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Opinión

06-02-2019

Xenofobia: Europa juega su destino

Por Leonardo Gasseuy

Kalidou Koulibaly, jugador del Nápoli, es uno de los tantos jugadores que sufre el hostigamiento de los hinchas racistas de Italia.

(Especial para Al Toque Deportes). - Pepe Mujica dijo recientemente que Europa “es una vieja aristocrática venida a menos, que mantiene frescos los defectos más crueles de la humanidad”. Esos defectos que tuvo siempre, pulió y conserva. Como muestra cabal de lo que es la sociedad, estoico, el fútbol nos ofrece su mundo y nos muestra su copia de correlación.

El fútbol y la política europea caminan de la mano, sobre todo en Italia. Cuando un jugador africano participa del juego las hinchadas del norte italiano reiteran los “buuuuu” emulando el grito del mono. Se repite y se amplifica en tiempo y numero, en el 2007 eran un centenar, el 26 de diciembre fueron 9.500, toda la bandeja media de San Ciro. Crece y no se detiene.

“Algo apesta, se huele a perro, están llegando los napolitanos”. Mateo Salvini, lo decía en 2009, antes de un partido de su Milán con el Nápoli. En ese momento Salvini era un solo un fanático nerorroso. Hoy es el Vicepresidente y Ministro de gobierno italiano. La evolución de su carrera no modificó su pensamiento: separatista lombardo y ultraconservador su imagen es la proa que encabeza la política europea en vistas a la elección del parlamento europeo de mayo.

Lejos de ser hechos aislados, son la real dirección que toma Europa.  El fútbol con miles de migrantes como protagonistas lo ve y lo sufre. Con el triste correlato de esta realidad, que por entonces fueron burlas en las gradas, hoy es el titánico avance de una política cada vez más abroquelada al nacionalismo. El continente sufre este avance, más que nada el brusco giro dado, entendiendo que  las polarizaciones nacen y se establecen sobre la base de ejes conflictivos.

Por contrapartida y paradójicamente, Alemania, la cuna del terror del siglo XX, nos presenta con su líder Angela Merckel y un club de segunda división que las utopías siguen siendo realizables. La política y el fútbol nos muestran dos caras continentales contrapuestas.

El Sant Pauly es un club de fútbol alemán de la segunda división. Fue fundado en 1910 en los muelles de Hamburgo. Su trayectoria deportiva transcurrió entre las tres categorías principales, pero su historia de vida mantuvo la coherencia de ser un club distinto en un mundo desigual.

Cuando es local cada quince días al partido lo juega el barrio. Se juntan anarquistas, comunistas, okupas, punks, refugiados, más que espectadores, son militantes sociales, de un club que, no exento de pasión. Se reconoce en sus estatutos oficiales como antifascista, antirracista y antihomofóbico.

La cultura del club se respira, la comparten y se exponen en los grafitis del club, pintados por artistas callejeros del muelle, ayudados por niños hijos de inmigrantes, la cultura y la inclusión juegan su partido.

Se consideran el club más generoso del mundo, Un club discreto, sin grandes pretensiones, acostumbrado a perder, a sufrir, y a soñar. Una institución bohemia creada en el distrito rojo por los marineros, estibadores y obreros del barrio. Hermanado desde 2001  con Platense argentino, su indumentaria es marrón el color de fajina de los obreros portuarios.

El estadio se llama Millerntor y su capacidad es para 28 mil espectadores. Su entorno confirma la vida social: grandes murales en sus paredes interiores que conducen a las gradas donde aparecen dibujos cargados de mensajes. Uno representa el naufragio de las barcas con las que los refugiados sirios tratan de cruzar el Mediterráneo. En otros se representa a dos hombres besándose. Hay imágenes del Che Guevara. Mensajes en español de la resistencia comunista. Dibujos a favor de la igualdad de sexos. Esvásticas aplastadas. Olor  a compromiso social. Solidaridad en cuerpo y alma.

Un oasis en medio de una Europa que se conduce por otra vía, la de una política antiglobalizada e intolerante.  El fútbol nos pone en escena al Saint Pauly, bastión de resistencia, que como puede, junto al Livorno italiano y al Rayo Vallecano levantan el grito. Su clásico no es el Hamburgo, el rico de la ciudad, si no el FC Hansa Rostock vecino a 100 km. que profesa ideología fascista, y promueven los valores culturales de la Alemania nazi. En el último clásico, jugado en Rostock, cantaron "Construiremos un tren desde St. Pauli a Auschwitz".

El presidente francés Emanuel Macron, demagógicamente, decide solidificar el programa Frontex., endurecer fronteras. Lo propone hoy, a solo cinco meses después que, en Rusia, subiera al palco y recibiera la Copa del Mundo. Debería recordar que solo cuatro de los 23 jugadores, tienen padre y madre nacidos en la Francia continental: el arquero y capitán Hugo Lloris, el defensor Pavard, el extremo Florian Thauvin y el delantero Olivier Giroud.

Es difícil encontrar un fútbol distinto a la sociedad en que habita, pero los mensajes diferenciados se pueden apreciar. La pelota distrae, pero no evita guerras. La historia europea lo dice, así y todo, apela a su peor versión: persigue, prohíbe y detesta. ¿Las fronteras cerradas en Europa? No. Australianos, neozelandeses y canadienses no tienen problemas.

Las muestras están a la vista, tan elocuentes como precisas, camufladas en la ceguera colectiva, que no detiene ni modifica su rumbo. Es triste negar que puede existir un mundo mejor cuando tantos sufren y otros, desaprensivamente son cómplices de tantas políticas miserables. Europa desanda viejos caminos, conocidas sendas que conducen a finales inexorables, si la acuarela de realidad la pinta el fútbol, mínimamente cabe la reflexión de Ezequiel Fernández Moores……cuando el agua de pronto comienza a arder, ¿cómo la apagás?, nadie lo sabe, pero en Europa será muy tarde.