La visita de la Selección Nacional a Río Cuarto, un 20 de marzo de 1974, se tiñó de ribetes históricos y anécdotas poco frecuentadas. El 4-0 del combinado argentino que se alistaba para el Mundial de Alemania Occidental ante el equipo de la Liga Regional entregó un hecho en el que pocos repararon: el “caño” que el marcador Miguel Angel Giordanino le metió al virtuoso “loco”.
Quién fue el raro bicho
que te ha dicho, che pebete
que pasó el tiempo del firulete…
El rezongar del bandoneón, los acordes de un excelso piano y la perfecta interpretación del Varón del Tango, Julio Sosa, nos introduce en la resistencia, allá por la década del ‘60, a la desaparición del Firulete como sello distintivo en el baile de época. La milonga creada por Mariano Mores con letra de Rodolfo Taboada expresa en el Firulete el lugar que el tango ocupaba y no debía perder dentro de la cultura tanguera. El Firulete representa una serie de movimientos coreográficos. Es producto de la improvisación y cuantos más artilugios realizan más atractivo puede ser el baile. Y como el tango y el fútbol tuvieron y tienen una ligazón indisoluble por tradición y cultura la acepción del Firulete se emparentó a la belleza creativa de los talentosos del balompié.
A lo largo de la historia hubo maestros que hicieron del Firulete una forma de entender y sentir el fútbol, pues en esencia era la impronta del potrero de algunos iluminados. René Orlando Houseman cabía perfectamente en esa categoría. Ese “flaco” desgarbado nacido en La Banda, Santiago del Estero y crecido a fuerza de necesidades básicas insatisfechas en el Bajo Belgrano porteño, hizo del Firulete parte de su identidad futbolera. El ADN de este crack del recordado Huracán de Menotti del ‘73 incluía en su vasto repertorio al “caño” como recurso estético/productivo.
Houseman encarnaba la magia del fútbol que debiera reivindicarse siempre. Era habilidad e inteligencia puesta al servicio del equipo. Era puntero el también llamado Huesito (“me decían así porque pesaba 60 kilos mojado”). Pero el lateral o la banda derecha le quedaba chica. Porque podía arrancar por cualquier sector de la cancha. Y armar desparramos inolvidables. Frenaba, amagaba y salía. Volvía a frenar y volvía a salir para dejar a los marcadores girando en falso y frecuentando el ridículo. Esa sensación de ridículo al cual acostumbraba someter un “tira-caños” por excelencia un día la padeció casi como venganza divina del colectivo de defensores y mediocampistas víctimas de la desfachatez futbolera del Loco. Y fue en Río Cuarto. Un 20 de marzo de 1974. Fue en cancha de Atenas en un amistoso entre la Selección Argentina y el combinado de la liga riocuartense que ostentaba el título de Campeón Argentino de 1973.
El equipo nacional dirigido por Vladislao el “polaco” Cap transitaba un periodo de construcción/consolidación rumbo a la cita mundialista de Alemania Occidental. Es por ello que en aquél recordado día se dieron cita en el estadio “albo” muchos de los futbolistas que luego disputaron el Mundial meses después: Santoro, Fillol, Sá, Glaría, Squeo, Brindisi, Houseman, Chazarreta, Telch, Balbuena…
La inédita presencia de un combinado mayor nacional en la ciudad se concretó a partir de denodadas gestiones de la clase política local, liderada por el intendente Julio Humberto Mugnaini. Fue un día de júbilo para el pueblo futbolero de Río Cuarto y región. Pese a la flojísima producción que la Selección Nacional había manifestado en el 2-1 ante Sportivo Pedal en San Rafael, Mendoza, en la previa a su llegada a Río Cuarto, la expectativa desbordaba y se evidenciaba en las oficinas de la Municipalidad, de la Liga y comercios que expendían las entradas (Alga Sports, San Siro Deportes, Vega Sports, entre otros). Aquella abultada recaudación (más de 20 millones de pesos) estaría destinada luego a la niñez necesitada, según el compromiso de los organizadores del encuentro.
El plantel nacional arribó un día antes del encuentro y se hospedó en un hotel ubicado a metros de la sede comunal. Los vecinos aún guardan en sus retinas la imagen de aquellos ídolos caminando por la Plaza Olmos, algunos tomando mates y otros resguardados a la sombra de los arboles fumándose algún puchito para amenizar la espera, como reza el tango de Gardel.
