Emilio Zabala, arquero de Roncedo en 1998, caminaba hacia el umbral de la historia con una valla invicta que acumulaba más de 700’. Pero en el triunfo en Las Acequias ante Talleres el destino le tenía preparada una sorpresa. A los 49’ 15’’ del complemento, con la victoria de su equipo consumada, el lateral derecho acequiense Javier Flores batió al, hasta ese momento, inexpugnable golero “albiceleste”. Una historia digna de ser contada.
“¡Podes creer…nos hacen un gol a los 49 del segundo tiempo!”
Descontextualizada, esa expresión cargada de enojo, furia y resignación bien podría salir de alguien al cual lo dejan sin victoria sobre la hora, o bien se lo ganan en el epílogo.
La consumación de un gol tibiamente celebrado y el pitazo final de José Díaz se suscitaron casi en simultáneo. Pues transcurría el minuto 49’15’’ del segundo tiempo. Aquél tanto de las postrimerías de Javier Flores, desairando a varios rivales y definiendo con un remate cruzado y rasante, serviría sólo para decorar el 1-2 con el que Talleres de Las Acequias se iba derrotado en su propia casa ante el convincente Lautaro Roncedo de Gigena. Sin embargo no pasaría desapercibido, como un ornamento del resultado final. Aquél gol quedaría, con el transcurrir del tiempo, en el baúl de los amargos recuerdos de quienes tomaron como propia la causa de Emilio Zabala, arquero emblema de Lautaro Roncedo en los ‘90.
Aquel primer tramo del Torneo “Juan Spataro” de la Liga Regional de 1998 contempló el paso victorioso del “Doctor de Alcira”, postulado en los albores del certamen como un firme candidato al título junto a Alianza de Cabrera (luego campeón). Esa campaña del equipo conducido por Hugo Battaglino incluía una clara idea de juego plasmada en el terreno con una mixtura de juventud, experiencia y virtuosismo colectivo. Roncedo desplegaba destellos de talento con Gustavo Baggini, Fabián Ríos; poder de gol con Pedro Rojo y Núñez; disciplina táctica en Contreras y Perrone; solidez en una línea de cuatro que salía de memoria: Cuello, San Miguel, Astegiano y Gianinetto; y el aporte de un Zabala casi (de no ser por Javier Flores) inexpugnable. El “flaco” Comizzo (por su parecido físico al ex golero de River) nacido en Río de Los Sauces ostentaba un invicto en su valla que se iba acrecentando con el correr de las fechas. “Arrancamos muy bien desde la pretemporada. Estábamos muy bien en lo físico y teníamos un buen equipo, con grandes jugadores. Además yo descansaba en una defensa muy bien armada: la solvencia de (Jorge) Cuellito (sic), (Lucio) San Miguel estaba en su mejor momento, Astegiano era un exquisito defensor y el “Gordo Giani” (Enrique Gianinetto) que era impasable en su quinta. Y a eso sumale un mediocampo muy bueno: Perrone, “picuca”Baggini, Contreras, Ríos, que la rompía; y arriba el “negro” Núñez, un pibe del club y después llegó Pedro Rojo”, describe Zabala en la Redacción de Altoque buceando por los recuerdos, entre mate y mate y recortes de diarios de la época prolijamente atesorados.
Roncedo inició la temporada con sendos triunfos amistosos invirtiendo las localías con Atlético Almafuerte. La producción futbolística del equipo de Hugo Battaglino comenzaba a tomar vuelo, cimentado en la imbatibilidad de la valla de Emilio Zabala.
El verano del ’98 se escurría en la vorágine de un año signado, en el plano futbolero, por la suspensión de los torneos de AFA a raíz de la decisión del juez civil Víctor Perrota, acción tendiente a frenar algo que sigue enquistado: la violencia en el fútbol. Eran tiempos en los que las inundaciones azotaban el sur de Córdoba con su consiguiente impacto económico y social. Y la clase política argentina, en tiempos menemistas –a nivel nacional- y mestristas –a nivel provincial-, se pasaba facturas inconducentes mientras las penurias convivían con los habitantes.
