El domingo 24 de febrero Estudiantes y Boca repartieron honores y puntos en un estadio Ciudad de Río Cuarto rebasado. Fue por la segunda fecha del Nacional de 1985. Nostalgias de lo siempre añorado.
Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores al partido. ¡Y qué te digo "esos días"! ¡Desde semanas antes ya se venía hablando del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era lo que era la ciudad!
El inolvidable Roberto Fontanarrosa inicia así uno de los mejores cuentos de fútbol de la historia, una joya narrada por el “Negro” para que los no residentes en Rosario logren dimensionar lo que genera en esa ciudad el clásico Central-Newell’s.
Quienes vivieron con conciencia la antesala del partido contra Boca Juniors, en el Nacional de 1985, aseguran que Río Cuarto respiraba fútbol por esos días. El pulso lo marcaban las informaciones que llegaban por cable desde Buenos Aires sobre cómo iba a formar el equipo de Alfredo Di Stéfano. Se anunciaba el debut de José Luis Brown, el “Tata”. El duelo estelar monopolizaba la agenda, incluso solapaba los anuncios del gobierno de un incremento del 20% en combustibles livianos. La segunda fecha del Nacional estaba en boca de todos.
El lunes 18 de febrero fue utilizado para la digestión de un resultado adverso en el debut frente a Temperley y la reflexión futbolera: “Biggy no debió jugar de ´4´ ni Burki en la línea de volantes”, sostenía con respecto a la decisión del DT el Diario La Calle. La crítica advirtió que los ingresos de Corró y el “Bocha” Rodríguez mejoraron ostensiblemente el rendimiento de Estudiantes en Buenos Aires, en la misma proporción en que se potenció la labor de Cariaga cuando ofició de wing, bien pegado a la raya por derecha (“se generaron huecos para Cremma y Coleoni”).
El martes 19 de febrero representaba la vuelta al trabajo con vistas a la visita de Boca por los puntos, como nunca antes había sucedido por los porotos (ver cuadro aparte). Por ello nada fue como la previa de otros compromisos. Quizá sólo podía tener punto de comparación con la visita de River a Río Cuarto, por el Nacional del ´84. La gente en la cola los bancos, en los bares típicos de la época y en los almacenes hablaban del partido. La planificación del duelo también fue especial para el cuerpo técnico: “La expectativa que generó la presencia de Boca en la región y en nosotros fue tremenda, había que pensar en todo para lograr hacer un gran papel…no era común jugar oficialmente con Boca. Toda la gente estaba pensando en ese partido”, recuerda David Bustos, preparador físico de Estudiantes: “Enfrentar a equipo de jerarquía genera una sensación especial, hay un cambio en la forma de cómo encararlo”.
Una frase del defensor central Luis Carranza sirve para graficar lo que se vivía: “Nos preparamos para jugar un partido a la altura de un grande, el grupo hizo todo para dejar lo mejor. Me acuerdo que concentramos en Área Material; Sturniolo (el DT) nos trajo el martes a la Base a concentrar y preparar el partido. Trabajó para sacar lo mejor de nosotros. Y nos aisló un poco de la ciudad, la gente estaba enloquecida, no se podía caminar por las calles”.
Luis Carranza: “Me acuerdo que concentramos en Área Material; Sturniolo (el DT) nos trajo el martes a la Base a concentrar y preparar el partido. Trabajó para sacar lo mejor de nosotros. Y nos aisló un poco de la ciudad, la gente estaba enloquecida, no se podía caminar por las calles”.
“Lo que íbamos a vivir es lo que desea todo jugador del interior, para nosotros era un acontecimiento sin igual”, apuntala Diego Felizzia. Y Carlos Rosané enfatiza: “Había una expectativa tremenda por jugar con Boca y por los puntos. Por eso en la previa teníamos máxima concentración, estábamos compenetrados, sabíamos qué queríamos”.
