Por Franco Evaristi
Tarareando el hit del momento, Himno de mi Corazón de Los Abuelos de la Nada, “toti” caminaba por calle Constitución en la siesta dominguera del 7 de octubre de 1984. Marcelito, su hijo de 7 años, no entendía demasiado; le alcanzaba con saber que luego de recorrer más de 12 cuadras lo esperaría una aventura grande: observar un partido de fútbol “importante”. Así calificó “toti” a la tenida futbolística cuando llegó la hora de gestionar el permiso ante la “patrona” para llevar al pibe a la cancha.
¿No será peligroso?, retrucó Gladys con el instinto de toda madre protectora. ¡Pero noooo…jugamos partidos con River, Boca, Huracán en los nacionales y no pasó nada…!. El énfasis de la respuesta del hombre de la casa tranquilizó a medias a la mujer, que le dio un visto bueno a regañadientes. No sin antes detallar una ristra de concejos impostergables: “Lleven campera porque se pondrá frío después del partido; no se ubiquen cerca de los más revoltosos, vayan temprano así eligen el mejor lugar, lleven algo de plata para comer un chori y una coca, y vuélvanse en taxi, por las dudas”.
El pibe estaba en la pieza tendiendo la cama –haciendo buena letra para que el permiso llegue sin problemas- cuando papá se apoyó en el marco de la puerta y le dijo sin preámbulos: “Esta tarde vamos juntos a ver Estudiantes”. Marcelito pegó un salto de felicidad y aceleró el proceso de tendido de la cama. En un minuto cumplió con una tarea odiosa que solía demandar cinco, con los cuestionamientos a la orden del día (“a mi primo Juancito no le hacen tender la cama en su casa, ¿por qué a mí sí?”, era la frase de cabecera, reiterada una y otra vez).
Eran 11.30 de una cálida mañana. Las campanas de la Catedral habían sonado no hacía mucho, anunciando la misa de las 11. Los domingos, la zona de calle Alvear al 700 estaba signada por la dinámica de los feligreses que se dirigían a la Iglesia Catedral o San Francisco. El hogar ya estaba impregnado por el aroma al tuco para los Ravioles de pollo y verdura. Gladys sostenía que una buena salsa debía tener un hervor al fuego lento de no menos de una hora y media para que los sabores de potencien.
Habitualmente no se almorzaba nunca antes de las 12.30, pero Marcelito ya tenía la mesa puesta antes de que termine la misa. El ritual de hacer la mesa era otra actividad para el refunfuño que se desarrollaba sin anteponer ningún “pero”. Es que la recompensa era grande. A la salida de los ravioles, sólo 10 cuadras lo separarían de su gran aventura: ver a Estudiantes en un partido “importante” (ya había debutado como simpatizante en un duelo ante Huracán de Barrio La France, en la primera rueda de la ronda final).
Con los ravioles a punto, no sólo que la mesa estaba impecable sino que el vaso de mamá Gladys contenía una mezcla perfecta de granadina con soda y el de papá el “tinto con soda de costumbre”.
El reloj parecía tener un andar perezoso. El relato de la carrera del TC 2000 en Balcarce no arrojaba la performance deseada de Renault. Si bien la marca se consolidó ese año entre la preeminencia de Ford, Chevrolet, Peugeot, Dodge y Volkswagen, Jorge Serafini no logró imponer su ritmo para disputar los podios. Igual, el foco estaba puesto en lo que sucedería pasadas las 16, en el estadio Ciudad de Río Cuarto.
Al son del Turismo Competición 2000, Marcelito almorzó a la velocidad de Juan María Traverso, levantó la mesa con la impronta de Jorge Omar del Río y sacudió el mantel en el patio con la rapidez de Esteban Fernandino. No lograba contener tanta ansiedad acumulada. Solito había elegido abrigo para que no haya objeción alguna de mamá (pese a que la tarde primaveral era muy agradable).
Ni bien “toti” salió del baño y tomó un pulóver y el manojo de llaves, el pibe emprendió lo que presumía sería el mejor viaje de su vida. Beso a las apuradas a mamá, promesas de “hacerle caso a papá” y a la cancha. Era el domingo en el que había que ganar puesto que la primera final en La Docta había sido 0-3. Era la definición de la Liga Cordobesa de Fútbol (ACF), en la cual el “celeste” riocuartense incursionaba en procura de retornar al Nacional.