En las últimas semanas de marzo, Roncedo debutaría en el Apertura de la Liga con un trabajoso triunfo 2-0 ante Atlético Adelía María en Gigena. Extendía así la sana costumbre victoriosa de la feliz “década del 90 Roncedista”, con títulos ligueros y la obtención del Provincial.
Aquél mes de marzo de 1998 se esfumaría con una noticia deportiva resonante para Latinoamérica. El tenista chileno Marcelo Ríos se imponía en el torneo de Key Biscayne y se consagraba Nº 1 del ranking ATP destronando al mítico Peter Sampras, tras ciento dos semanas en ese sitial de privilegio.
Abril iniciaría con una multitudinaria marcha a Congreso de los docentes argentinos que reclamaban un fondo federal de financiamiento educativo, en el marco de la resistencia de los educadores del país a las políticas liberales de la década menemista. Mientras, una información impiadosa del ámbito policial sacudía la parsimonia de la región sur de Córdoba. Hacía dos meses que la pequeña Lorena Micaela Ávila había desaparecido de la puerta de su domicilio, en una tarde cálida de verano tardío. Las calles de Río Cuarto lucían empapeladas con una página de Diario Puntal solicitando información sobre esa dulce niña de ojos tiernos, de la cual nada se sabía.
Paralelamente la historia seguía su curso. La ruleta de la cotidianeidad giraba sin descanso. El fútbol también. Y Roncedo viajaba a General Deheza para enfrentar a la diezmada escuadra de Rudy Ranco (no podía contar con Rimunda, Cascini y Mana). La nublada tarde dominguera contempló el sólido andar del Doctor. Goles de Astegiano y Ríos para una victoria que estiraba también el arco en cero de Emilio Zabala, aunque no exento de angustia: “Recuerdo de ese partido un remate fuerte de Liendo, la pelota rebota en Cuello, se desvía y yo me había tirado para el otro lado pero estiré la pierna y me dio en la punta del pie y salió por arriba travesaño. Ahí Ligué”. Iban tan sólo 10 minutos de juego.
Un momento similar, quizá mucho más límite, Emilio Zabala vivencio a la fecha siguiente. El Sportivo Atenas de Jorge Grassi era rival de turno. Desarrollo cerrado y el cero de la pizarra era el mejor resumen. 4’ del complemento: un tiro libre frontal anunciado de Molina parecía sencillo de conjurar para el “imbatible” guardameta del “albiceleste”. Por efecto de una inoportuna oleada de viento o algo de exceso de confianza la valla estuvo al borde de sucumbir. Zabala se elevó, estiró sus brazos para controlar en los aires, y la caprichosa se escabulló entre sus manos, dio en el travesaño, picó en la línea y recayó en su poder. “Ahí me di cuenta que había algo más que un buen momento, tenía el factor suerte de mi lado”, explica quien fuera DT de Roncedo en las temporadas 2012/2013.
La concatenación de virtudes, circunstancias, confabulaciones y hechos azarosos traccionaban a Zabala hacia el umbral de la historia.
El dato estadístico de la valla inquebrantable del “albiceleste” en el año empezaba a recorrer con más fluidez y resonancia por los entornos futboleros de un pueblo netamente futbolero como Alcira Gigena. Ya no pasaba desapercibido que a Roncedo hacía cinco partidos que no le convertían un gol (sumando los dos amistosos de preparación). Y por si fuera poco, se aproximaba el clásico en cancha del “inglés” ante el equipo de Eduardo Saporiti.