En esa preparación especial, Sturniolo y Bustos diagramaron un encuentro amistoso de entresemana. Fue el miércoles 20 de febrero. El plantel viajó a Bell Ville para medirse con el Club Bell y atar algunos “cabos sueltos” del debut nacional ante el “Gasolero”. Trucco; Rosané, Carranza, Acevedo, Burky; Ortíz, Mentil, Corró; Cariaga, Cremma y Coleoni. Ése fue el equipo que venció 3 a 0 al representativo bellvillense por los tantos de Carranza de penal, el cordobés Corró y Gustavo Bertolucci, volante ofensivo arribado de Barracas Central, de la Primera B de AFA.
El desvelo por el compromiso trascendental entremezclaba las sensaciones de disfrute por su intrínseca característica histórica, aunque reparaba también en la necesidad de obtener puntos, pues el objetivo era alcanzar la clasificación en la zona. En Boca esa necesidad de sumar se acentuaba mucho más tras la inesperada caída ante Altos Hornos Zapla en Jujuy. “No podemos perder un punto más, por ello tendremos que hacer un fútbol convincente en Río Cuarto”, se expresaba ante la prensa porteña Alfredo Di Stéfano. La “Saeta Rubia” adelantaba la inclusión de figuras como José Luis Brown, Tapia, Giachello, Olarticoechea, Graciani; el retorno de Krasousky: “Todos son puntas de lanza para atacar y para defender”.
Sólo algunos pocos abonos de plateas disponibles para todo el Nacional quedaron a la venta el día jueves 21 de febrero. La fiebre generada por Boca aceleró el ritmo, algo que se evidenció también en el expendio de populares (y que luego entregó unas de las postales más conmovedoras con un estadio Ciudad de Río Cuarto rebasado). Ariel Mulinari, volante de marca de Recreativo de Laborde en el Provincial, fue una de las contrataciones para el certamen de elite y aún pinta en palabras lo que sus ojos contemplaron la húmeda tarde dominguera. “Yo jugaba en Laborde y todos me llamaban para que les consiga entrada, como si fuese fácil… todos querían estar ahí. Era una locura ese partido. Jugar con Boca es la imagen de mi vida, la gente desbordando el estadio…fue tremendo”, asevera sin dudar el hombre que actualmente construye su cotidianeidad desde un emprendimiento en el rubro del transporte.
Las lluvias de febrero bañaron la espera del cotejo, mientras el pronóstico extendido anunciaba inestabilidad para cuando el domingo a las 16 horas Juan Bava salga dispuesto a dar inicio a la cita histórica. El presagio de mal clima no amainaba el fervor popular. Largas filas se advertían para adquisición de las entradas, entre el humo de los choripanes y los vendedores vociferando ofertas de binchas y gorros.
“Recórd absoluto de recaudación”, anunciaba Diario La Calle y cronicaba que las arcas “celestes” acumulaban ya seis millones de pesos, con plateas techadas casi agotadas y algún escaso remanente de populares (fueron más de once en total).
La práctica de viernes con fútbol y táctico fue en el estadio que recibiría la fiesta más disfrutable de los últimos tiempos. No había rastros de la derrota en Buenos Aires. Ésta era otra historia; una historia para vivir en plenitud. Los allegados al plantel definían que el “león” presentaba una moral inmensa, enorme voluntad y estado atlético insuperable. Y confiaban en aquél juramento de obtener un buen resultado ante Boca para tributarle a un pueblo futbolero las emociones colectivas que sólo el fútbol puede entregar. El fútbol que, al decir de Galeano, genera “fiesta compartida o compartido naufragio, y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas”.
Ese ensayo entregaba algunas certezas: el retorno del “Pampa” Rosané a marcar punta derecha y el estreno oficial de Roberto Mouzo con la casaca de Estudiantes. Paradojas de la vida y el fútbol. El “Chacha” se calzaría una camiseta que no fuese la “Xeneize” después de casi quince años y el debut sería ante el club que lo catapultó a la fama y lo hizo feliz.