Marcelito apenas podía distinguir a Trucco y Bueno, dos apellidos familiares por la recurrencia en la mención de su papá. El camino optado para llegar al estadio fue por calle Constitución derecho para tener, desde la intersección de Jaime Gil –donde comienza el boulevard que conduce a la Rotonda San Martín-, un panorama de lo que sucedía en las adyacencias del estadio. El gentío era un paisaje pasadas las 13.55. Mucha más gente de lo habitual circulaba por la alterada Río Cuarto. Las puertas del estadio se habían abierto a las 13. El entusiasmo por el desembarco del Belgrano de Córdoba dirigido por Victorio Cocco no implicaba sólo el respeto futbolístico a Cantarini, Ludueña, Chaparro, Comelles, Ramos o Delgado. Además, recalaría en la ciudad la facción más bullanguera: “los piratas”. No gozaban de buena fama, por eso el operativo de seguridad incluyó más de 300 efectivos de la Policía de Córdoba.
La tribuna norte fue la designada para albergar a la parcialidad capitalina. Según algunos vecinos, parte de la hinchada “pirata” merodeaba las calles céntricas de la ciudad y el Mogote en el río Cuarto incluso el sábado por la noche. Algunos presentían algo raro. La semana previa se dirimió entre algunas declaraciones dirigenciales y especulaciones en torno al duelo revancha.
Abstraído de todo eso, Marcelito iba a los saltitos por la vereda, disfrutando de cada momento, de cada simpatizante vestido con gorro caminando con su mismo entusiasmo, de escenas desconocidas para su corta vida como gente abarrotada en procura de una entrada, y policías por doquier.
Más de media hora de fila para lograr el ticket. El pibe se entretenía contemplando la imponencia de la tribuna que da a la Avenida España y los cánticos de quienes ofrecían “gorro, bandera y vincha”. Tan agradecido estaba de poder estar allí que ni siquiera se le ocurrió tentarse con ese gorro celeste con vivos blancos de trenzas largas. Sólo lanzó un petitorio comprensible: “papi, me hago pis”. Los nervios, la espera y las necesidades naturales que había que atender. “Antes de subir a la tribuna hay unos baños, aguanta un poquito más que ya entramos”, contestó “toti”.
Cacheo de rigor de un agente de la fuerza de control y raudamente ingresaron. El verde césped se lucía en la luminosa tarde. Las 15.05 y el estadio estaba casi lleno. La tribuna visitante rebasaba de hinchas y aún quedaban más por ingresar. Asomado desde la tribuna Oeste, Marcelito advertía movimiento de jugadores en la cercanía a los vestuarios. Su corazón palpitaba fuerte. Esperaba por atesorar ese momento sublime: la salida del equipo a la cancha, los papelitos y cintas decorando el cielo, y el estruendo del canto de un pueblo futbolero deseoso de coronar la gloria.
Pero para eso faltaba. Papá “toti” llamó al “cocacolero” para amenizar la espera. Aunque esa espera fue mutando desde el disfrute pleno del folclore de la previa, a la incertidumbre para luego transformarse en angustia. Aunque no visibles desde las alturas, había movimientos extraños debajo de la platea Oeste, hacia el sector norte donde se ubicaban los cordobeses. Quienes estaban apostados más cerca de ese lugar empezaron a retroceder y provocaron un amontonamiento para el lado de las escaleras de ingreso. No se entendía bien qué pasaba. Hasta que don Raúl, habitué en esa tribuna, gritó: “Los de Belgrano se quieren meter acá, están trepando para subirse”. La certificación de los dichos del reconocido simpatizante “celeste” se dio con el arribo de agentes de la fuerza de choque (infantería policial) para dispersar a los intrépidos “piratas” que pretendían ocupar un lugar que no les habían asignado.
