(*) Opinión.
Este fin de semana el fútbol argento presentará como plato principal todo su menú de clásicos. Rosario, La Plata, Córdoba y otras ciudades vibrarán con los enfrentamientos de sus equipos tradicionales. De viernes a domingo, la AFA nos ofrecerá la fecha como si fuera un 2x1, al estilo de los supermercados, o al de parte de la justicia argentina para con los genocidas de la última dictadura militar.
Los hinchas de Central pondrán todo su empeño para que sus jugadores le arruinen el campeonato a Newells. Quizás esos hinchas que no podrán ir al Marcelo Bielsa, recorrerán las afueras del Gigante de Arroyito, escenario del 6 a 0 a Perú del Mundial 78.
En La Plata, "lobos" y "pinchas" volverán a cruzarse, como se cruzan las diagonales de esa ciudad. Esas mismas diagonales por las que pasaron las patotas de Echecolatz y Camps, o por las que fueron trasladados los jóvenes de la tristemente célebre Noche de los lápices.
Córdoba, que está muy lejos ser aquella del "cordobazo", tendrá al sufriente Belgrano “versión empresarial” enfrentando al Talleres de capitales mexicanos. A unos kilómetros de allí, Atenas se jugará el ascenso en Malagueño. Los “albos” seguramente invocarán a sus glorias, se acordarán de los Flesia, los Domínguez y demás campeones de la década del 70.
Tapado por toda estas situaciones, poco se hablará en las charlas de café de la decisión de tres jueces de la Corte Suprema de aplicar el beneficio del 2x1 a uno de los criminales de la sangrienta dictadura militar de 1976. Resulta difícil de entender que, a casi 40 años del Mundial 78, el fútbol vuelva a servir de cortina de humo.
Lo utópico sería que esto no pase. Lo ideal sería que el futbolero medio riocuartense, además de recordar de memoria la formación de su equipo, tenga siempre presente también a estos once: Braunstein; Zvagusa, Duarte, Berti y Perchante; Cisneros, López y Santamarina; Espeche, Perassi y Vijande. No ganaron un título, ni produjeron una gesta deportiva, pero forman parte de la lista de víctimas locales de la dictadura y dejaron una huella que no debe ser olvidada.
(*) Por Agustín Hurtado