Diciembre de 1976. Arsenal de Holmberg asentaba su nombre en la historia del fútbol regional. Por primera vez un equipo de la Liga trascendía las fronteras del país. El destino fue Talagante, una pequeña ciudad cercana a Santiago de Chile. Hacia allí llegaron las irradiaciones del fútbol luminoso de aquél equipo dirigido por Juan Nawacki y presidido por un tal... Blas Mariscotti.
Talagante. Quizá no les suene familiar a muchos. O sí a quienes conozcan en detalle al vecino país de Chile o se vean atraídos por esas historias esotéricas que encierran algunos poblados del mundo. Éste es el caso. Talagante es un pueblo de no más de 60 mil habitantes ubicado a 36 kilómetros de Santiago que desde tiempos inmemoriales ha sido asociado a historias de magia, brujería y fenómenos paranormales. Así lo indica el propio nombre de la ciudad cuya traducción significa “lazo de la bruja o el hechicero”.
Esas noticias, en épocas en las que no se propagaban tan fácilmente como ahora, quedaban reservadas por lo común a los dichos de algunos trasnochados o bien a algún conversatorio típico.
Corría el año 1976. Las dictaduras militares azotaban gran parte de Latinoamérica. En Argentina desde la implantación “de lo que se conoció” como “Proceso de Reordenamiento Nacional”, tras el golpe de estado del 24 de marzo. A partir de allí, la Constitución Nacional –es decir, la ley de leyes de la República Argentina–, dejó de regir la vida política del país y los ciudadanos quedaron subordinados a las normas autoritarias establecidas por los militares.
Y en el país trasandino desde el 11 de septiembre de 1973, cuando una Junta Militar toma el poder político, estableciendo un gobierno de facto que incluyó la clausura el Congreso Nacional, la prohibición de los partidos políticos y la instauración del Estado de Sitio. Éste último dato no estaba muy claro en la delegación de Arsenal de Holmberg que incursionó en tierras chilenas por esos años. “Una noche recuerdo nos metimos en un baile. Y allá estaba el toque de queda (prohibición establecida por instituciones gubernamentales de circular libremente por las calles de una ciudad, por lo general en horas nocturnas) y tres de los nuestros quedaron presos porque salieron después de la hora permitida y los guardaron sólo por caminar después de hora. Tuvo que ir Pachacho (Mariscotti) y pagar la multa para que salgan”, recuerda entre risas Omar Carranza, férreo stopper de aquél equipo.
La vida transcurría mientras los diarios titulaban que la junta militar “estaba ganando la batalla contra la subversión”. Y en ese transcurrir, por estos lares, Antonio Ubaldo Rattín le daba un nuevo título liguero al Estudiantes de Seghetti, Mansilla, Arias, Algarbe, Robles, Funes… Mientras Acción Juvenil de General Deheza debía conformarse con una excepcional campaña: subcampeón invicto, la valla menos vencida y el segundo goleador del certamen (Oscar Rufinetti).
Sin embargo, la resonancia informativa de ese tramo final de 1976 no se agotaba en la definición de la Liga Regional. Tampoco en la disputa de la Copa Confraternidad que luego animaron Atenas, Estudiantes, Racing e Instituto de Córdoba. Estaría dada por un hecho sin precedentes: el viaje de un representativo regional a disputar un cuadrangular fuera del país. Club Atlético Arsenal de Holmberg se embarcaba hacia lo no explorado nunca por nadie. ¿Y quién si no él detrás de esa “locura”?, Blas Mariscotti. Pachacho hizo posible desde lo dirigencial aquello que el DT de la “Granada”, Juan Nawacki, había gestionado desde a sus contactos y amistades en su paso por Chile (fue un inmenso goleador de Universidad Católica -campeón en el ‘61-, O’ Higgins -1963-, Deportes Quindío -1965-).
“Juan había hecho todos los contactos y Pachacho se encargó de todo lo demás. Era una locura para aquella época, una travesía, ir hacia lo desconocido”, reconoce Hugo Battaglino, el “8” con dinámica de aquel equipo del recuerdo. “Dirigentes como Pachacho no va a haber más. Él hacía todo, gestionaba, quería dirigir, patear los córner, atajar (risas)”, agrega Carranza.
