Homenaje a Pablo César Aimar, que el pasado martes 3 de noviembre cumplió 36 años. Por Franco Evaristi (*)
Aunque un poco tarde…feliz cumple “Payito”. Orgullo nuestro, inspiración de belleza futbolera, sutilidad, cadencia, caballerosidad, elegancia, dignidad. Los libros de historia de este hermoso deporte seguramente hablarán en algunos años de aquello que todos sabemos: de esos momentos mágicos, de los títulos con la selección juvenil, con River, con Valencia, con Benfica; de tus inagotables dotes técnicos, de tu panorama siempre claro, de tu andar principesco por la alfombra verde, de tu derroche de talento al servicio del compañero mejor ubicado, etc., etc., etc.
Yo, un humilde intento –fracasado, por cierto- de futbolista, me quedaré con tus gestos de grandeza de persona, cuando apenas tenía sólo una década y un poco más. Ambos conformábamos el selectivo del querido Colegio Manuel Belgrano en los torneos de Canal 13 relatados por Don Jorge Alejandro Cárdenas. El plantel configurado por el profe (“pelado”) Ferrari era un lujo. Estaba integrado por baluartes de la histórica `79 de Estudiantes, entre ellos el recordado “Tuta” Ciuffolini, quien desde alguna estrella esta noche brindará por tu aniversario. Y otros componentes que lo hacían de por sí un firme candidato. Y estaba yo, uno de los pocos del turno tarde, junto a mi entrañable amigo Mariano Amor. Por sensatez no tendría que haber aceptado aquél convite para aportar a la causa del Belgrano, pero representar a mi apreciado colegio público era más fuerte. Claramente no estaba a la altura de todos aquellos “pichones de futbolistas” que arrastraban horas y horas de club, de competencia, de desafíos, y de consejos de padres futbolistas o futboleros. Y eso rápidamente se evidenció en el partido debut. Creo que jugábamos ante el Vélez Sarsfield, aunque no lo recuerdo bien. Sí tengo presente que era un cuadro durísimo. Justo ése día faltó “Pramparito”, un desfachatado wing derecho que se complementaba de inmejorable manera con el resto del “ala” ofensiva del equipo. Y el profe no tuvo mejor idea que mandarme a la cancha, desde el arranque. Puff…cuánto “cagazo” tenía. Miraba a los costados y no estaba el “chapulín colorado” para salvarme (personaje en auge por aquellos tiempos). Encima mis viejos no podían acompañarme: los sábados a la mañana el almacén –fuente única de ingreso económico- no podía quedar acéfalo y dejar de producir para la causa familiar.
Pitazo del árbitro, un hombre grande con cara de malo. Acción, fútbol. Paridad total. El potencial del Belgrano no podía ante el orden del rival. Pasaban los minutos y nada. Las vallas en cero. Raro para esos partidos de cancha chica. Se fue el primer tiempo. Aimar y compañía se ponían el equipo al hombro pero no alcanzaba. Tras una moderada charla en el entretiempo del DT, segundo tiempo en marcha. La tónica del desarrollo se sostenía. Mi aporte desde el juego navegaba en los amplios mares de la intrascendencia. Triangulación en el medio, apertura para el “wing” mentiroso que era yo y posición inmejorable para encarar a un marcador retacón, llegar a los confines de la cancha, desequilibrar y procurar romper la paridad. Ni bien recibí el balón, ya había imaginado la maniobra perfecta. Terminaba en gol de Aimar tras consumar una finta ridiculizadora para un defensor desairado e introducir un centro perfecto para que el “pichón de crack de Estudiantes de Río Cuarto” inflara la red… Fue sólo un lindo sueño momentáneo. La realidad luego indicó que el ridiculizado fuera el “wing” en supuesta posición inmejorable para capitalizar una gran acción colectiva. Control algo largo, y al acelerar el tranco la línea de cal (recién pintada) me jugó una mala pasada. El pie de apoyo resbaló y el “wing” se desplomó. Desde el piso sólo pude contemplar dos cosas: una, el defensor retacón salió con el pecho inflado como si Passarella y, otra, aprecié la mirada crítica de mis compañeros. Hasta que un grito sonó como un estruendo en mis entrañas: “Evariiisstiiiiiiii hace una bien, carajo…”. Era el mejor del torneo que me estaba reprimiendo. El “Payito” se había hartado de mi escaso aporte.
Me repuse como pude. Compensé aquella carencia de talento por algo de corazón y enjundia, nada que no pueda hacer un “mediopelo”. No alcanzó por cierto para seguir en cancha. Había agotado todos los créditos que habían depositado en mí.
“Cambio juez…vení Evaristi”, se escuchó desde el borde del campo. Abatido, y aún nervioso, emprendí el triste transitar hacia el banco de los lamentos (ni hábitat natural). Me estaba yendo, con pena y sin gloria, y cuando afronto el último tramo del campo de juego siento una palmadita por la espalda y un susurro: “tranquilo Evaristi, la próxima la rompemos no te caigas”. Era el “Payito” con un gesto grande. El mismo que me refunfuñó por mis fallidos intentos en el fragor del encuentro, me alentaba a no bajar los brazos por una mañana nublada de ideas y realizaciones.
No todos sabiéndose los mejores incurren en actos de ese tipo. Muy por el contrario, mientras más puedan hacer “fulbo para la tribuna”, mejor. Pablo no era así. Y con el correr del tiempo eso quedó rubricado con acciones nobles que marcaron a fuego la coherencia de la exitosa carrera de un crack.
Salud “Payito”, que los cumplas muy feliz.
(*) Periodista de Radio Universidad FM 97.7 Mhz.
Foto: www.telam.com.ar