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El deporte de luto ante la muerte de Roberto Antonio Fabiani

20-07-2018

El basquetbol creció de la mano de su impronta

Por Ángel Ludueña (*)

Imagen publicada por Revista Puente. Arriba, de izquierda a derecha: Heraldo Mussolini, Elpidio Blas y Ricardo Sánchez. Abajo, de izquierda a derecha: Antonio Tello, Gonzalo Otero Pizarro, Roberto Antonio Fabiani y Orlando Patroni.

De origen bahiense -nació el 2 de abril del ’45-, entre fines de los ’60 y los albores de los ’70, se radicó en nuestra ciudad, a la que adoptó como propia y amó tanto como a aquella que fue su cuna natal. Roberto Antonio Fabiani -hombre de reconocida trayectoria empresarial, deportiva y política-, nos dejó el pasado viernes 29 de junio. Su emprendimiento de fabricación de helados, no sólo fue un ícono que los riocuartenses todavía recuerdan; también marcó toda una época.

El basquetbol fue su pasión. ¡Cómo no serlo, si Bahía Blanca es sinónimo de pelota naranja, aros y tableros! No por casualidad llegó a ser considerada la “Capital Nacional del Basquetbol”. Su amor e identificación con el Club Pacífico, perduró en el tiempo. La política -y dentro de este universo, la cultura- también lo tuvo como actor, una veta, poco conocida para muchos. También, un fugaz paso por el periodismo como columnista de la publicación local “Puente”.

El primer contacto con él, fue en la segunda mitad de los ’70, a causa de una experiencia universitaria llamada “Urumpta”, en su heladería ubicada a pocos metros de la plaza General Roca, sobre calle San Martín. Después, con el nacimiento de PUNTAL, y siendo el conductor de la Asociación Riocuartense de Basquetbol, el trato fluido fue cimentando un aprecio y respeto mutuos.

Cuando hablábamos de esta disciplina, emergía su pasión arrolladora. Junto a “Pepe” Marino y “Quique” Dho, fueron los artífices del último campeonato provincial de basquetbol de mayores en un estadio a cielo abierto. El anfiteatro -construido a tal efecto- convocó a lo más granado del baloncesto de la provincia, en las noches de febrero del ’79. Dos años más tarde, fue, también, el turno del “Primer -y único en el país- Campeonato Promocional Nacional Infantil ‘Provincias Argentinas’”.

No le quitó tiempo, esfuerzo y dinero -siempre aseguraba a los delegados de los clubes locales que una firma local (la suya, por supuesto) ayudaría económicamente a los seleccionados de diferentes categorías- a la gestión como dirigente. Entre sus pares fue reconocido como una persona brillante y ganó espacios por mérito propio.

En ese sentido recuerdo su acercamiento -primero- y acompañamiento -después- a don Carlos Kedikián, en la Federación Cordobesa de Basquetbol y Natera -dirigente de la Capital Federal- y su amigo y compañero de ruta, Roberto Masoero, en la Comisión Nacional de Minibasquetbol.

Alentó el desarrollo del basquetbol y recogió las mieles del éxito de una generación de chicos y adolescentes que le dieron el primer título provincial, como aquel de los infantiles del ’81, que se continuaron en menores y cadetes, quedando a las puertas de la gloria en juveniles. Eran tiempos en los que empezaba a tomar forma la Liga Nacional de Basquetbol, creación del siempre recordado entrenador León Najnudel.

En 1987 tomó otra trascendente -creo yo- decisión. Abandonó la posición “neutral”, equidistante y equilibrada del dirigente que vela por todos los clubes de basquetbol y se comprometió en la causa basquetbolística de la Asociación Atlética Banda Norte, con Pedro Marinelli como líder político e institucional y el trabajo -como un “peón” más- siempre comprometido de Raúl Mengoni.

Río Cuarto fue sacudida con la llegada del entrenador bahiense Carlos Spaccessi. Roberto lo eligió, como antes -en el ’83- lo hizo con Alberto Finger para la selección mayor o, en el ’79, Luis “el Macho” Rissi. Fue el “rostro visible” de la gestión del basquetbol del Parque Sarmiento y con él sostuvimos acalorados contrapuntos -por teléfono y en persona-, reconociéndonos -ambos- idóneos en lo nuestro. La Asociación de Clubes (AdC) lo tuvo entre sus conductores en la mesa de las grandes decisiones de la Liga Nacional.

Nunca estuvo solo; contó con el acompañamiento -y el respeto- de sus pares. Su familia fue otro pilar en su activa vida personal y de dirigente. Su esposa Ana -también activa tenista y colaboradora con las categorías menores de ese deporte- y sus hijos Andrea y Luciano, siempre estuvieron a su lado. Era toda una postal ver a Luciano tomar una pelota de mini o de mayores y lanzarla una y otra vez al aro, durante un minuto o entre un tiempo y otro. Eran tiempos de vacaciones felices en Monte Hermoso, su lugar en el mundo para descansar junto a los suyos.

Esa familia feliz y unida sufrió el primer mazazo cuando Andrea -en la plenitud de su juventud y de su carrera hacia el futuro ingeniero- fue presa de una extraña enfermedad que le consumió la vida. Unos años más tarde, Ana, tuvo, también, una dolorosa despedida de la vida terrenal. Pese a todo y a pesar de todo, Roberto y Luciano fueron sostén, el uno del otro. Llevaron con fortaleza tan inmenso dolor.

El deporte -porque sería injusto y mezquino afirmar que sólo el basquetbol era su vida- y la cultura, sienten una profunda tristeza por su partida. Nos queda el recuerdo de su conducta para que las nuevas generaciones la conozcan y aprecien. Su legado permitirá que su figura esté siempre viva entre todos nosotros.

 

 

(*) Periodista

Foto: Revista Puente