La aventura tendría como destino aquél poblado chileno donde los más ancianos confirmaban la veracidad de muchos reportes de avistamientos de brujas (testigos aseguraban que las brujas cuando volaban se convertían en una especie de cabeza con alas, siguiendo una oscura ruta que comprendía las localidades de Pomaire y Talagante). Además de las brujas, a Arsenal lo esperaba una justa deportiva con tres equipos que habían obtenido el derecho a disputar, en 1977, la “liguilla” de primera división de Chile: Andarivel El Monte, Complejo Química y Club Municipal de Talagante. Además de su carácter de inédita, era una cita de prestigio y responsabilidad por la representación institucional. Por tanto, el equipo del Batallón se reforzó para la ocasión. Pues el año futbolístico en la Liga no había finalizado de la mejor manera (al menos en la primera división, porque la cuarta se había consagrado campeona). La derrota en la última fecha por 1-0 lo sepultó en el último lugar de la tabla, compartiendo esa poca honrosa distinción con Belgrano-Toro de Moldes (sumaron tan sólo 4 puntos en 10 partidos).
A las figuras propias como Hugo García, Ramón Ojeda, Omar Carranza, Tula, Rodríguez, Heredia, Battaglino, Molina, Anghilante y Quiroga se acoplaron Francisco Gabasio y Miguel Ayala de Belgrano-Toro de Moldes, Hugo Amaya, marcador de punta de Banda Norte, Prieto de Canals, y el arquero Juan Ayala (hermano de Miguel), de Independiente Dolores de General Cabrera.
Sin prepotencia, pero con el reconocimiento de la valía de los integrantes de ese plantel, el “negro” Miguel Ángel Ayala dice que “se armó un cuadrazo. Me acuerdo que después de un partido contra Atenas que jugamos con el Belgrano-Toro de Moldes nos esperó Juan (Nawacky) para decirnos que nos quería para ese cuadrangular a mí y a Gabasio”.
No más de quince días distanciaban el cierre del certamen liguero con la incursión por la nación hermana. Tiempo suficiente para que “el Ruso” Nawacky planifique la “versión internacional” de Atlético Arsenal. Antes de partir, disputó dos amistosos. Goleó a Municipal y empató ante el subcampeón Acción Juvenil en General Deheza.
Todo estaba listo para la aventura. El jueves 2 de diciembre a las 23.15, enfrente del “kiosco del Pachacho” contiguo al Hotel Plaza, la delegación emprendía viaje hacia la semi-ruralidad de los extramuros de Santiago. Eran 5 autos particulares que transportarían la ilusión de todo Arsenal. “Fuimos en autos de dirigentes y allegados. Pachacho en su Fiat 128, un hombre Tamame de Cabrera en su Ford Fairlane donde fui yo, y otro hombre Soda también de Cabrera, creo que en un (Peugeot) 504. Fue una travesía impresionante”, exclama Battaglino.
En los pasacasettes de los coches, mientras transitaban la Ruta Nacional 7 hacia el país trasandino, las AM propalaban informaciones de las más variadas. El presidente de la FIFA, Joao Havelange, tras una reunión con el presidente Rafael Videla, confirmaba la disputa del Mundial de Fútbol 1978 en Argentina, país dotado con “todas las garantías e infraestructura para el desarrollo del certamen”. Paralelamente se conocía el deceso de dos hinchas de fútbol, saldo de un enfrentamiento (con palos, piedras, e incluso armas de fuego, según el informe de la Agencia Telam desde Santa Fe) entre las parcialidades de Talleres de Córdoba y Colón. A todo ello, las crónicas hablaban del abatimiento y detención de “subversivos” en San Luis, San Juan y Córdoba; la aprehensión de profesores universitarios que osaban expandir la teoría marxista, mientras el almirante Emilio Massera, Jefe de la Armada, instaba a los periodistas a “aprender a disentir en paz, a amar la vida”.
