Por Franco Evaristi
En un segundo nada más, mejor dicho en una fracción de segundo. En ese tan corto lapso de tiempo se filtra la ira, el descontrol y no hay más solución. La racionalidad se esfuma en en un abrir y cerrar de ojos, y con eso basta… Momentos después, llega el tiempo de lamentos y búsqueda de explicaciones a algo que no lo tiene. Eso le ocurrió a Gerardo Bertorello, defensor de Lutgardis Riveros, en el partido ante Banda Norte.
Cuando se jugaba el minuto 27 del complemento, el árbitro Jorge Benítez vio una mano de Filipone dentro del área y el juez sancionó penal para el “verde”. Esa sanción generó las airadas protestas no sólo de jugadores, sino también del cuerpo técnico gigenense. Esa vehemencia en el reclamo tenía su anclaje no sólo en ésa jugada puntual, sino en una similar, pero favorable a Riveros, en la que el árbitro no cobró la pena máxima (dicen que no la vio).
Amén del enojo generalizado, Carlos González hizo efectivo el tiro desde los doce pasos y marcó el gol de Banda Norte: 1-1.
Cuando los jugadores del “verde” aún festejaban, Jorge Benítez, que caminaba hacia el círculo central, retrocedió raudamente y expulsó a Gerardo Bertorello, supuestamente por exceso verbal. Ni bien el juez guardó la tarjeta y enfiló hacia el centro del campo, floreció la furia en el defensor de Lutgardis Riveros. Desde atrás, le aplicó un violento puntapié –a la altura de la pantorilla- a Benítez que lo hizo trastabillar y caer. Como pudo, Benítez se levantó con claros gestos de dolor y se retiró, acompañado de sus asistentes, rumbo al vestuario, lugar en donde luego decidió suspender el partido cuando restaban casi un cuarto de hora por jugar (la determinación la realizó amparándose en el reglamento).
Ni bien Benítez caminaba hacia el vestuario tras recibir la patada de atrás, Bertorello ya estaba arrepentido. En su semblante se vislumbraba, sus gestos lo denotaban, su tristeza y su arrepentimiento estaban a la vista, a flor de piel. Pero ya era tarde. La pulseada, en ese instante –fatídico para el defensor-, la había ganado la ira, el descontrol, la furia.
Bastará con cerciorarlo en el mundo futbolero de la Liga, pero Bertorello es de esos defensores sin maldad, correctos, sin mala leche, dentro y fuera de la cancha. Lo cierto es que fue víctima de una milésima de irraciocinio, potenciado por un momento particular del partido (en donde las pulsaciones marchan a mil revoluciones por hora) y algunas situaciones de índole personal que le tocó vivir en los últimos cuatros meses (pérdida de seres queridos). Con eso bastó para incurrir en un acto totalmente reprochable. Pues, nada justifica una agresión a un árbitro en el marco de un partido de fútbol, independientemente de la buena o la mala tarea que pueda haber cumplido. Por ello, Gerardo Bertorello debe ser juzgado por el Tribunal de Penas como le cabe a un hecho de agresión a quien imparte justicia dentro de un campo de juego. Aunque no sería correcto “demonizar” a un futbolista por cometer un yerro, grave en este caso. Sí habrá que recaerle con el peso (pesado) de la ley de infracciones porque corresponde, pero no hay que señalarlo como a un “bicho raro”.
Los momentos de furia generalmente tienen consecuencias indeseables. Por eso desde el mismo momento en que Bertorello tomó conciencia de que había agredido a un árbitro por no estar de acuerdo con sus decisiones ya estaba arrepentido…claro, ya era muy tarde, la pulseada la había ganado la ira.
Desde el vestuario.- A la salida del estadio, Jorge Benítez le dijo a Al Toque que se encontraba bien, pero aclaró que no podía hacer declaraciones a la prensa hasta tanto no confeccionara el informe correspondiente para elevarlo al Tribunal de Penas de la Liga Regional.
Según un médico de la emergencia que se llegó al estadio para asistir al árbitro agredido, Benítez presentaba contusiones menores en la pierna y un pequeño corte en la rodilla derecha, el mismo se produjo cuando cayó tras el puntapié recibido.
Redacción Al Toque