Final
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Por comenzar
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Por comenzar
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Por Facundo Sánchez.
(Río de Janeiro, Especial para Al Toque Deportes).- Vueltas. Las de la vida, las del campeón. Las que nunca dieron algunos equipos. Vueltas. Revueltas. Revoluciones. Más vueltas. Un rulo, una vuelta. El 9 da muchas vueltas. Estar de vuelta, estar viejo. Volver. Como el tango. Como quizá nos ha visto el cóndor alguna vez. “Las ganas de volver me hicieron partir otra vez”, dice Raly Barrionuevo en una canción.
Y volvimos. Nos fuimos de un lugar particular en un contexto particular. De un ciudad maravillosa en el escenario olímpico. Un escenario que a Río le cayó muy bien. Lo pintó, le dio color, quizá lo hizo un par de años más joven. Encendió sus calles y sus veredas. Le dio ritmo de zamba a sus bocinazos acelerados. Lo empujó hacia adelante. Río de Janeiro recibió unos Juegos Olímpicos con algunos golpes en la espalda, pero así mismo, se calzó las plumas y se puso a bailar. Es inevitable hablar en pasado cuando ya uno está de regreso, pero para que la cita olímpica termine faltan algunos días.
Hoy, desde acá, Del Potro le ganó a Nadal y pasó a la final. La Selección Argentina de Básquet le ganó a Brasil con lo justo y Germán Chiaraviglio clasificó a la final del Salto con garrocha, entre otros grandes resultados para el deporte argentino. Un deporte argentino que, con los cables y las redes a favor, se puede seguir más fácilmente desde aquí, lejos, que desde allá, algo más cerca.
Volver. Con la frente alta esta vez. Con la alegría que contagian las calles de Río. Con la alegría de saber que en las calles todo se iguala un poco más y que no parece tan complicado achicar una brecha que acá, de este lado, nos parece extensa e inalcanzable. En los puestos de comidas de las calles, todos confían y todos compran. Desde los pibes con malla y gorra que van para la playa hasta los oficinistas de las seis de la tarde. Ese mercado no conoce el derecho de admisión. O al menos eso aparenta.
“Nesse mundo de ilusão. Transformar o sonho em realidade. E sonhar com a Mocidade. É sonhar com o pé no chão”, canta Dudú Nobre, um reconocido sambista brasileño. En un show suyo en Plaza Mauá, uno de los puntos del Boulevard Olímpico donde se podían observar los juegos en pantalla gigante, las diferencias tampoco se notaron. Ni de clases sociales ni de edad. Padres e hijos cantaban juntos los temas. Ambos se los sabían y los bailaban igual. Los tipos de camisa y los pibes de musculosa, también. Era todo lo mismo, con una lata de cerveza en la mano y la novia en la otra.
Volver. Regresar. Después de varios días de calor olímpico, volver. Olvidarse de los cortos y recordar que acá es época de camperas y contagiarse de ese calor que llega a través de la pantalla. Volver a sufrir por televisión. Sentirse más cerca. Recordar los viajes en metro, los argentinos que se cruzaban en lugares particulares con banderas o alguna camiseta de algún equipo de acá.
Volver y sentirse en casa. Aunque no hayamos estado tan lejos. Aunque nos hayan recibido con los brazos abiertos, volver a casa. Volver del presunto al jamón y del feijao al poroto. Volver de estar perto a estar cerca. De casa, de los abuelos, de los mates y del barrio.
Volver y abrazar a los amigos en un asado y explicar que el temor no era tal. Que pese a tanto terrorista dando vuelta, más peligrosos son los que hacen que miles se mueran de hambre todos los días. Que existen, aunque no lo creamos. Explicarle a mamá en un abrazo que no nos pasó nada y que si así hubiera sido, iba a ser con una sonrisa en la mirada y con los colores del amor en el pecho. Buscando un sueño desde abajo con el sol al medio.
Volver. El viento en la cara, volver.
Con la cabeza y el corazón más abiertos que nunca. Con el sueño emparchado en la mochila.
Y con una ciudad que espera, inquieta y hermosa. Otra vuelta. Volver. Alguna vez, volver.
Por Facundo Sánchez