José Alberto Svagusa fue secuestrado y asesinado durante la última dictadura militar cuando faltaba una semana para que cumpla 28 años. Su delito fue haber manifestado ideales diferentes a los represores que con agravio y terror manipularon los destinos de la República Argentina. El 17 de mayo de 1976 fue torturado y acribillado en un fraguado intento de fuga por los militares de la Unidad Penitenciaria Nº 1 de Córdoba. En su corta pero intensa vida el “Pato” dejó un inmenso recuerdo y es su hermano Eduardo el encargado de reivindicarlo.
Eduardo Svagusa guarda entre sus recuerdos más significativos, como un tesoro de inmenso de valor, un libro encuadernado de varias fojas. Para Eduardo es mucho más que un material bibliográfico porque parte de él relata uno de los momentos más complicados por los que tuvo que atravesar su familia: el secuestro y asesinato de su hermano José Alberto Svagusa.
El material que tiene en sus manos Eduardo es el diario del juicio de la Unidad Penitenciaria Nº 1 en donde por el asesinato de José Svagusa y treinta personas más fueron juzgados quince miembros de las Fuerzas Armadas Argentinas, nueve ex policías de la provincia de Córdoba y un médico en el marco de la causa Jorge Rafael Videla.
El “Pato”, como era llamado por sus seres queridos, fue una víctima más de los represores que mancharon de sangre la República Argentina entre 1976 y 1983 en el genocida Proceso de Reorganización Nacional.Estando detenido en la UP Nº 1 fue asesinado en un fraguado intento de fuga el 17 de mayo de 1976 cuando faltaba una semana para que cumpliera 28 años. Fue el trágico desenlace de una vida que sufrió la persecución y maltrato por tener ideales distintos a los militares que manejaron a su antojo los destinos políticos y económicos del país.
José Alberto Svagusa nació el 26 de Mayo de 1948 en Monte Maíz, localidad ubicada al este de la provincia de Córdoba. “Nuestra infancia fue muy feliz pero nunca nos sobró nada. Formamos parte de una familia humilde y tuvimos que salir a trabajar desde muy chicos”, cuenta Eduardo, a la vez que agrega: “Por su forma de ser ‘Pato’ salió de muy chico a trabajar para traer unos mangos a casa. Trabajó en una tienda como cadete, una farmacia y una carpintería”.
A los 17 años se trasladó a Río Cuarto para ayudar a su padre en el taller y luego toda la familia se afincó en la ciudad. Cuando su padre fallece José se quedó cargo a del taller y motivó a su hermano Eduardo para que trabaje con él. “Fue mi hermano el que me impulsó y me enseñó a trabajar en el taller porque yo no sabía nada”, recuerda Eduardo, quien hasta el día de hoy sigue sosteniendo a su familia con el taller mecánico.
Una de las pasiones de José Alberto Svagusa fue el fútbol. Tanto en su etapa juvenil en Monte Maíz como en sus primeros años en Río Cuarto, “Pato” practicó la actividad. Se desempeñaba de volante por la izquierda y de forma graciosa su hermano Eduardo lo caracterizó como un jugadoráspero.
En su Monte Maíz natal jugó en las inferiores de Deportivo Argentino. Es Eduardo el encargado de contar una triste anécdota que une su pasado futbolístico en la institución de Monte Maíz con su trágico final: “En una oportunidad mi hermano me comentó que cuando estaba detenido en a UP Nº1 fue trasladado al D-2 para hacer declaraciones y que estando encapuchado sintió que entraron dos o tres policías y que uno de ellos dijo: ‘yo a este no le doy porque lo conozco’. ‘Pato’ reconoció la voz y me dijo que era un ex compañero de fútbol en Argentino de Monte Maíz que trabajaba en la policía de Córdoba”.
En Río Cuarto siguió jugando al fútbol. Apenas arribado en la ciudad estuvo a punto de jugar en Sportivo y Biblioteca Atenas pero tras la imposibilidad de jugar en la entidad de Avenida Marconi tuvo un breve paso en San Lorenzo de Las Perdices. Pero a pesar de no seguir ligado al fútbol federado no abandonó su pasión y comenzó a jugar en los torneos comerciales que se jugaban en la vieja cancha del Talar y en el extinto Club Puente Negro.
