(*) Por Ángel Ludueña.
“… Se levanta en la faz de la tierra
una nueva gloriosa nación.
Coronada su sien de laureles,
y a sus plantas rendido un león…”
(Fragmento del Himno Nacional Argentino original -creación de Vicente López y Planes y Blas Parera-, que fuera suprimido por decreto de fecha del 30 de marzo de 1900 por el presidente Julio Argentino Roca, pues consideraba que la letra -o para ser más precisos- alguna parte de ella, molestaba o complicaba las relaciones de la Argentina con España).
Entre los últimos días del siglo XVIII -noviembre de 1799- y la primera mitad del siguiente -el XIX- una serie de episodios sucedidos en dos continentes, separados por la inmensidad del Océano Atlántico, impulsaron acciones políticas y militares que transformaron el mundo entonces conocido. Las “Guerras Napoleónicas” -así llamadas por ser el general francés Napoleón Bonaparte, el iniciador de un extenso período de conflicto armado en Europa y que concluyó el 20 de noviembre de 1815 con su derrota en Waterloo-, despertaron los sueños libertarios e independentistas en la mayor parte del continente americano.
Ya cumplido el proceso en América del Norte, desde México hasta lo conocido como las Provincias Unidas del Río de la Plata, los movimientos revolucionarios -primero-, las campañas militares -luego- y los actos declarativos de independencia -finalmente-, le dieron sustento a la expulsión de la Corona Española de estas latitudes, finalizando, así, la etapa colonialista hispana. Un preludio de ello bien lo fue “…¡Oid el ruido de rotas cadenas..!”, de nuestra Canción Patria.
Las revoluciones -por caso, la desatada en nuestro país, en mayo de 1810- fueron el motor impulsor de lo que se conoce como “Guerras de Independencia Hispanoamericanas” o “Guerras Hispanoamericanas de Independencia”. Desde ese momento -1810, un poco antes o después-, el espíritu revolucionario de los patriotas en todo el continente fue mutando hacia las campañas militares. Éstas consolidaron los actos políticos precedentes y se extendieron hasta 1832, aproximadamente.
Mientras las victorias y derrotas ocurrían y la sangre -de los ejércitos libertadores y realistas- bañaba de dolor la tierra americana, se sucedieron los actos declarativos de independencia, lo que se traducía en la emancipación o descolonización de América (1811-1842).
En la memoria colectiva quedaron registrados los nombres de patriotas que lideraron la lucha en los campos de batalla. Sólo por citar a los más conocidos -a través de la historia clásica- por nosotros: el chileno Bernardo O’Higgins, el venezolano Simón Bolívar, el sacerdote mexicano Miguel Hidalgo, el uruguayo José Gervasio Artigas, el matrimonio boliviano Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy, nuestro “Padre de la Patria”, José Francisco de San Martín…
Pasaron 128 años hasta el momento en que el fútbol sudamericano puso en marcha la “Copa de Campeones de América”, en 1960; cinco años más tarde fue popularizada como “Copa Libertadores de América”. Así, la iniciativa del presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF), el brasileño José Ramos de Freitas, lanzada en 1958, dio su primer paso. Esta idea se consolidó en la Asamblea de la CSF del 30 de julio de 1959 en Caracas.
A la historia -que mantuvo vivo el legado y la memoria de los líderes independentistas- se sumó el fútbol cuando el 2 de agosto del ’59, con 8 votos a favor, uno en contra y una abstención se aprobó la competencia. Con el paso de las ediciones el número de participantes fue incrementándose. Primero, con los subcampeones; luego con más cupos a cada país y hasta con la participación de clubes mexicanos.
Lo que por estas horas escandaliza a propios -centralmente, aficionados argentinos y, sobre todo, de River y Boca- y extraños -el resto del continente-, con la decisión -incomprensible, para la inmensa mayoría- de disponer que la segunda final entre los dos más populares clubes argentinos se dispute en Madrid, por esta suerte de “extranjerización” de la Copa Libertadores, empezó con el subliminal patrocinio de empresas foráneas, ajenas al continente.
Veamos. En 1998, fue rebautizada como “Copa Toyota Libertadores” y así fue hasta 2007. Simultáneamente, se incorporó la premiación económica; hasta ese momento se jugaba por el honor y la gloria deportiva. A la poderosa automotriz japonesa le sucedió -desde 2008- el Grupo Santander de España -el fútbol sudamericano dispuso rendirse al león, símbolo de la corona española, lo opuesto a lo exclamado por López y Planes en 1812-. La sumisión al banco Santander Río fue hasta 2012.
Desde 2013 a la fecha, pasó a ser la “Copa Conmebol Libertadores Bridgestone”, patrocinada por la empresa nipona, fabricante de neumáticos. Mientras por estas horas corren ríos –u océanos, exagerando un poco- de tinta, minutos de radio, segundos de televisión y no cesa de replicarse en cuanto portal noticioso exista, informando, analizando, criticando y tantos otros “ando” que se nos ocurran, este episodio, nadie se escandalizó del proceso de extranjerización iniciado en 1998, como sí por la decisión de la Conmebol, la FIFA y la UEFA, de hacer jugar a River y Boca en España.
¿Qué nos dirían aquellos valientes patriotas que entregaron la vida por la libertad e independencia de nuestros pueblos americanos? ¿No nos reprocharían los dirigentes que tuvieron la voluntad política de rescatar el legado de esos prohombres y difundirlo a través del fútbol? Recordemos: todavía el marketing no había contaminado el deporte; el honor y la gloria eran los trofeos a conquistar. Los intereses ajenos a estos valores nos condujeron hasta aquí.
Es materia controversial y opinable lo que sostienen desde Núñez y La Ribera; nadie se pone de acuerdo, ni parece haber voluntad de hacerlo por el bien común. Las mezquindades y las miserias ocultan la sensatez y el raciocinio para resolver esta cuestión. Hoy estamos rendidos -y de rodillas- ante una triple corona que nos domina: la monarquía española -como en nuestros orígenes-, la Real Federación Española de Fútbol y el Real Madrid. Fin de la discusión.
(*) Periodista de Diario Puntal