser muchachos de gran porte. De hecho, Liborio era más bien petisón, delgado, ligero. Pero lo que no tenía de físico, lo suplía con el inagotable talento de los grandes.
El otro, El Gringo, más robusto, encarador, fornido, no menos talentoso; incluso dicen que fue el mejor todos los tiempos. Él tampoco le encontraba explicación a las capacidades del full back. “Todavía no entiendo cómo hacia usted para escabullirse y extirparnos la pelota, pero cuando uno no alcanzaba a parar la pelota, ya estaba encima de uno y con una barrida ya estaba”.
Van camino al estadio, sobrevolando la pasión reverdecida de los hinchas modernos y los no tanto. “Y pensar que acá jugaban los purretes de Atenas y hoy hay una estación de servicio…Y por acá pasaba el arroyito… y hay todo un pavimento que no sé cuánto nos costó”, rememora Liborio.
“Eh!…mire al frente de la cancha, por la Avenida, ahora hay edificios”, se asombra el gringo y remarca la presencia de la vieja guardia ateniense que se reunía cual rito en la placita triangular, antes de cada encuentro sagrado.
Ingresan sin carta de presentación, no hace falta que se diga quiénes son ni que presenten credenciales de nada. Aunque algunos, los más pibes, no los conocen a simple vista, no supieron de su destreza en el campo de juego. Alguno que otro quizá oyó decir algo como que un tal Liborio Sosa…y que un fulano Gringo Percello…
Transitan los primeros pasos dentro del templo. Liborio propone ir a la sombra del árbol que se levanta sobre la tribuna que da a la pileta. El gringo quiere ir, fiel a sus convicciones, “a la tribuna nuestra: no me va a hacer ir con los de Atenas”. “Déme con el gusto, hoy somos locales nosotros”, implora Liborio y se ríe tímidamente (una huella indeleble de sus rasgos personales).
“Bueno -acepta el Gringo-, es mejor la sombrita, demasiado sol he agarrado en las tardes de pesca y buen pique”.
Desde arriba todo se ve, todo se oye. Y Liborio y el Gringo ahí andaban, entremezclados con la muchedumbre, sin que nadie los vea. Piernas cruzadas y cómodamente sentado sobre un diario La Calle que oficia de Almohadón, Liborio lanza los primeros conceptos mientras los trabajos precompetitivos empiezan a tomar intensidad en Atenas y Estudiantes. “Ese –señalando al “9 albo”- es el delantero que algunos se animan a compararlo con usted, dicen que es bueno, encarador y goleador, como usted”. El Gringo asiente y lo pondera al puntano Gatto con la humildad que lo caracterizó por estas tierras.
“¿Sabe quién es ese peladito de Estudiantes…?, el hijo del Gnomo”, interroga y se contesta El Gringo. “Qué ocho!!! Por Dios…”, enfatiza Liborio haciendo referencia al papá de Diego, Humberto Pedro Mansilla. “¿Y aquél flaco alto de buen porte, con caminar elegante, se da cuenta quién es…?, el hijo de Eduardo Flesia…”, repregunta y se vuelve a contestar la gloria ateniense…
Y así pasa la tarde, y ellos sobrevolando el lugar que los hizo gloria subidos en la estera del recuerdo y la nostalgia. Ellos hoy no están acá, no son parte de este clásico, pero estarán vigente siempre, siempre, por ser los hacedores del “cacho” más importante de historia que Atenas y Estudiantes supieron gestar.
Ilustración: Diego Borghi
Franco Evaristi - Redacción Al Toque