Los ecos del “Navarrazo”, la modificación del Código Penal, la famosa Ley Asociaciones Sindicales, la interna Peronista y el agravamiento de la enfermedad cardíaca crónica e irreversible del Presidente Juan Domingo Perón marcaban el pulso socio-político en el país. Mientras, Río Cuarto se vestía de fiesta. Lustraba sus bártulos para la gala. El intendente recibía un banderín artístico de parte del gerente de AFA, Ernesto Wiedrich, como tributo por las múltiples atenciones de las que habían sido objetos los integrantes de la delegación nacional.
Los campeones argentinos del ‘73 entremezclaban la emoción por el compromiso de magnitud con la incertidumbre de qué resistencia podrían brindarle a una selección nacional con menos de diez días de preparación y sin figuras de renombre como La Mona Arana (lesionado en un entrenamiento en Estudiantes). “Nosotros veníamos de un parate de un mes, y nos avisaron una semana antes. Así que tuvimos que planificar el partido con entrenamientos específicos. Pero yo estaba tranquilo porque sabía que tenía un plantel con una fortaleza mental y anímica. Era un grupo unido que sacaba todo adelante”, reseña Norberto Carrizo, el DT de la selección riocuartense. El orgullo por sus ex dirigidos aún hoy se manifiesta en cada evocación: “Entraron a jugarle a la Selección Argentina como si jugasen contra cualquier equipo de la zona”.
Las crónicas de los diarios de época (El Pueblo y La Calle) coinciden en que los primeros 25 minutos de Río Cuarto fueron fantásticos: imponiendo condiciones, manejando el balón, neutralizando el poderío ofensivo de la distinguida escuadra “albiceleste”. “A tal punto jugamos bien esos primeros minutos que yo tenía una barra de hinchas detrás de mí que había venido de Villa María que decían…´no por nada son los campeones argentinos´. Fue muy bueno lo nuestro en esos primeros minutos”, agrega el conocido “cabezón”.
El punto de inflexión en el juego lo marcó el primer gol de Potente. Un tiro recto que parecía controlable por Juan García rozó en el alguien (algunos se lo atribuyen a Santamaría, otros aseguran que dio en Flesia) y determinó la apertura del marcador y, a la postre, el inicio de la supremacía del equipo de Cap. Suerte esquiva, como dice el tango de Antonio Bartrina.
“La verdad que no recuerdo demasiado de esa noche, pero el primer gol de ellos se da porque la pelota se desvía en alguien, me descoloca y se me mete”. El arquero Juan García realiza esfuerzos por traer al presente aquello que sucedió una cálida noche de verano tardío de marzo, hace ya 44 años. “Fue un lujo haber jugado contra quienes luego fueron al Mundial representándonos. No pasó nunca más en la historia, fuimos dichosos de jugar contra una Selección Nacional”, valora Juancito, que tuvo el placer compartir el arco con su hermano Hugo en esa velada.
Una ráfaga del fútbol y goles del enganche de Boca, Potente, (32’ y 34’ del PT) y el tanto de Avallay a los 43’ inclinaron resultado para los poderosos en un primer tiempo de escaso vuelo futbolístico. El final de esa primera parte no estuvo signada por el 3-0 de la fría estadística, sino más bien por la capacidad de Río Cuarto de opacar el brillo futbolístico de Brindisi, Telch, Houseman, Santamaría. Y también por algo que para muchos no pasó desapercibido: el caño de Miguel Ángel Giordanino al “loco”. Con esa acción, el defensor liguero depositó al crack en el anecdotario, como lo hacía con las cartas y encomiendas en sus viejos buenos tiempos de cartero, en su Moldes adoptivo.
“Nosotros antes del partido le advertimos al ‘gringo’ que no salga a comérselo a Houseman porque lo iba a dejar pagando con su habilidad y rapidez. No sólo que no quedó pagando sino que le metió un caño y quedó para la historia”, relata risueñamente Eduardo Flesia, emblema de aquella selección campeona argentina.
El DT nacido en Coronel Moldes precisa que “el ‘gringo’ le quitó la pelota sobre el costado que da a la entrada a la cancha, sobre el arco de las cancha de tenis, giró el cuerpo y le tiró un cañazo”. Flesia, algo más escéptico, reflexiona: “Vaya a saber si lo quiso tirar, a lo mejor le salió sin querer, pero lo hizo”. El histórico portero riocuartense, en tanto, asegura que “no fue nada raro. El ‘gringo’ además de ser buena gente, buen marcador siempre arriesgaba por salir jugando”.