Luis Carranza, histórico central “celeste”, sigue agradeciendo la posibilidad que el fútbol le entregó de compartir escuadra con el reconocido central: “Fue un orgullo bárbaro jugar con él. Un profesional de aquellos, vino de Boca, nos aportó experiencia, nos marcó el camino. Era un tipo sencillo, excepcional”.
En la tardecita riocuartense del sábado arribaba el plantel bonaerense repleto de figuras de renombre -esos que los nuestros seguían a través de la revista El Gráfico- escoltados por el hacedor de más de 1000 goles con las casacas de River Plate, Huracán, Millonarios de Colombia, Real Madrid de España, Español de Barcelona y las selecciones de Argentina y España (en aquél tiempo se permitía). El gesto adusto era un rasgo distintivo en Alfredo Di Stéfano, aunque no por eso menos respetuoso. En el hall del Hotel céntrico en donde se hospedaba Boca Juniors no sólo atendió a la prensa local, sino que también dispensaba autógrafos a jovencitos que difícilmente conocían en detalle su gloria deportiva.
En ese mismo hall del céntrico hotel, Rubén Darío Gómez, Julio César Balerio, Oscar Dykztra animaban una charla de ocasión, mientras Enrique Hrabina, cómodamente sentado con piernas cruzadas, leía el diario con una postura refinada, muy distanciada de la rusticidad de juego. “El loco Hrabina me cagó a patadas ese día, todavía llevo sus marcas (sonríe). Igual conservo un gran recuerdo…pasan los años y me llena de alegría recordar”. Lo evoca el otrora goleador Víctor Cremma desde una oficina del banco en el cual se desempaña en Las Varillas. Por su parte, el marcador lateral derecho Rosané también padeció al férreo marcador lateral de Boca: “Tuve un encontronazo bárbaro con Hrabina. Fue en partido con Boca en Huracán (la revancha en la cual Boca se impuso 7-1). Me mató, me metió los tapones en el empeine”.
Rosané: “Tuve un encontronazo bárbaro con Hrabina. Fue en partido con Boca en Huracán (la revancha en la cual Boca se impuso 7-1). Me mató, me metió los tapones en el empeine”.
El día B
La repartija de los periódicos de los canillitas ese domingo 24 de febrero fue más presurosa que en otras ocasiones. Había que terminar temprano, configurar el ritual familiar y salir la para la cancha. Las misas de las once como casi nunca fueron tan puntales como ese día. Los cultos religiosos también lo sabían: jugaba Boca en Río Cuarto. Incluso algunos aseguran que las estaciones de servicios atendieron hasta las 13. Ése era el horario fijado para la apertura del estadio. La fisonomía habitual de los domingos soporíferos se había alterado drásticamente. Desde muy temprano el peregrinar de los fieles “celestes” (y del fútbol) desde Banda Norte, barrio Alberdi, Fenix, Brasca, Pizarro, San Antonio de Padua y otras latitudes confluyeron en una Avenida España atiborrada de fervor y pasión. La cancha fue habitada tanto por el que respiraba fútbol como por el que llegó a él de forma tangencial. La cultura popular y la sentimentalidad de los hinchas encontraron un punto de contacto esa tarde del verano del ´85.
Para los futbolistas ya había pasado la última noche de vigilia y espera anhelante. Era el momento de la acción, de cristalizar aquél juramento perpetrado en las canchas del Área Material de dejar todo en pos de un estallido de placer. En el lugar de los hechos estaban todos, menos la famosa “12”.
Faltaban algunos minutos para iniciar el juego y la entrada en calor había terminado. Sólo restaba volver al vestuario, calzarse la casaca y salir a jugar. Algo a destiempo, el retorno al vestuario de Rubén Ferrari, arquero suplente de Estudiantes esa tarde, le permitió atesorar un momento único: “Me demoré en la entrada en calor y cuando estaba por entrar al vestuario veo en el sector de los visitantes una persona de traje fumando. Era Di Stéfano. Yo no soy ´cholulo´ pero dejar pasar una personalidad como Alfredo no podía ser. Encima justo había leído en El Gráfico una nota sobre su enorme trayectoria en el fútbol…me acerqué, me vio con gesto adusto, serio, y le dije: ´Don Alfredo, ¿lo puedo saludar?’. Y me respondió en español: ´Pues sí hombre, claro´”.
