Todavía sobrevuelan los agrios recuerdos devenidos de un período de sufrimiento y angustia. Aquél tramo final de la temporada 2007/08 encontró al Estudiantes de Hugo Mattea deambulando por las profundidades de su zona. Allí, discutía palmo a palmo, fecha a fecha con Trinidad de San Juan la permanencia en la categoría. Eran tiempos de reveses, derrotas acostumbradas en los clásicos ante Atenas y escasez de alegrías para los fieles de siempre que no perdían las esperanzas.
Y el grupo respondió. Desde sus entrañas resurgió el fuego sagrado que le permitió gambetear una situación urticante y estresante.
Ese periplo dejó, amén del desahogo, enseñanzas varias y directrices de cara al futuro. Sabido era que había que cambiar para no seguir sufriendo. Y ese cambio empezó a gestarse a partir de las creencias en sí mismo. La consolidación de un plantel genuino y la ratificación de la confianza hacia esos mismos valores que le pusieron el cuerpo a los momentos más difícil de la institución (una fuerte apuesta dirigencial) oficiaron de basamento en el que se cimentó este despegue “celeste”.
Siguiendo una línea de trabajo impartida desde la coherencia global del proyecto, Hugo Mattea y su equipo de trabajo encaró el renacimiento protagónico. Se creó una estructura que fue más allá de los nombres y los apellidos. La coyuntura pudo más que el individualismo. Pero esa estructura se vio potenciada por el peso específico de los valores.
Los objetivos siempre fueron cortos, acordes al presupuesto y a la filosofía de vida de su orientador técnico. Así fue sorteando etapas. Creció desde las enseñanzas en las dificultades y se consolidó desde los momentos de bonanza.
La incorporación para la segunda mitad del torneo del volante central Sebastián Pérez terminó de pulir el funcionamiento adecuado a las necesidades, con un arquero infranqueable, una dupla central y una defensa muy sólida e individualidades que explotaron en momentos oportunos. Esto no quiere decir que le sobró cuerda, nada de eso. Pero Estudiantes supo marcar diferencias, una cualidad no menor en un certamen tan parejo y disputado como el Argentino B. Esa virtud le permitió gestar una seguidilla de 18 partidos sin perder, con más 700 minutos de valla invicta en el arco de José Mancinelli. Es período “celestial” lo catapultó como le mejor de la Fase Clasificatoria y lo dejó bien parado de cara a la Fase Fina. Y no le tembló el pulso en esa instancia decisiva. Ganó los partidos que tenía que ganar, empató en los que había que sumar y cedió terreno –ante Atenas en el último duelo- cuando no significaba más que un tropiezo. Y si de rescatar cuestiones importante se trata, es para ponderar la tranquilidad con la que afrontó partidos clave para torcer historias. Aprendió de yerros añejos, no tropezó con las mismas piedras y supo jugar finales (como la de ayer) y ganarlas.
Pese a todo lo anteriormente esgrimido, hay algo real: este equipo todavía no logró el ascenso al Argentino A (tendrá dos chances por delante por jugar), no obstante supo revertir una delicada situación deportiva que afectaba directamente lo institucional…y eso no es poca cosa, eso ya es un triunfo de un trabajo realizado a conciencia por parte de protagonistas principales, actores secundarios y actores de reparto, operarios, todos aportaron su cuota.
Creer, crear, crecer…tranquilamente podría ser el lema de este Estudiantes que ahora va por salto de calidad.
Franco Evaristi – Redacción Al Toque