Más allá de las interpretaciones subjetivas de la cuestión, el hecho estaba consumado. El rey del caño había sido curado con su propia medicina. Cazador cazado, como reza la letra de un tango anónimo que resonó en las penumbras de los arrabales porteños.
Y ése gringo bonachón, hidalgo, cortés, amante del tango, un buen trago y el tabaco llevó hasta los confines celestiales aquella anécdota. Desde allí quizá esboce una sonrisa toda vez que sus compañeros de andanzas de la gloriosa década del ‘70 evoquen aquél recuerdo.
“Se recuerda el empecinamiento del “huesito” Houseman para ir chocar contra el “gringo” Giordanino y terminó comiéndose un “caño” del defensor”, reconstruye el historiador Omar Isaguirre en una de sus Historias Mínimas en la ya extinguida La Revista de la Clínica Regional del Sud.
Cuatro a cero finalizó aquél partido. Victorio Cocco redondeó la goleada promediando el complemento. Pero la inolvidable noche confluyó en una cena de camaradería con todos los planteles en largas mesas que intercalaban a un nacional y uno de los nuestros. ¿Y cuál fue uno de los temas recurrentes de la tertulia?: el caño a Houseman.
“El cañero era usted pero se comió un caño tremendo”. En esos términos se dirigió Norberto Carrizo al crack santiagueño. Todos lo cargaban en un clima distendido y ameno. “El único que estaba un poco serio, recuerdo, era Santamaría. Pasa que le habían pegado de lo lindo”, relata el “cabezón”.
Poco locuaz y con la mirada tímida, Houseman acompañaba las bromas con sonrisas. Meses después, ya en pleno Mundial de Alemania Occidental los Firuletes del “loco” volverían en su esplendor para matizar lo que a la postre terminó siendo una pobre campaña de la Selección Nacional. Ante Italia, en el recordado 1-1 en el cual marcó el golazo del empate, metió tres caños en el mismo partido. Nada pudieron hacer para contrarrestar su magia Sandro Mazzola y Romeo Benetti.
Ese equipo repleto de talento individual no pudo materializarlo en la expresión colectiva y sucumbió claramente en la segunda ronda de esa cita de prestigio. Cuatro años más tarde, Houseman pudo lograr la Copa del Mundo en la competencia desarrollada en el país y de la mano de su padre futbolístico César Luis Menotti.
Hoy, el entrañable “loco” anda Cuesta abajo en su rodada, como lo indica el tango de Gardel, intentando apelar a sus Firuletes para ganarle el mano a mano al maldito Cáncer. Y como sigue narrando el Zorzal:
Sueño, con el pasado que añoro,
El tiempo viejo que hoy lloro
Y que nunca volverá….
>Síntesis de una noche única
Selección de Liga Regional de Río Cuarto (0): Juan Manuel García (Hugo Jesús García), Eduardo Bernabé Contreras (Horacio Humberto Alaniz), Eduardo Antonio Flesia (Norberto Arnaldo Garnero), Isidoro Antonio Celuci y Miguel Ángel Giordanino, Carlos Héctor Domínguez, Alberto Andrés Allende (Francisco José Gabasio) y Ricardo Tomás Aimar, Pedro Humberto Mansilla, Hugo Alberto Pederiva y Víctor Eleno Torres (Carlos Alberto Plenasio). DT: Norberto Carrizo.
Selección Argentina (4): Miguel Ángel Santoro (Ubaldo Matildo Fillol), Rubén Oscar Glaria, Jorge Paolino, Francisco Pedro Manuel Sá y Oscar Rubén Pagnanini, Miguel Ángel Brindisi (Carlos Vicente Squeo), Roberto Marcelo Telch y Osvaldo Rubén Potente, René Orlando Houseman (Enrique Salvador Chazarreta), Roque Alberto Avallay (Victorio Nicolás Cocco) y Santiago José Santamaría (Agustín Alberto Balbuena). DT: Vladislao Wenceslao Cap.
Goles: a los 32’ PT Santamaría (A), 34’ PT Potente (A), 43’ PT Avallay (A) y 16’ ST Cocco (A).
Cancha: Atenas. Recaudación: 20.000.000 pesos.
Por Franco Evaristi
Fuentes: Archivo Histórico Municipal, Diario La Calle, Diario El Pueblo y Archivo Al Toque
Gráfico: Al Toque