Ferrari: “Me demoré en la entrada en calor y cuando estaba por entrar al vestuario veo en el sector de los visitantes una persona de traje fumando. Era Di Stéfano. Yo no soy ´cholulo´ pero dejar pasar una personalidad como Alfredo no podía ser. Encima justo había leído en El Gráfico una nota sobre su enorme trayectoria en el fútbol…me acerqué, me vio con gesto adusto, serio, y le dije: ´Don Alfredo, ¿lo puedo saludar?’. Y me respondió en español: ´Pues sí hombre, claro´”.
Para el reconocido guardapalos “celeste” fue un “placer saludarlo” y decirle que era un honor compartir cancha con “uno de los mejores jugadores que nos representa a los argentinos por Europa y el mundo. Y él me miró de nuevo y me dijo: ´Usted tiene que creer la mitad de las cosas que se dicen´…lo saludé, pegué media vuelta y me fui. Gracias a ese partido pude conocer a uno de los mejores jugares del siglo 20, según la FIFA”.
Ferrari no fue el único que pudo compartir una historia con una de las grandes atracciones de la tarde. Lo hizo Diego Felizzia tras el encuentro con un apretón de manos y Jorge Sturniolo y David Bustos, quienes vivieron su momento con tamaña figura. Aunque en este caso fue en un intercambio de colega a colega. Estudiantes estaba por jugar con Boca por primera vez en la historia por los puntos y la responsabilidad y planificación del cuerpo técnico riocuartense ya estaba pensando en la continuidad del equipo en el Nacional. La próxima escala era Jujuy, ante Altos Hornos Zapla, verdugo del “xeneize” en el debut. “Como Boca debutó en Jujuy –inicia el recuerdo David Bustos- fuimos a hablar con Alfredo Di Stéfano sobre cómo era jugar en la altura. Mi consulta puntual era cómo respondieron los futbolistas al jugar en esa condición, queríamos saber cómo proyectar el viaje. El DT de Boca no tuvo mayores inconvenientes, nos contó cómo hicieron”.
El preparador físico de aquél plantel afirma que tras la charla con la gloria del fútbol “estudiamos el viaje y fuimos a Tucumán, y de ahí salimos para Jujuy; los jugadores se cambiaron en el colectivo… y entramos a jugar. Y ganamos. Fue una gran decisión para la cual aportó la charla con Di Stéfano. Hablar con él fue una experiencia hermosa, nos habló bien, compartió lo que habían vivido. La vida me cruzó con ídolo del fútbol”.
Con respetuosa bienvenida, la salida de Boca fue aplaudida por una multitud presente que bañó de papelitos blancos el terreno de juego ante el rugido del “león”: el conjunto de Sturniolo ya estaba en cancha. Calurosa recepción en la llegada al arco para el santafesino Carlos Trucco, de aspecto claramente distinguible: pelo largo, bincha y barba frondosa. Delante del arquero se ubicaron Felizzia, Mouzo, Carranza y Rosané. Miraban de reojo a Giachello, Dykztra, Graciani y Aldape.
“Teníamos a dos metros a gente que uno siempre veía por las revistas”, grafica el lateral riocuartense Diego Felizzia: “Lo más impresionante fue la convocatoria, el marco deslumbraba, Di Stéfano en el banco rival… no se podía creer lo que estábamos viviendo. Sólo queríamos hacer un buen partido”.
Diego Felizzia: “Teníamos a dos metros a gente que uno siempre veía por las revistas”
Cerca de la línea divisoria, una triada bien cordobesa: Pablo Ortiz (ex Talleres), Mario Mentil (Huracán de Barrio La France) y Roberto Corró (ex Unión San Vicente). Las cartas de gol “celestes” esperan su tarde de gloria: Cariaga, Cremma y Coleoni.