Con 18 años recién cumplidos José Svagusa viajó a San Luis para realizar el servicio militar obligatorio. Después de un tiempo en tierras puntanas su madre pidió que lo dieran de baja y le concedieron su pedido. Tras su regreso a Río Cuarto siguió trabajando en el taller y comenzó a estudiar el secundario en la Escuela Normal de Río Cuarto.
Fue en el colegio en donde comenzó a militar políticamente. Pero fue en el seno de su casa en donde fue adquiriendo los ideales que tiempo después profundizaría. Cuenta Eduardo que su padre era amigo de los socialistas que vivían en Monte Maíz y siempre recibían como material de lectura el diario La Vanguardia.
A principios de la década del setenta se unió a la organización Montoneros en donde empezó a tener una participación activa. En 1972 fue herido en una pierna y detenido en San Juan. Después de su liberación el 25 de mayo de 1973 se reintegró a la lucha y profundizó sus ideales de transformación. “Nosotros lo apoyábamos porque él estaba haciendo lo que sentía y anhelaba que era luchar por la justicia social”, sostiene su hermano.
Radicado en la ciudad de Córdoba fue detenido nuevamente en septiembre de 1975 por la policía provincial. Estuvo detenido en el D-2 en donde fue torturado y luego fue llevado a la Unidad Penitenciaria Nº 1. Esta vez no volvió a salir.
Su madre viajaba todos los fines de semana a visitarlo y cuando podía acomodar sus tiempos lo hacía su hermano Eduardo. En ese lapso fue sometido a un clima de terror hasta que el 17 de mayo de 1976 fue retirado junto a otros compañeros de la UP Nº 1 por el personal de la policía de la Provincia de Córdoba quienes como a lo largo de la dictadura los ejecutaron cobardemente.
Los represores informaron que los debieron abatir a los detenidos por un intento de fuga. Pero en realidad la supuesta fuga fue en realidad fraguada y los secuestrados fueron muertos por la espalda, con las manos atadas, mientras sus ultimadores les ordenaban que corrieran hacia el río Suquía.Luego de acribillarlos la policía baleó sus propios vehículos para simular un enfrentamiento. Los jueces federales bajo cuya jurisdicción estaban los detenidos no promovieron ningún tipo de investigación sobre lo sucedido.
El terror no culminó para la familia Svagusa. Después de la muerte de José continuaron siendo objeto de intimidaciones por parte de la policía. Cuando Eduardo fue a La Calera a buscar el certificado para retirar el cuerpo de su hermano los militares lo amenazaron con armas y los siguieron durante todo el cortejo hasta Rio Cuarto. Una vez depositado sus restos en el cementerio los policías secuestraron el cajón del depósito y lo escondieron. Con el tiempo la familia Svagusa pudo recuperarlo.
Pero los hostigamientos continuaron. Durante los doce meses subsiguientes a la muerte de José fueron víctimas de allanamientos y robo de pertenencias que sólo tenían valor afectivo. Además de recibir insultos y amenazas permanentes.
Tuvieron que pasar 35 años para que la familia Svagusa pueda conocer la palabra justicia. El hecho se consumó el 22 de febrero de 2011 cuando el Tribunal Oral Federal Nº 1 de la ciudad de Córdoba juzgó a los represores encabezados por Jorge Rafael Videla y Luciano Benjamín Menéndez por los asesinatos de un total de 31 presos políticos en 1976 que en su mayoría estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en la Unidad Penitenciaria Nº 1.
“Fue una situación muy extraña. Por un lado pude contar todas las cosas que nos sucedieron pero a la vez fue muy difícil verles las caras a los represores que asesinaron a mi hermano”, dice Eduardo al manifestar sus sensaciones en el juicio que lo tuvo como protagonista y le posibilitó reivindicar la memoria de su hermano José Alberto Svagusa.
Redacción Al Toque