A bordo de su remis, el ex atacante de Sportivo Municipal rememora la serie en la que con sus goles eliminó a Toro de Moldes en el Pre-Interligas 1988. A fuerza de recuerdos, desatamos la resistencia del olvido de “Momentos” entrañables de nuestra Liga Regional de Fútbol.
- Buen día maestro, como anda...
- Bien, querido bien... ¿dónde vamos?
- Al frente del Viejo Mercado, por favor.
- Como no...
Ruido de ticketera, bajada de bandera en marcha.
- Se puso lindo eh, nos da una tregua este otoño fresco.
- Sí sí... la verdad que está hermoso, pero no hay que descuidarse. Vio que este tiempo es ideal para enfermarse.
La charla nos remite a una típica situación en la que un usuario toma un remis para dirigirse a algún objetivo. El paso del tiempo y los lugares de la ciudad de Río Cuarto durante el viaje transcurrieron desde la caracterización de "lo dura que está la mano para poner el pan de todos los días en la mesa” hasta “lo caro que están los alquileres hoy en día”.
Hasta allí nada que se corriera de situaciones típicas de la relación de servidores del transporte y un usuario ocasional. Hasta que la charla se inclina hacia un lugar común por estas latitudes: el fútbol.
Comentario va, concepto viene, el conductor toma su celular en un semáforo en rojo, busca la galería fotos y dice: "mirá, pasá para allá. Ése es el pibe mío, mirá qué porte -señala la presencia del volante aguantando el embate de su oponente-, cómo banca la marca".
Para un usuario futbolero nada mejor que cruzar la ciudad "tirando paredes".
"Juega en Banda Norte, tiene 17 años y jugó algunos minutos en el Federal con Atenas", puntualiza y agrega sin dejar lugar a introducir algún gesto de aprobación o interrogación: "anda bien el pibe, pero yo le digo que esté tranquilo, no lo agrando más de la cuenta porque no conduce a nada. Yo que jugué lo sé".
Promediaba el recorrido. Atrás había quedado la postal más visible de la desigualdad estructural en la ciudad, apreciada desde el Puente Juan Filloy: las lujosas torres verticales, la inmensidad del Centro Cívico y el incipiente edificio del nuevo Tribunales colindantes al sector del Puente Negro, donde las casas reflejan la resistencia de los sectores vulnerables a las hostilidades climáticas, sociales y políticas.
Ya rumbeando hacia el centro el diálogo no se detiene. Aquella última confesión sirvió para la intromisión del pasajero:
- ¿Y donde jugó usted?
“En Municipal, en la Liga Beccar Varela”, contesta mirando por el retrovisor con ansias de evocación de un gran momento en su vida.
- ¿Así que pasó por el “comunal” del barrio Santa Rosa?
- No sabes el cuadrazo que teníamos. Nosotros fuimos los que eliminamos al Toro (Club de Moldes) del Juan Irigoyen, allá por el 88, 89, 90... no me acuerdo bien.
El coche empalmaba por Las Heras y el usuario preguntón no quería que el viaje llegara a destino.
"Nos dirigía el “Cacho” –no mencionó su apellido, dio por sobreentendido de que se trataba de Echeverría-. Jugaba el “Negro” Carranza (Omar), teníamos un equipazo. Ojo -advierte- ellos también".
El sol se ponía en el transcurso del agradable recorrido. Las postales de la cotidianeidad a esa hora completaban el paisaje del trayecto: estudiantes con sus atuendos buscando su hogar a la salida del colegio, peatones y automovilistas infringiendo normas de convivencia, y la dinámica habitual de una ciudad netamente comercial, algo que se vislumbra claramente cuando el remis se detiene en el semáforo de Bolívar y General Paz. El conductor nostalgioso aprovechó ese parate para seguir rememorando aquella “patriada comunal”.
- Nos habían peloteado todo el partido, palo de acá, travesaño de allá... hasta que desbordan por afuera, centro al área y ahí le metí una pepa (sic) de cabeza.Toda esa descripción acompañada de los ademanes y gestos técnicos distintivos de un futbolero nato.
Agarradito al volante con sus dos manos, Carlos Torres -papá de “Chicho”- elevó sus hombros, contorsionó su cuerpo como si estuviese en los aires del estadio moldense y metió el cabezazo cortito...
Seguramente esa recreación lo remontó a 1988. Mismo año en el que en Estados Unidos, George Bush (padre) era elegido presidente, Carlos Salinas de Gortari asumía como primer mandatario en México y se comprometían al cese del fuego Irán e Irak. En tanto, en Alemania comenzaban las gestiones para el derrumbe del Muro de Berlín (se consumó en 1989), el Consejo Nacional Palestino declaraba el Estado de Palestina y en la Antártida, España instalaba su primera base.