El árbitro Juan Bava, pasadas las 16, reunió a los capitanes (Mentil y Alberto, respectivamente) en el centro del campo.
“Ese partido lo vi enyesado desde la platea”, se lamenta Edgardo “Palo” Magallanes, uno de los buenos valores en el Provincial que catapultó a Estudiantes al Nacional. “En el partido de ida en Córdoba contra Alumni –final del Provincial-, con (Pablo) Ortiz nos esguinzamos. El segundo lo jugamos infiltrados. Recuerdo que (Antonio) Candini nos llevó al doctor. El martes no podíamos ni pisar. Nos hicieron infiltración con una acción mucho más potente para poder jugar el partido de vuelta porque Sturniolo nos quería contar entre los titulares. Media hora antes del partido en cancha de Belgrano se presentó el doctor y nos infiltró y jugamos… con la particularidad que nos dijo que una vez que se nos fuera el efecto teníamos que hacernos una bota de yeso por 30 días. El Nacional empezaba a los 15 días. Pablito Ortiz se lo sacó antes de tiempo y yo respeté ese plazo por eso el partido con Boca en Río Cuarto lo vi desde afuera”, rememora el volante que retornó a la titularidad el día de la clasificación tras la goleada a Temperley 5 a 1.
La primera ovación que bajó fue para Mouzo. Las graderías gritaban: “Dale… Mouzo…”, mientras Antonio Candini y el empresario Antonio Alegre se abrazaban efusivamente en la platea, y el modelo Ante Garmaz paseaba su glamour en el sector del palco oficial.
Pasadas las cuatro de la tarde del domingo… era la hora del fútbol. Con algo de desparpajo, Estudiantes afrontó los primeros momentos del juego. Boca no hacía pie en un terreno que paulatinamente se fue ablandando y poniendo barroso. El poderío “xeneize” se empezó a hacer sentir desde los ´10 del primer tiempo. Primero con una aproximación de Aldape, a la cual llegó una buena cobertura defensiva de Felizzia. Y luego una sucesión de chances de gol para la visita: Aldape en dos oportunidades nuevamente, Graciani, Gómez y luego Tapia. El equipo del artillero implacable padecía de anemia goleadora. “Tranquilícense”, gritaba desde el banco Di Stéfano, describe El Gráfico: “Cuando la pelota no quiere entrar, lo mejor es serenarse”.
“El primer tiempo fue un monólogo de Boca frente al arco de Trucco”, explica la reseña histórica del historiador de Estudiantes Marcelo López Tobares.
Diario La Calle narra que “desde los 10 minutos Boca fue el dominador. No absoluto porque tuvo imperfecciones en el traslado de la pelota, con alguna rusticidad, pero dominador al fin”.
Según Felizzia, “Di Stéfano le dio a Boca características de juego con velocidad, dinámica, y tenían una cantidad y calidad de jugadores que podían ejecutarlo”.
El “Negro” Luis Carranza insiste que “jugar contra Boca representaba mucho. Ellos vinieron a no regalar nada y se notó de entrada, era un equipo duro. Recuerdo que el “Chino” Tapia y el “Vasco” Olarticoechea marcaban diferencias, pero Mouzo nos había anticipado cómo podía jugarnos Boca y cómo plantearlo para contrarrestarlo”.
El acentuado dominio de Boca de la primera parte hizo mutar la efervescencia inicial de la muchedumbre. El aliento de los “Viejos Leones” como de costumbre y el murmullo de la generalidad del público que acompañaba cada situación. Esa monotonía reinante se rompió con una explosión de júbilo. Juan Bava había mirado su reloj para decretar el descanso. Expiraba la primera parte: 45 minutos. Ocurrió lo que todos deseaban, aunque no se condecía demasiado con el desarrollo.