A todo ello, Los Leones, se habían organizado para contrarrestar el avance de los “Piratas del Siglo XXI”, como los definió Diario La Calle. En sólo un par de minutos, aquél panorama festivo y de expectación por el duelo futbolístico se transformó en corridas, forcejos, alambrados rotos, griterío, nerviosismo, violencia y estruendos varios. Al pibe le habían matado la ilusión. En esas condiciones el partido no se jugaría. Abrazado a su papá y asustado por la situación inédita, Marcelito no comprendía lo que sucedía, sólo quería irse. “Toti” ya había descendido y estaba en cercanía de los baños contiguos al portón del ingreso a zona de vestuarios. Los comentarios de los hinchas indicaban que había un herido de bala. El revuelo seguía, iba in crescendo. A gritos, solicitaban una ambulancia. Tronaban las sirenas. En algún sector del estadio yacía desvanecido y con un disparo de arma de fuego en el abdomen un hincha de Estudiantes. Era Marcelo Coronel, más conocido entre los “leones” como “poli”. Nadie lo podía creer. La gente se miraba azorada mientras desconcentraban del estadio. En las afueras, más corridas, empujones, móviles policiales, “piratas” detenidos…todo era un caos.
Los salvajes de antes –parecidos a los de ahora y los que vendrán- le robaron la ilusión a un pibe que solo quería aferrarse a la emoción de ver entrar a su equipo al campo de juego a disputar un partido fútbol, sin importarle nada más.
“Belgrano no querían jugar la final”
En primera persona, Juan Carlos Ordoñez narra aquella historia. “Cucú”, como lo conocen, fue uno de los “leones” que enfrentó a los “piratas”. Una tarde que será recordada por asistir a su amigo “poli” –herido de bala- en medio de la trifulca y el “boyazo” al presidente del Belgrano de entonces, Walter Spengler.
-A 35 años de aquella barbarie ¿Cómo se puede entender lo que sucedió?
-Ese partido Belgrano ya no lo quería jugar. El presidente vino con la intención de que se suspendiera. La noche anterior ya había gente de Córdoba rondando por el estadio y la policía los detuvo. Tenían herramientas probablemente para aflojar las tubulares que se armaron para ese partido.
Fue un desastre. Vino una cantidad enorme de gente para hacer lo que querían: suspender el partido. En las cercanías del estadio, cerca de donde está ahora el shopping, hicieron desastre. Se abusaron. Robaron todo, en una rotisería que había, no dejaron nada.
Nosotros con la barra ya nos pusimos de acuerdo, cuando entramos en la cancha, como a las dos o tres, ellos ya habían copado su tribuna y querían entrar a la tribuna chica, a la Oeste, arriba de los vestuarios. Salimos todos juntos nosotros porque la gente que iba ahí era tranquila, no hacían disturbios ni nada…entonces salimos nosotros a enfrentarlos. Y ahí fue que uno de ellos estaba armado, no sé cómo pudo haber entrado. La cuestión es que en el lío yo escucho algunos disparos pero no nos dimos cuenta ahí de lo que había pasado realmente. Hasta que Marcelo Coronel, “el poli”, se levanta la camisa me dice…”me dieron”. Al ratito se desmayó. Era un tiro, yo estaba ahí cerquita. Fue un drama terrible. Nos preocupaba el estado de Marcelo que había recibido un disparo. Fue un desbande tremendo. Luego cuando volvió la calma fuimos hasta el Instituto (Médico) a verlo a Marcelo. Éramos del mismo barrio (entre las calles independencia, hoy Jaime Gil y Alberdi).
Pero Belgrano venía a que se supendiera el partido. Estudiantes estaba muy bien armado, sabía que no iba a ganar acá. Se pensaban que eran los más grandes del mundo, vaciaron un kiosco…era una hinchada brava. Ese día nos pusimos de acuerdo. Y los enfrentamos. Creo que se despertó Río Cuarto porque eran personas como nosotros, pero se les tenía miedo. Nosotros los enfrentamos porque estaban metiéndose con nuestra gente…y se volvieron a su tribuna, a la norte.
En otro momento, recuerdo que bajaba una delegación de Belgrano donde venía Splenger, pasaban como para el viejo vestuario de Estudiantes, cerca de donde siempre estuvo doña Erciglia, y me crucé y le metí un “boyazo” a Splenger…recuerdo que me corrió toda la infantería y me silbaban los palazos que me tiraban. Y alcancé a llegar a trepar un paredón -no me preguntes cómo- y terminé dentro de la casa de doña Erciglia. Había un salón donde se hacía la peña Celeste antiguamente y había otro que era el de tenis, y me quedé ahí, quieto sino me metían en cana.