Mientras, por nuestra América, Argentina y Brasil invitaban a Uruguay a incorporarse al futuro mercado común argentino-brasileño, y el Papa Juan Pablo II iniciaba viaje a América Latina, en el que visitaba Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay.
En el país, la CGT –que transitaba momentos de peligro de ruptura- promovía medidas de fuerza ante el proceso inflacionario creciente, el estancamiento de las paritarias y el no acuerdo de la composición del salario mínimo. Y, mientras el presidente Raúl Alfonsín se cruzaba verbalmente con los popes del campo en la inauguración de la Rural de Palermo, en Río Cuarto el intendente recientemente fallecido Miguel Ángel Abella inauguraba un canal de desagüe pluvial a la vera de la Ruta Nacional 8 -entre La Gilda y la ciudad-, una inversión que demandó 274.300 Australes.
Y en el barrio Santa Rosa, la única noticia que conmovía a los feligreses de la “M” era la semifinal ante Toro Club, en el marco del cuadrangular que definía el segundo pasaporte al Interligas (el Doctor Lautaro Roncedo ya tenía su lugar por ser campeón del año –vencía en la última fecha a Municipal de Adelia María 1-0 y relegaba al segundo escalón al equipo de Juan Irigoyen, que igualó 2-2 ante San Martín de Mackenna-).
Las definiciones tácticas de José Sebastián Echeverría acerca de cómo diagramar a Sportivo Municipal marcaban el pulso del barrio. En el horizonte aparecía el gigante moldense de Juan Irigoyen, equipo al que ya le había demostrado la complejidad de sus características en la fase regular.
El sábado 13 de agosto se presentó como el característico día de agosto en Río Cuarto: con viento. La feligresía “comunal” abarrotó un estadio que quedó diminuto para tanta pasión.
La crónica de Diario Puntal de la época calificaba a la producción de Municipal como “opaca”. En un encuentro parejo, con poco brillo e intercambio de ataques poco elaborados, Omar Carranza se erigía como figura y sostén ante los embates de Silvio Garro, Víctor Crespi, Vicente Biondi, Oscar Novillo y compañía. La valla de Luis Velásquez corría serio riesgos. Pero… pese a sufrir más de la cuenta, Municipal pegaba primero. Centro de Pedraza, rechazo con los puños del enorme Walter Garro y ahí apareció el hombre que rememoró aquél momento casi treinta años después: Carlos Torres. Remate cruzado para abrazarse con el pueblo del Santa Rosa. Expiraba la primera parte.
Juan Irigoyen, DT del “azulgrana” contrariado por el desarrollo del juego de ida de la Liguilla, debió mirar el complemento desde el vestuario, pues Rafael Bolaños lo expulsó antes de su inicio.
Los minutos pasaban, el fútbol del equipo moldense no fluía y, para colmo de males, se quedaba en inferioridad numérica. ¿Por qué?, porque el hoy servidor público estaba inspirado en aquella tarde. Su astucia, velocidad y habilidad generó una violenta infracción de Nolasco, quien antes de tiempo visitó las duchas.
Se presentaba un panorama ideal para Municipal: ganaba 1-0, su rival envuelto en nervios -y sin fútbol- y restaba algo más de media hora para profundizar aquellas penurias moldenses. Sin embargo, el ingreso de Fabián Cortez por Bravi mejoró la versión colectiva de Toro en la zona de gestación. Municipal, por su lado, lejos estuvo de capitalizar la vulnerabilidad manifiesta de su oponente.
El minuto 33’ del segundo tiempo fue fatal para Municipal. Un quedo de la última línea propició condiciones inmejorables para que Biondi habilitara a Antonio Quiroga, y éste determinase el empate. Final del juego de ida.
El sol se posaba detrás de la tribuna que albergó a los fervientes moldenses. Refunfuñando por la posibilidad desaprovechada de lograr una diferencia que le trasladara la presión a su rival en la revancha, la parcialidad local se desconcentraba por calle Caseros, San Lorenzo y Las Heras.
La jornada sabatina en la ciudad transitaba rumbo a las costumbres más preciadas: “Vuelta del perro” a la Plaza Roca, asado entre camaradas como antesala de Morocco, el destino final: “A mover el esqueleto”.
Para los planteles de Municipal y Toro no había demasiado margen para la dispersión. Es que el desquite de la serie en Moldes se disputaría 48 horas después: el lunes por la tarde.