¿Cómo pudo haber sido aquél clásico?...como casi todos los clásicos: cerrado, chato, con equipos sin correr demasiados riesgos, resguardando el cero en el arco. Pese a ello, Zabala tuvo que intervenir en un cabezazo de Claudio Lanza y un remate a distancia de Sergio Magallanes. Mucho más aún luego del gol de Oscar Núñez, a 10’ del final, que terminaría inclinando la historia a favor de Lautaro Roncedo, el médico gaucho. Caía la tarde en Alcira, el arroyo de Tegua se bañaba en sombras y la reverberancia del grito de gol permanecía como dulce compañía entre las esferas “albicelestes” y se instalaba como un tormento entre la falange “albinegra”. La estadística, al final de ese domingo, diría que otra vez el equipo de Hugo Battaglino miraba a todos desde arriba, y Zabala le daba más cuerpo a lo que ya era “una causa de todos”: el sostenimiento del arco invicto. Acumulaba su valla inexpugnable en las primeras cuatro fechas del certamen. El conteo de los minutos ya se hacía familiar en esas charlas futboleras de café que se multiplicaban a lo largo del ramal del Ferrocarril Mitre que atraviesa la localidad.
Sportivo Municipal de Río Cuarto asomaba como una amenaza para el puntero en ambos frentes. “A esa altura jugaba dos partidos: contra el rival de turno y tratando de preservar el invicto. Pero dominaba la tranquilidad; la buena defensa y un equipo confiable hacían casi todo. Yo no tenía muchas chances de atajar por la solidez del equipo, pero una por tiempo tenía que sacar y responder…”. Ese orden y juego atildado de Roncedo que referenciaba Zabala se puso de manifiesto en aquella quinta fecha ante los dirigidos por Eduardo Quiroga. Victoria dos a cero por los goles de Contrera y Ríos, una producción abrumadora en la primera parte y con altibajos en el complemento. El abrazo de celebración por cada triunfo “albiceleste” contenía mayor intensidad cada vez que se producía con el “1”.
Siempre se aclara que el equipo está por encima de todo, y eso es cierto. Pero también es cierto que para la familia Roncedista el invicto del arco no era una cuestión menor a aquella altura. Había un marcado apego colectivo para con la causa de un Emilio Zabala que, en su trayectoria, reconoció padecer el poder de gol del “Cara López, Tato Fernández, Javier Carassai: “Cada vez que nos enfrentábamos me hacía goles”.
En los comienzos de mayo, y días previos a que la Universidad Nacional de Río Cuarto invistiera con el título de Doctor Honoris Causa a un tal Ernesto Sabato, Roncedo afrontaba un nuevo escollo: Talleres en Las Acequias. Los oráculos de la redonda en Alcira vaticinaban una excursión compleja ante los conducidos por Gabriel González. Y la causa de ese “flaco bonachón” arquero de Roncedo era parte de cada una de las elucubraciones de la previa en los ámbitos de discusión. En el plano intrafamiliar representaba más de lo mismo, pues el club era parte de la cotidianeidad. No sólo porque vivían enfrente del estadio, sino porque el suegro de Emilio Zabala tenía la concesión de la cantidad del club. Por ello y mucho más, el invicto de la valla era una cuestión de estado.
Tiempo del fútbol, pitazo de José Díaz y acción en Las Acequias. El equipo de Hugo Battaglino no estaba cómodo. Talleres imponía condiciones de juego y entre Carlos Criado, Ezequiel Mercado y Guzmán amenazaban con destronar a Roncedo y romper ese codiciado invicto de su arco. Sin embargo, el peso de las individualidades torció la historia para los gigenenses. Pedro Rojo hacía alarde de su olfato de gol y marcaba a los 42’ y 46’ del complemento. ¿Partido terminado?, no. El juez otorgaba más tiempo adicional al reglamentario, algo que a la postre sería lapidario en el afán de aferrarse a la continuidad de ‘la causa de todos’. Es que un rapto de lucidez, talento e improvisación de Javier Flores echó por tierra tantos minutos sin conocer la sensación de ir debajo del techo de piola a buscar la pelota para sacar el medio. El lateral derecho de Talleres, empujado por la vergüenza deportiva y sus condiciones, se mandó al ataque, desairó a dos defensores rivales y cuando pisó el área sacó un fuerte remate cruzado rasante. Zabala intentó achicar y se arrojó hacia el balón. El envío le dio entre su brazo y el sector costal de su cuerpo, se amortiguó y terminó ingresando con un suspenso cinematográfico digno de Alfred Hitchcock.