El solo traspasar la frontera divisoria de naciones fue una fuente de anécdotas: “Llegamos a la Aduana y no nos dejaban pasar porque yo no tenía DNI, tenía sólo una constancia. Ahí estuvimos más de una hora detenidos”, detalla Carranza, quizá el más incrédulo acerca de la capacidad de los vehículos de la época de lograr sortear el “caracol cordillerano” hacia el Cristo Redentor para afrontar el Paso Internacional a Chile y el posterior descenso. “Yo decía que ni loco me subía ahí en auto, pensaba que los coches no podían. Pero llegamos. Tenía un miedo bárbaro estando allá arriba. Y ni hablar cuando nos descolgamos para el lado chileno. Fue impresionante, una experiencia que no creo vuelva a repetirse, son viajes que no se van a olvidar”. “Atravesar la cordillera fue fabuloso. Quedé impresionado yo y todos. Era imponente el paisaje”, refuerza Hugo. Y Ayala aporta un dato no menor: “Salimos a las 12 de la noche y llegamos a las 12 de la noche del otro día a Talagante. Paramos en Mendoza a comprar plata chilena y nos entregaron 800 pesos equivalente a la plata de ahora, pero tenía una gran validez el dinero”. Lejos de la improvisación, los representantes de la región iban preparados para la subsistencia: “Nosotros llevamos cosas para vender, vaqueros, pantalones, zapatillas, perfumes y en los momentos libres caminábamos y ofertábamos. Vendimos todo, y con esa plata comprábamos cosas nosotros allá en Chile”.
El “gringo” Battaglino y el “negro” Carranza aún se acuerdan de la cálida recepción de los habitantes de la Ciudad de las Brujas: “Nos atendieron muy bien, paramos en casas de familias y nos incorporaron como si fuésemos parientes. Encontramos gente muy buena, muy cordial”.
Ya instalados en tierras ajenas (aunque no lo parecía por la hospitalidad recibida), llegó el tiempo del fútbol. Debut en el Estadio Municipal de Talagante. “Linda canchita, no tan pareja pero estábamos acostumbrados porque nosotros entrenábamos en la cancha del arroyito (más conocida como El Talar) y tampoco estaba muy buena que digamos…”, señala Ayala.
La fluidez de la comunicación en aquellos tiempos no era cosa sencilla. Periodísticamente, seguir paso a paso aquella aventura de la “Granada” también era un desafío. Igual, la información llegó, en pocas líneas, pero llegó. Diario La Calle tituló: “Arsenal debutó con triunfo en Chile”. Allí se describe escuetamente un estreno “auspicioso” del equipo de Holmberg en el cuadrangular internacional ante El Andarivel del Monte (reforzado para la ocasión) en una victoria holgada: 5-1. “Gran trabajo colectivo destacándose algunas individualidades como Carranza y Gabasio y Ayala”, reza la información. Arsenal lograba el pase a la final.
“Goleamos en el primer partido. Tuvieron un gran partido Gabasio y Ayala. Yo creo que estábamos muy bien en Argentina en el fútbol. Y sobretodo en lo físico. Los pasamos por arriba me acuerdo en lo físico, había una marcada diferencia de velocidad. Acá siempre se trabajó bien la parte física y eso marcaba ventajas. Allá se ve que no estaba tan explotado. Había momentos que llegamos a creer que eran muy inferiores a nosotros, porque hubo mucha diferencia incluso con los refuerzos que llevamos”, analiza a la distancia Battaglino, quien vivió esta experiencia por esas cosas del destino: “Yo llegué a jugar en Arsenal esos dos años (´75-´76) porque me tocó la colimba en Villa Martelli. Pero acá el Mayor Rodríguez fue preguntando quienes podrían ser jugadores de fútbol. Y me postulé, me llamó y pregunto si quería ir a hacer el servicio a Buenos Aires o quedarme en el Batallón de Holmberg y jugar al fútbol en Arsenal. Me aconsejó que cuando me citen a tomar el tren para salir a Buenos Aires no me presenté, y yo tenía miedo de que se me declare desertor. Pero a los 10 días voy al Batallón y empiezo a jugar en Arsenal”.
Entre partido y partido había tiempo para conocer. Explorar era un mandato casi obligado para esa incursión inédita. Y así fue que gracias a las vinculaciones de Juan Nawacky ese puñado de talentos de nuestra Liga Regional logró conocer el Estadio Nacional de Chile. La cita era en un cuadrangular entre Palestino, Colo Colo, y las dos Universidades. No sólo que pudieron contemplar la majestuosa infraestructura, equipos de primer nivel, sino que hubo un inesperado plus: “Nosotros fuimos todos vestidos iguales, estábamos deslumbrados y llegamos hasta firmar autógrafos en ese mítico estadio, la felicidad que teníamos… La gente nos quería porque no éramos porteños, allá no querían a los porteños; a los cordobeses nos amaban”, trae a la memoria con precisión Miguel Ángel Ayala, quien también detalla otro recuerdo que ayuda a adentrarnos al contexto socio-político de aquellos tiempos: “Antes de jugar el segundo partido, un día nos pusimos a lavar ropa y salimos a ver a ese chiquitito malo que visitaba Talagante (en referencia al dictador Pinochet)”.