La ilusión Municipal viajó por Ruta Nacional 35 y E86 más de 70 kilómetros. Buena parte de los casi 8000 habitantes que Moldes tenía en aquella época (según Censo de INDEC de 1991, precisamente 7695) palpitaba en duelo. A excepción, claro, de los simpatizantes de Belgrano y Everton, que miraban de reojo la definición…
La siesta habitual de pueblo se había alterado. El arribo de varios vehículos provenientes de ese barrio de casas bajas y familias laburantes de Río Cuarto cambio la fisonomía de un lunes poco habitual.
Juan Irigoyen debió trabajar mucho a contrarreloj con vistas al juego decisivo para reemplazar ni más ni menos que a su arquero Walter Garro –sanción disciplinaria por llegar al límite de amonestaciones-, al expulsado Nolasco y a Víctor Crespi, quien vio la roja tras el encuentro de ida en el vestuario por una intemperancia. En la vereda del frente, la recuperación rápida de una dolencia del arquero Velásquez le simplificó la planificación a José Sebastián Echeverría, hombre que día a día, partido a partido, intensificaba su vínculo afectuoso con los hinchas “comunales” y las organizaciones vecinales del barrio. Es que su construcción cotidiana trascendía lo meramente futbolístico.
El desarrollo del decisivo juego tuvo un denominador común durante, al menos, los primeros 60’ de partido: la preeminencia “azulgrana”. Dos tiros en los palos, uno en el travesaño, dos intervenciones del “uno” “comunal” y un abrumador dominio territorial y de tenencia de balón de Toro signaron esa primera parte del encuentro. Pero el fútbol es “el arte de lo posible mientras la pelota ruede”, dicen quienes lo analizan. Y esa aseveración tuvo asidero a los 12’ del complemento. Un largo despeje del fondo halló la incursión de Robles proyectado por derecha. Éste mandó el centro al área para que “Torres, sin hesitar, con pasmosa tranquilidad le cambió el palo a Brarda para el delirio de la falange comunal”. Así definía la crónica de Puntal aquella acción decisoria que fue recreada, décadas después, mientras conducía su remis. Y, otra vez, Carlos Torres protagonista de la jugada que marcaba a fuego la historia. No sólo porque ese gol, sumado a su aporte en el empate de la ida, determinó el pase a la instancia final de la Liguilla del Interligas 1988, sino porque aquel “acoso” futbolístico del conjunto moldense ya no fue tal en la más de media hora que restaba de juego. De hecho, “el negro”, Fonseca y Carranza pudieron ampliar la ventaja para la “M”. De allí en más, sólo hubo un momento de angustia más para los riocuartenses: una intervención providencial del “Pato” Pezzela en la línea cuando Velásquez estaba vencido. El suspenso y la angustia también formaban parte de la película que escribía, hace casi treinta años, Municipal para acrecentar su ilusión de acompañar a Roncedo en la representación de la Liga Regional de Fútbol de Río Cuarto en el certamen provincial.
En tierras de uno de los gestores del Cordobazo, el entrañable Agustín Tosco, Municipal lograba una revuelta deportiva de real magnitud: eliminaba al poderoso Toro Club de Moldes.
En el jubiloso retorno, cuando la caravana “comunal” ingresaba por el acceso a Río Cuarto derivando a Avenida Sabatini, las luces del estadio ya estaban encendidas, en la –a esa altura- fresca noche de lunes. Es que varios centenares de simpatizantes de la “M” se congregaron para tributarle un agradecimiento sincero por la gesta al equipo del “Cacho”.
La historia luego dirá que aquella ilusión des-comunal quedaba trunca en ese mismo estadio de Toro, escenario neutral de la Final de la Liguilla ante San Martín de Mackenna –que había despachado a Arsenal de Holmberg-. Un tal Ángel Rubén “Chicho” Campagna y su poder de fuego amargaron a todo el barrio Santa Rosa.
Dice el escritor y filosofo mexicano José Vasconcelos que “el viaje -al igual que un libro- se comienza con inquietud y se termina con melancolía…”. Y así fue. Haber transitado por los senderos del ayer que encendió al futbolista interior que aún vive en Carlos Torres fue una aventura placentera.
- Llegamos pibe.
Por segunda vez suena la ticketera. Sus números luminosos azules son impiadosos: 108.
- Que tengas una buena tarde. Un gusto.
- El gusto fue mío maestro. Que termine bien el día.
…Realmente el gusto fue mío.
Por Franco Evaristi
Gráfico: Al Toque