“Recuerdo que finalizaba el partido, tomé la pelota en la mitad de cancha, intenté habilitar a un delantero, y como la defensa se abrió y mis técnico me decían que cuando tenía la pelota en los pies tenía que encarar, fui para adelante y entrando al área crucé el remate. Y fue gol y terminó el partido”. Para el marcador derecho de la dinastía Flores esa evocación difusa no contiene demasiados detalles en la memoria ni carga emotiva, pues la significancia de ese gol no excedió los límites de decorar la derrota 1-2 de Talleres de Las Acequias. Por contrapartida, Zabala recuerda hasta las sensaciones que recorrieron sus entrañas: “Me hace el gol, me levanto, miro al cielo y no podía creerlo. Tenía bronca, la pelota me pega en el cuerpo, y va con efecto entrando… Es puro mérito de él el gol, más allá de que tuve mala suerte pero Javier era uno de los mejores laterales por derecha que tenía la época. Metió una diagonal dejando gente en el camino, hizo una jugada espectacular. Yo hoy no sé si tendría que haber salido antes a achicar o no, lo cierto es que no podía preverlo”.
El traspaso del balón de la línea de meta coincidió con el pitazo final, impiadoso e inoportuno, de José Díaz. Triunfazo de Roncedo en un escenario siempre difícil y mantención de la cima. No obstante el logro no se vislumbraba en el semblante de los futbolistas gigenenses.
“Cuando me hacen gol en Las Acequias parecía que hubiéramos perdido. Hugo (Battaglino, DT) estaba más triste que yo. Nos cambiamos en vestuario en silencio, caídos por perdida del invicto, y eso que habíamos ganado y seguíamos puntero de la Liga”.
La ruptura del invicto también se padeció en otros ámbitos donde el fútbol llega por ondas de amplitud modulada: “Ese día mi señora y mis suegros estaban volviendo de San Luis de visitar a unos parientes y se enteraron por radio del gol. Volvieron en silencio varios kilómetros”.
El desenlace de esta historia dista notoriamente de la que narra con majestuosidad Eduardo Sacheri en su cuento Valla Invicta. El record mundial de Rómulo Lisandro Benítez, según estadísticas de los baqueanos de la época -1942-, está constituido por 3.122 minutos en partidos oficiales en el Atlético Fútbol Club de Loma Baja, un pequeño poblado tierra adentro. Fueron tres torneos regionales de discutible nivel técnico –el autor habla de sobreabundancia de “matungos” en los representativos- logrados con holgura. Ese “galardón indeleble” de Rómulo -aunque hubo otro dos arqueros que iniciaron el engrose del invicto pero quedaron “sepultados en la negritud del silencio eterno”- por poco queda trunco en una de las últimas jugadas del certamen, con Atlético campeón dos fechas antes. El revulsivo win izquierdo del Sport Cañada rompió líneas, quedó mano a mano con el poco virtuoso de Rómulo y sacó un disparo que dio en la base del palo. Revolcado en el guadal del área, con la gorra mal calzada y sin saber dónde estaba la pelota, el “1” se puso de pie en el mismo momento en que el win iba por el tributo procurando saltarlo para acortar un tiempo y empujar el balón -que coqueteaba por la línea de sentencia- al fondo del arco. Ambos chocaron y quedaron tendidos. Fue allí que, cual aparición divina, emergió el Gordo García para despejar el peligro e instalar definitivamente a Rómulo Lisandro Benítez en la eternidad de su pueblo.