La Copa Carranza o Ciudad de Talagante de 1976 esperaba por Arsenal de Argentina o el Club Municipal local, que había eliminado a Complejo Química. El estadio de la comuna se pobló con fervientes seguidores del local que “avivaron a sus deportistas”.
Las difusas reconstrucciones de aquél encuentro indican que si bien hubo paridad, la supremacía de la escuadra de Holmberg era perceptible. Diario la Calle de la época lo resume: “confrontación muy lúcida, con ribetes sensacionales”. Fue triunfo 2-1 de Arsenal por los goles de Hugo Amaya y el “Negro” Ayala para conservar el invicto y retornar con gloria y con “un trofeo de tanta importancia porque inscribe el nombre de un equipo de la Liga Regional en el plano internacional”.
El seguimiento informativo del periplo de los muchachos de Pachacho se retomó varios días después con un título que jugaba al misterio; nada adelantaba sobre la performance en aquella final: “La delegación de Arsenal emprendió hoy el regreso”. Sin embargo, la primera línea califica de “formidable” la campaña.
El trayecto y desenlace de ese certamen organizado por la Unión Comunal de Juntas de Vecinos de Talagante generó un aluvión de elogios para los futbolistas nuestros. A tal punto que la gran mayoría fueron tentados para incursionar en clubes del fútbol chileno. Por caso Omar Carranza: “Gracias a ese viaje me surgió la posibilidad de jugar en Colo Colo. Fui de nuevo a las semanas a Chile y estuve quince días en Colo Colo. Jugué unos partidos amistosos con la (Universidad) Católica y O’Higgins, recuerdo que fui titular. Pude quedarme, pero me volví por el tema familiar y por mi laburo, se me acababa la licencia y no podía arriesgar el laburo”.
Algo similar le sucedió a Miguel Ángel Ayala: “A mi Nawacky me quería llevar a La Católica, pero después me aclaró que yo no era de Arsenal, era refuerzo, y la intención era vender a los jugadores del club, pero fue hermosa la posibilidad”. El volante central era considerado por el voto popular como el mejor jugador del torneo aunque no pudo serlo finalmente porque fue expulsado en la final.
Battaglino, en tanto, sabía que su futuro estaba en estas tierras: “Sabía que había interés, pero nunca lo consideré quedarme allá porque tenía todo acá”.
Con la Copa en el baúl del 128 de Pachacho, envuelta en la indumentaria oficial, la excursión expiraba. Dado el cobijo de los hermanos chilenos, el viaje duró un poco más de lo pensado.
“Después jugamos un amistoso en la fábrica de Zapatillas Bata, que su propaganda estaba en todas las canchas. También fue hermoso e íbamos a jugar un amistoso con un equipo que salió campeón en Viña del Mar pero al final no pudimos porque Huguito Battaglino tenía que rendir para su carrera de preparador físico y jugar ese partido estiraba la estadía tres días más y no se pudo dar”, puntualiza Ayala con la misma precisión con la que cortaba el circuito de juego de los rivales en la mitad de cancha.
Las adjetivaciones de quienes vivieron la “travesía Talagante” son coincidentes y redundantes. Nada podía empañar aquello que se disfrutó con tanta intensidad. Ni siquiera la rotura de la bomba de agua del 128 de Pachacho, a la salida de Desaguadero. Ni las más de dos horas que demandó reparar ese percance mecánico en el ajetreado Fiat de Blas.
A horas de la asunción del teniente coronel Camilo José Gay como nuevo jefe del Batallón de Arsenales 141 “José María Rojas”, acto presidido por el comandante del III Cuerpo del ejército, general de brigada Luciano Benjamín Menéndez, arribaban los hacedores de la gloria deportiva de la época. En medio de muestras de cariños de gente del fútbol y familiares, el peregrinaje llegaba a su fin.
La tradición indígena originaria en aquella zona de chile, en cercanías de la rivera oeste del curso inferior del río Mapocho, decía que “el diablo venía desde Peñaflor a Talagante en una carretera muy elegante”. Ya con la proeza consumada aquella teoría antropológica bien podría trocar, pues el embrujo llegó desde Holmberg no en carretela, pero sí en coches con conjuros hacia los únicos poderes que poseían estos hechiceros del Pachacho: calidad, destreza, técnica y una gran dosis de potrero.
Por Franco Evaristi
Gráfico: Al Toque