Pero Belgrano vino a suspender el partido. Y lo lograron. Fletaron un montón de colectivos gratis, desde Córdoba.
- ¿Qué recuerda de ese momento cuando en medio del tumulto advierte que su compañero estaba herido de bala?
-El no se había dado cuenta, me dijo “me arde” y se levantó la remera o camisa y tenía un disparo. Pero creemos que no le debe haber entrado, quizá le rozó…la cuestión es que le ardía. Y cuando se dio cuenta se descompuso. Lo sacamos entre todos para el lado de la Avenida España donde había ambulancias. Después nos sacamos los cintos y los encaramos a cintazos a “los piratas” pusimos todo para que se vayan…
En ningún momento lo dejamos, al “poli” lo fuimos a ver al Instituto, seguimos su recuperación muy de cerca y por suerte se recuperó muy bien.
-Ustedes estaban defendiendo a la gente de Estudiantes…
-Claro, se estaban metiendo en nuestro lugar, eran todos plateístas inofensivos, no era gente de enfrentarse, era gente grande incluso, como ahora. Y estos vándalos eran más vándalos que nosotros (risas) pero los enfrentamos, no podíamos permitir que molesten a nuestra gente. Éramos un grupo muy unido, en ese tiempo recién empezaba “la leonada”. Éramos unos 70. La mayoría éramos del barrio cerca del Club Gorriones (calle Alberdi, cerca de la costanera del río) donde vivíamos cerca los Coronel, yo, otros…y después gente amiga que venían del Alberdi, Banda Norte, como los Lucero, Villarreal, eran todo grandotes, encima.
Éramos muy unidos y nos animamos a enfrentar a esta gente a la cual se le tenía mucho miedo… Y nosotros ni vándalos éramos…éramos todos laburantes, es más, nos costaba ir a la cancha. Nos manteníamos haciendo rifas, peñas para juntar una moneda.
-¿Desde la década del 70 ya había rivalidad con Belgrano?
-Si, fijate que siempre se le cantó en contra a Belgrano. Fijate que con los otros equipos ni tuvimos problemas, ni Talleres, ni instituto, ni Racing, que eran amigos nuestros. Cuando definimos el pase al Nacional contra Alumni de Villa María fuimos a Córdoba y allá nos esperó la hinchada Racing, no éramos muchos. Y a Alumni lo esperó la de Belgrano, porque eran amigos, y ahí también nos enfrentamos. Era una rivalidad muy marcada.
Aquella definición al último Nacional
Tal como lo reza el trabajo de recuperación histórica de Marcelo López Tobares en paginaceleste.blogspot, entre fines del 84 y el verano de 1985 se disputó el Provincial que le otorgaba al campeón la segunda plaza al Nacional. Para esta cita, Estudiantes contrató al delantero Ángel Rubén “chicho” Campagna, que tuvo una destacada actuación. El trámite del certamen fue “durísimo y después de avanzar a paso firme las dos primeras instancias Estudiantes arribó a la fase final que disputó en forma reñida con Belgrano, Juniors, Alumni, Sportivo Belgrano y USV, con partidos cada dos días, denuncias de soborno e incentivación y escándalos que alcanzaron magnitud nacional como el del DT de Belgrano, Victorio Cocco y su arquero Juan Manuel Ramos”.
Agrega que “todo marchaba bien hasta la última fecha en la que Estudiantes perdía inesperadamente de local frente a Alumni y resignaba el subcampeonato que le daba el pasaje directo al Nacional ya que Belgrano nuevamente había sido campeón. Para determinar quién iba al Nacional se jugaron dos partidos en cancha neutral. El primero, en Instituto, Estudiantes venció 2 a 1 a Alumni con goles de Coleoni y Magallanes. Y el segundo -vaya jugada del destino- se jugó en la cancha de Belgrano y con gol de Cossio Estudiantes se clasificó a su tercer Nacional”.
Fuentes: Archivo Histórico Municipal, Página Celeste y CEDAT (Centro de Documentación Al Toque)
Gráfico: Al Toque
Redacción Al Toque