Por Ángel Ludueña (*)
Lo conocí a fines de agosto de 1992, cuando apenas tenía 23 años. Un hecho azaroso fue el que impulsó aquel primer encuentro que se repetiría por casi ocho años más. Él, en su calidad de entrenador, y quien escribe estas líneas, como periodista; hoy, nos une -además del respeto de siempre- una entrañable amistad. El “descubrimiento” tuvo como motivación una descollante actuación de la M-19 de Urú Curé, que lideraba el torneo cordobés -que finalmente compartiría con el Tala- y despertó un mayor interés en la prensa local, el seguimiento de esa y otras categorías juveniles en los años siguientes.
Era parte de una trilogía de entrenadores jóvenes -que se completaba con Karim Abuzaid y Alejandro Zemma, ambos con 20 años-, pero la pasión con la que hablaba de rugby era la propia de alguien que contaba con algo más que sus 23 años de aquel momento. Diego Ghiglione, ya por entonces desbordaba de pasión por la guinda. Hacía 7 años que había empezado a dar sus primeros pasos en la conducción técnica.
Aquella división -de la que poco tiempo después descollaría como campeón mundial Sub-19, con los Pumitas, Roberto Mondino- lo proyectó a lo que es hoy.
Creo, también, que igualmente hubiera alimentado sus sueños y esperanzas, si no hubiera mediado aquel grupo de jugadores y el éxito deportivo del que fueron capaces de alcanzar, desplazando a lo más rancio y prestigioso del rugby cordobés.
Ya en aquel 26 de agosto del ’92, el “Cuervo” amasaba el gran sueño de conducir a la “lechuza” a los primeros planos de la competencia nacional.
Nunca ignoró las dificultades; tampoco se doblegó ante la adversidad. En su derrotero como entrenador hubo momentos que avanzó a pasos agigantados; otros, en los que debió aceptar retroceder unos pocos y tomar nuevo envión hacia sus ambiciosos objetivos; también hubo que hacer la pausa necesaria para reacomodar las fichas del complejo tablero que él mismo se construyó y desafió desde siempre.
Desde el momento que el rugby se “federalizó” -con el actual Nacional de Clubes- posó su mirada en tan importante objetivo. La primera estación de ese largo y fatigoso viaje fue el -entonces- Torneo del Interior; era el nivel posible a acceder; era la escala previa al ingreso a la “elite” que congregaba a los más poderosos, prestigiosos e históricos clubes del país. En Córdoba, ese selecto grupo lo integraban -mayoritariamente- Tala, Tablada, Jockey de Córdoba o el Athletic.
Mientras amasaba ese sueño irrenunciable continuó saciando su sed de aprendizaje como entrenador; aceptó cuanta propuesta tuvo para dirigir en el nivel que fuere; desde sumarse a un cuerpo técnico, hasta ser el líder de uno de ellos. Durante poco más de dos décadas fue incorporando conocimiento, experiencia, corrigiendo -todo lo que hubiere que corregir- su proyecto original; recorrió el país y el mundo con el obsesivo deseo de aprender, de conocer todo lo nuevo… Eso sí, mantuvo incólume el núcleo central: estar donde hoy se encuentra.
… Y tanto fue el cántaro al agua… En esta última década -posiblemente en forma sorpresiva para los ajenos al juego con la guinda-, el crecimiento del rugby de Urú Curé no se detuvo. El 21 de marzo -aquel utópico sueño que amasó desde siempre- se hizo realidad: el 21 de marzo de 2015 debutaba frente a Pucará por el Nacional de Clubes. Había alcanzado el máximo nivel en el país.
Pero había una estación intermedia que se había salteado. No había inscripto su nombre, todavía, entre los gloriosos campeones de la Unión Cordobesa de Rugby. No dudo que esta fue una materia pendiente; y más, todavía, después de dos finales perdidas frente al Tala… Otra vez el fantasma de Villa Warcalde se cruzó en el camino de la “lechuza”.
Como pasa con todos los que viven apasionadamente, en modo desenfrenado y sin límites, ningún traspié le opacó su felicidad. Este estado no es un momento para el “Cuervo”, es permanente. Es un hombre que hoy, a los casi cincuenta, es feliz las 24 horas del día. Ver las imágenes del festejo luego del éxito ante el Athletic, no es extraño. Así es él. Goza con intensidad cada éxito, como también siente el dolor de la derrota. Pero ni se eterniza en el Olimpo de la gloria, ni es prisionero de las frustraciones.
Diego Ghiglione acaba de terminar su obra maestra; los últimos pincelazos, los de los detalles, los ejecutó en esta inolvidable final. Estoy seguro que ahora, en medio de la calma, está planificando el próximo juego. Estará imponiéndose -e imponiendo a quienes lo acompañan- nuevos objetivos.
La llama de la pasión se encendió desde el momento que se calzó el buzo de entrenador por primera vez -cuando apenas tenía 16 años- y desde aquel momento su luz nunca dejó de tener intensidad; siempre estuvo viva. Y así se mantendrá hasta que su voluntad -y no otra cosa- lo disponga. Su calor alcanza a toda la institución que, nutriéndose de savia nueva y potente, es conducida por una generación que no es ajena al proceso de expansión y desarrollo iniciado hace poco más de dos décadas.
Imagino que estas y muchas otras situaciones que atravesó durante más de tres décadas como entrenador -contando sus primeros “palotes”, siendo, todavía, un adolescente- volvieron a tomar cuerpo en su memoria el día del debut, el 21 de marzo de 2015, cuando -dirigiendo a su entrañable Urú Curé- derrotó a Pucará por 13 a 12.
Seguro que continuará disfrutando del rugby como desde un principio; gozará con cada éxito con la misma intensidad que le dolerá cada derrota. El día después de cada partido lo seguirá encontrando con su cabeza pensando la planificación del próximo juego.
El “Cuervo” seguirá respirando rugby por todos los poros las 24 horas de cada día. Como siempre lo hizo. No hay motivos para cambiar, por supuesto. Hoy es una fuente inagotable de energía para él y para los jugadores a los que conduce; también, para los jóvenes dirigentes que conducen al club. No hay mejor garantía que esta para seguir amasando nuevos sueños, renovados desafíos. Fiel a su estilo y forma de vida, no se pondrá techo.
Foto: Prensa Uru Cure
(*) Periodista