Corró robó una pelota en el mediocampo y entregó para Mentil. El capitán devuelve de primera dejando en el camino el cruce desesperado de Olarticoechea. Siguió Corró con el balón, hizo la pausa, entregó para Cariaga en la izquierda. El delantero cordobés al advertir que los centrales de Boca (Brown y Alberto) fueron con su marca tocó de primera para el ingreso de Cremma por el medio. El crack nacido en Las Varillas aguardó hasta último momento la salida desesperada de Balerio y la acarició por encima de su cuerpo para marcar el 1-0. Golazo de Estudiantes. Pobres y ricos, nobles y villanos, mendigos y caballeros… juntos los encontraba el sol, abrazados en las gradas por el oportunismo del romperredes que también pasó por Sportivo Belgrano, Chacarita Juniors, Deportivo Italiano, Banfield y Colon de Santa Fe, entre otros clubes.
“Me salió arquero y se la tiré por arriba del cuerpo. Fue una emoción bárbara y encima yo soy de Boca. La cancha se venía abajo. Me acuerdo que lo festejamos mucho”, el goleador de aquella noche cada vez que es consultado por su paso por Estudiantes no sólo recuerda ese gol a Balerio, los tres que le convirtió en la goleada a Temperley en ese Nacional (que le dio la clasificación) sino también algo que sucedió mucho tiempo después. Una vez que los botines yacían en el baúl de los recuerdos y las canas se instalaron como marca identitaria. “Yo estaba en mi pueblo, compre un auto 0 km. en 2008 y lo fui a retirar a Río Cuarto. Fui un sábado a la tarde, estaba cerrado pero el vendedor me esperó y me lo entregó ese día. El chico me esperó con una camiseta de Estudiantes y cuando me vio llegar, me dijo: ´vos jugaste en Estudiantes, mi papá me llevaba a la cancha, en los nacionales, y yo grité como loco tus goles´. No lo podía creer, casi treinta años después me conocieron por mi paso por el club. Es una anécdota que la tengo guardada en el corazón”.
En la dinámica de lo impensado, Estudiantes se sumergía en el vestuario fortalecido por el gol y por la acentuación de las dudas de un Boca que no esgrimía ni un gramo de la contundencia que solía tener su DT cuando jugaba. Y lo pagaba caro, algo que ofuscaba a la “Saeta Rubia”: “No sé cómo llamarlo, no tiene nombre, pero fueron todos ciegos a la marca y llegó el gol. Yo hable en el entretiempo y me comentaron algunos que el barro se les pegaba en los botines. Eso no servía de excusa”, interpelaba a sus dirigidos Di Stéfano en El Gráfico.
Lejos de la cautela que se impone en el fútbol de hoy ante un resultado a favor, los dirigidos por Jorge Omar Sturniolo apelaron a su destreza atlética para profundizar el pressing y lograr “rematar a Boca en los primeros escarceos del complemento”. El gigante bonaerense sólo presentaba amor propio e inercia para empatar. Carecía de claridad para inquietar a Carlos Trucco, algo más tranquilo que en la primera parte. Ortiz y Mentil marcaban el pulso del mediocampo, Giachello y Tapia no podían explotar la faceta creativa de Boca y Graciani no lograba desequilibrar como en los primeros minutos. Así las cosas, Estudiantes capitalizaba los espacios de un rival lanzado en ataque y sin mucho orden. Mostraba una superioridad posicional que se traducía en situaciones de riesgo (una Ortíz y otra Cremma).
¡Penal Bava!, le exclamó la muchedumbre al juez del partido cuando Marcelo Alberto derribó a Mario Cariaga cuando el cordobés ingresaba al área. Siga, siga dijo el juez.
En aquellos tiempos el fútbol no era como ahora un “triste viaje del placer al deber”. Aún la belleza y la apetencia por el arco rival eran parte indisoluble de esa incomparable alegría de jugar porque sí, o para ganar. Los cielos de la gloria aventajaban por varios cuerpos al abismo de la ruina. De allí la explicación de la postura de Estudiantes ante el partido. “Le perdimos el respeto en línea generales por eso hicimos un buen partido. Cuando tenes la posibilidad de toparte con un equipo así, de mayor jerarquía, mayor calidad, te eleva de nivel y eso nos pasó”, sostiene Felizzia.