Emilio no era un desposeído de cualidades, ni la Liga Regional era un torneo menor con equipo donde sobreabundaban “matungos”. El personaje magistralmente ilustrado por la pluma de Sacheri logró lo que no Zabala. El guardameta de Roncedo acumuló 724 minutos con su valla invicta (dos partidos amistosos, y casi seis partidos oficiales). Una marca nada despreciable que, más allá de los guarismos, estuvo compuesta por esas historias y circunstancias que llenan el alma por el trayecto realizado. Esas mismas historias y anécdotas encierran seguramente otras marcas similares de otros goleros en distintos momentos de nuestra Liga Regional. Por caso, Roberto Medran en Estudiantes estuvo 10 partidos (toda una rueda) sin recibir goles en 1978. Fueron 923 minutos, según los registros del comunicador e historiador “celeste” Marcelo López Tobares.
O bien Pablo Pezzini, histórico arquero de Atlético Adelia María, que perduró seis partidos sin recibir goles en el Clausura 2007 (de la 9na. a la 14ta. fecha) con la particularidad de que, en ese mismo certamen, mantuvo también su valla invulnerable del segundo al quinto compromiso.
Otros seis partidos completos sin recibir tantos estuvo Julio Arévalo en el arco de Ateneo Vecinos de General Cabrera. Fue en el Apertura 2009, de la fecha 8 hasta la 13.
A nivel nacional aún se recuerda, por su magnitud, la campaña del arquero de Tristán Suárez Alejandro Otamendi que parecía relegada al silencio que generan las categorías más bajas del ascenso. Es que aún ostenta el récord absoluto de valla invicta en el fútbol de AFA con 1.115 minutos sin sufrir un gol en contra. Es decir, 12 partidos y 35 minutos. El 5 de noviembre de 1994, por la 16º fecha del torneo, Otamendi superó el récord que hasta ese momento atesoraba Daniel Tremonti, de Barracas Central, que en 1988 había alcanzado 1.113 minutos invicto.
En el plano internacional, el gran Dino Zoff con la selección de Italia no recibió ningún gol durante 1.142 minutos, más de 12 partidos invicto entre 1972-74; y en la Liga de España Abel Resino, del Atlético de Madrid, sumó 1.274 minutos sin ser vulnerada su meta, entre 1990 y 1991.
“Las rachas están para cortarse”… Es un lugar común en el fútbol. Las rachas son circunstancias que denotan momentos que pueden o no tener explicación racional. Vaya si es así, apenas expiró el invicto de la valla de Emilio Zabala, un de par de semana después, le hicieron cinco goles en un mismo encuentro. Fue en un histórico 7-5 con el que Roncedo vencía a Municipal de Adelia María. “A la salida de esa racha, le ganamos a Municipal 7 a 5… Me llegaron de todos lados, y entraron todas, no agarré una… no tiene lógica lo que pasó”, exclama el guardameta que aún hoy admira la solvencia y sobriedad de Ubaldo Matildo Filloy.
-¿Qué le diría a Javier Flores si pudiera hablar con él?
-Felicitarlo, con bronca decirle que le tengo envidia sana. Hizo un jugadón que merecía ser gol, pero justo a los 49 del segundo tiempo. Lo podría haber marcado en otro partido (lamenta entre risas).
Datos y fuentes consultadas:
- Archivo Histórico Regional; Diario Puntal.
- Aportes Facundo Battaglino, periodista y Locutor de Alcira Gigena
- Archivo Al Toque.
- Archivo Marcelo López Tobares, comunicador e historiador de Asociación Atlética Estudiantes.
- Estadísticas Fútbol Argentino.
- Estadísticas SoccerNumber, La Gazzetta dello Sports de Italia, Diario Marca de España.
Gráfico y fotos: Al Toque
Redacción Al Toque