Si algún dirigente del fútbol, de los clubes, de la Liga Regional, hubiese visto a ese niño de no más de ocho años llorando desconsolado, abrazado a su padre a sólo centímetros de una batahola generalizada entre hinchas y jugadores de San Cayetano y Renato Cesarini, comprenderían lo que desde estas líneas se intenta transmitir.
Ésa imagen era una postal de la decadencia más absoluta: un niño sufriendo una situación impropia de una sociedad supuestamente civilizada.
Nadie sabe bien por qué, pero no importa. Nadie sabe bien cómo fue, tampoco importa. Sí incumbe la reincidencia de hechos insólitos que se suscitan domingo tras domingo en los escenarios de la Liga Regional. Vaya uno a saber por qué…no importa. Lo cierto es que las cosas pasan. Y los episodios de violencia derivados del fútbol nuestro de cada día ya parecen ser parte del paisaje cotidiano.
El balance del año 2008 en materia futbolística fue declarado como “muy bueno”, pero había algo que preocupaba a propios y extraños: algunos brotes de incidentes, dentro y fuera de la cancha. Sin embargo todos se pusieron en la vereda de la lucha en contra de la violencia. Pero parece que no alcanza con lo que se hizo o se hace en esta materia. Pues, algo más debe haber. Sino no se entiende cómo pudo haberse producido el bochornoso espectáculo en cancha de San Cayetano que involucró a jugadores y simpatizantes. Fueron escenas tan tristes como dramáticas. Es cierto, algunos dirán “fue sólo una pelea entre cinco o seis de cada lado”. Es cierto, pero en la escena (a escasos centímetros) había mujeres, madres de los jugadores, hombres, papás de los jugadores, y niños, pobres niños. Hay cuestiones demasiado preocupantes por las que debemos reflexionar todos como parte del mundo fútbol. Y más que reflexionar, debemos actuar. En la cancha no hubo más 60 personas, siendo generosos y contando a los jugadores de tercera división de ambos conjuntos. El espectáculo era custodiado por no más de cinco agentes policiales, la mayoría dentro del rectángulo del juego, como demarca el reglamento. Y nadie percibió el entrecruzamiento de simpatizantes. Se dice que hubo una agresión hacia un hermano de un jugador de San Cayetano, el cual reaccionó, cruzó el alambrado y a partir de allí el efecto cascada y todo lo demás.
A un dirigente de este empobrecido fútbol regional le cuesta algo así como $1000 abrir el estadio cada domingo entre honorarios de árbitros y policías. Y generalmente las recaudaciones provocan pérdidas que inciden en las realidades de clubes. Y esa erogación engendrada desde el esfuerzo encima debe lidiar con estos acontecimientos que no hacen más que preocupar, activar la alarma.
“Así se muere el fútbol, con estas cosas se va a acabar alguna vez”…esa frase –vertida por un sexagenario y futbolista- trazó el panorama más sombrío de otro domingo triste. Y caló hondo en quienes sentimos el fútbol como a una pasión.
No se trata de culpabilizar al otro (dirigentes, policías, árbitros, jugadores, periodistas, hinchas), la idea es aunar esfuerzos para que no siga reproduciéndose un mal que ya no es esporádicó en nuestro fútbol. Parece que es una de esas enfermedades que se van ramificando y cuando uno las toma a destiempo, generalmente es tarde. Y eso inquieta, desvela, enoja, enoja porque seguramente son muchísimos más los que repudian estos actos violentos que los que los protagonizan y los instan. Pero las cosas siguen pasando, sin consecuencias graves por ahora, pero siguen pasando.
La violencia se manifiesta en nuestros escenarios y es como si nada. El año pasado hubo agresiones a los árbitros. El año pasado hubo incidentes en hinchas. El domingo anterior hubo piedrazos para los jugadores de Ateneo por festejar el triunfo en el clásico ante Dolores. El domingo anterior hubo lesionados tras una gresca generalizada entre hinchas de Municipal y Hertlizka. Hace un rato hubo piñas y patadas entre jugadores y simpatizantes de Cesarini y San Cayetano. Y el fútbol sigue rodando…y el niño, abrazado a su padre, sigue llorando.
Redacción Al Toque