Desde afuera el profesor David Bustos disfrutaba del despliegue al servicio de la idea colectiva: “Estábamos mucho mejor. Cada uno entendía su rol para mejorar la producción del equipo. Era un gran partido de Estudiantes”.
Pero llegó lo inesperado. Ese Boca sin reacción ni caudal de fútbol encontraba en la fortuna un aliado fundamental para empardar las acciones. “El gol de ellos llegó de una jugada desafortunada en un cierre. La velocidad cuando se desprendían los volantes y delantero no te daban margen para el error. De hecho, no fue una gran jugada elaborada, termina siendo por un rebote que da en el ´Pampa´ y se le mete a Trucco”, dice decepcionado Felizzia.
Una doble pared en la mitad de cancha, un desvío que favorece el ingreso al área de Giachello, un remate cruzado rasante, y Rosané la empuja al fondo de su propio arco. “Yo hice lo que tenía que hacer el cuatro, cerrar la jugada por detrás del arquero y la pelota desafortunadamente me pega y entra”, reconoce el ex Belgrano de Córdoba y recuerda una risueña charla pos partido con Sturniolo: “Jorge me preguntó qué había hecho en la jugada del gol. Y le contesté: ´disculpe profe soy de Boca…hoy no podíamos perder´…y nos reíamos de la situación. Pero en el fondo quedamos un poco molestos porque se pudo haber ganado”.
Carranza no escatima en elogios al planteo del “mejor técnico que tuvo”: “Sturniolo lo planteó muy bien, lo teníamos controlado. Estuvimos a 10 o 15 minutos de ganarle a Boca”.
Roberto Pasucci por Aldape e Iván Stafusa por Giachello. Los cambios de Di Stéfano tras el empate hablaban per sé. El punto era una valiosa conquista para los bonaerenses. La expulsión de Carranza por un entrevero con Tapia pintaba los últimos trazos de una jornada inolvidable.
“Merecimos un poco más ese partido, nos quedamos con las ganas de ganar”, expresa Mulinari. “Fue una demostración de que este grupo bárbaro que teníamos estaba a la altura de la competencia. Era un equipazo y estuvimos cerca de ganarle a Boca”, agrega Cremma.
Busto añade que “lo que se planificó se cumplió con creces ante un rival calificado y estuvimos muy cerca”.
Pese al gusto a hiel en el paladar del futbolero por no ganar, el empate fue una caricia en el crepúsculo naranja del Imperio del sur. El pitazo de Bava sentenció el final de la historia. Raudamente el plantel de Boca enfiló para los vestuarios, sin demasiada predisposición para el intercambio con los colegas del interior: “A mí nunca me importó demasiado el adversario… yo jugué contra Maradona en el ´77, cuando ya era Maradona, y no fui ni a saludarlo. Yo no era un jugador de ir a saludar a los rivales, salvo que sea amigo o conocido…. Con Boca no hubo demasiado contacto. Terminó el partido y buscaron irse al vestuario y volver a Buenos Aires, y esas cosas me quedaron grabadas: cuando son jugadores de alta categoría pierden la humildad, son así. Aunque hoy hay saludos, todo es más cordial, se cambian la camiseta… yo no cambiaba la camiseta ni loco, yo no le regalaba la camiseta de Estudiantes a nadie. Una sola vez regalé la camiseta y creo que fue esa contra Boca, se la di a Julio Mugnaini, pero no le daba la camiseta a nadie”. Con el mismo convencimiento con el que habla, Carlos Rosané iba a cada pelota dividida.
Para el futbolista de elite ésta fue una historia más entre tantas otras. Para los nuestros fue la historia. La que viajará de generación en generación montada en charlas interminables de bares y encuentros.
Con la caída de las sombras sobre el estadio y el silenciar de las voces comenzó a emerger la profunda nostalgia de lo siempre añorado. El transcurrir del tiempo nos aleja de lo vivido… pero nos quedará por siempre la melancolía del sueño eterno y la esperanza de volver a ser.
Gráfico: Al Toque
Redacción Al Toque