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11-10-2016 09:51

El cuento de los pibes

Opinión (*).

Hace poco, en un congreso en La Plata, uno de los participantes, hablando de los problemas en el fútbol formativo, puso como ejemplo una historia que le contaron alguna vez. El relato decía más o menos así:

Alexis y Jonathan tienen 13 años y se conocen prácticamente desde que vieron la luz por primera vez. Viven en Añoranzas, un pueblo de poco más de 5.000 habitantes del interior del interior. Si bien no tienen lazos de sangre entre sí, son como hermanos siameses, donde está uno está el otro, lo que le gusta a uno al otro también. Su relación, empezó de muy chicos, porque sus padres eran como ellos. Amigos desde la infancia, sus progenitores los "condenaron" a ser inseparables. Asados, cenas y meriendas compartidas entre las familias construyeron una alianza inquebrantable.
Como en las amistades no todo es coincidencia, porque sino serían aburridas, hay una sola cosa que los chicos no comparten: el color de camiseta. Alexis juega en las inferiores de Unión y Cultura, el club con sede en el centro de la localidad y de camiseta color celeste y blanco. Fue su abuelo el que lo hizo socio apenas nació. Jonathan, por su parte, está en las filas del Deportivo, el club de las afueras del pueblo, que tiene menos años que Unión, pero más títulos. Su papá fue una gloria de la entidad hasta que una lesión en la rodilla lo marginó de la práctica futbolística. La camiseta del "depor" es roja y la cruza una banda azul.  
El fin de semana que viene es distinto para los amigos. El sábado a las 15.30 se juega en las instalaciones de Unión y Cultura el clásico de su división. No es la primera vez que se enfrentan, pero siempre es algo especial. Sus padres comparten la tribuna y después del partido pasan el resto del día con los chicos.
Llega la hora del partido, Jonathan ya tiene calzada la 7 y se encuentra en el vestuario con Alexis, que todavía no se puso la 2 albiceleste. Se saludan, se desean suerte y vuelven con sus compañeros. En la tribuna los padres de ambos ya comparten sus asientos, como es de costumbre. El partido arranca movido y con varias situaciones de gol. Todavía la histeria con la que se juegan estos partidos en primera división no ha contaminado del todo a los chicos.
Van apenas 15 minutos cuando un córner mal ejecutado por Unión se transforma en una contra perfecta para Deportivo que, luego de dos pases largos, culmina en el primer gol del partido. Los ánimos se empiezan a caldear en las gradas, pero el juego continúa. El trámite se hace trabado y empiezan a aparecer las primeras fricciones. En una de esas, Jonathan roba una pelota y se va derecho al área. Alexis, sin dudarlo, cumple con la máxima que le enseñaron de chiquito: "cuando quedás mano a mano con un delantero y no hay nadie atrás tuyo, una de las dos cosas no puede pasar, o pasa el hombre o pasa la pelota". El chico se tira al suelo y hace volar a su amigo por los aires. Acto seguido el árbitro cobra la falta y decide amonestar al defensor, que pide disculpas. Jonathan las acepta, pero se queda quieto, como espantado por algo que no consigue entender. Alexis se queda extrañado, empieza a distinguir un tumulto en la tribuna y ve que varios corren hacia el sector. Cuando la polvareda baja un poco, se da cuenta el por qué de la mirada atónita de Jonathan. Su padre está en el suelo, encima del de su amigo y con las manos en su cuello, mientras una maraña de brazos intentan separarlos. Cerca de ellos, sus madres se insultan y se recriminan.
La discusión empezó con la infracción. El padre de Alexis dijo que Jonathan se había tirado, el otro respondió que "era foul de acá a la china" y empezaron improperios tales como: "Tu hijo es un maricón" y "el tuyo es un caballo". Después vinieron los golpes y la escena dantesca de la escaramuza. Más allá de los incidentes, la imagen que quedó grabada de esa tarde fue la de los pibes. Mientras afuera sus padres se "daban como en bolsa", ellos sólo intercambiaban una mirada que mezclaba miedo y tristeza, como la de chicos de 13 años que se dan cuenta que perdieron algo imposible de recuperar.

Algunos dirán que la historia es de ficción. Que no existe un pueblo llamado Añoranzas, que la moraleja es forzada, que está mal contada, que le faltan datos, que no llega a ser ni un relato corto de bolsillo, que quien la adaptó para este espacio no sabe hacerlo... Lo que no podrán decir es que algunas de las escenas narradas se pueden ver casi todos los sábados en las canchas de la Liga Regional de Río Cuarto. Los dirigentes pueden y deben hacer algo, pero los padres son los que tienen que empezar a cambiar.

 

(*) Por Agustín Hurtado 
Foto: Al Toque