Por Ángel Ludueña*
El tenis local vive -por estas horas- uno de sus momentos más tristes y dolorosos. Es que anteayer se produjo el fallecimiento de Francisco Pérez, “pancho”, tal como fue conocido y tratado por todos los que lo conocimos. Dedicó toda su vida a la raqueta y las bols, en las canchas de los clubes de la ciudad, como también de la provincia y de otros puntos del país.
Tuve la oportunidad de conocerlo en su momento de apogeo como jugador y sus incipientes primeros pasos como profesor de tenis y entrenador de jugadores de alta competencia. Mi vínculo con el entonces tradicional “deporte blanco” -tal era la indumentaria obligatoria universalmente-, había empezado unos años antes en mi Río Tercero natal, haciendo mis primeros “palotes” como cronista de tenis, abrevando de una fuente de sabiduría como Daniel Madruga, padre de Ivanna, quien fuera la sucesora de Beatriz Araujo como la “1” en el país entre las mujeres y luego sucedida por la estupenda Gabriela Sabatini.
Formó parte de una generación de destacados tenistas locales que representaban a la entonces Liga Regional de Tenis de Río Cuarto, en los torneos provinciales y nacionales de menores. Junto a él, su hermano Oscar -el “negro”-, los hermanos Vietri, los Bazán, De Biaggi, entre los que más recuerdo, por sus participaciones en los provinciales en Río Tercero, cuando lo hacían en el marco del calendario de la Federación Cordobesa de Tenis, en los courts del Club Sportivo 9 de Julio, Fábrica Militar y el Casino de Suboficiales, en el predio de Fabricaciones Militares.
“pancho” y su hermano, conformaron un doble masculino que podría definirse como invencible en cuanto torneo se presentara. Marcaron toda una época en el rico y extenso calendario tenístico local, provincial y nacional. En el polvo de ladrillo se movían como “pez en el agua”. Es cierto que era la superficie por excelencia en el país, pues recién avanzados los ’80, empezó a jugarse en muy pocos escenarios diferentes como el cemento (Club Sitas, en El Palomar, por ejemplo) o en césped (Hurlingham).
Vivió la época de oro del tenis local, tanto por la cantidad cuanto por la calidad de las competencias que permanentemente se disputaban en las canchas de polvo de ladrillo de la ciudad. Siempre tuvo una profunda identidad y sentimiento por el Club Sportivo y Biblioteca Atenas; el “negro” tuvo -durante mucho tiempo- un profundo vínculo con su tradicional adversario: la Asociación Atlética Estudiantes.
Si bien la prueba de dobles era su fuerte, en el single no era menos diestro y eficaz. Siempre ocupó los primeros lugares del ranking de primera categoría de la Liga, en el extenso calendario de los torneos abiertos, toda una tradición en nuestra ciudad.
Fue una persona de bajo perfil, pues su modo de expresarse sin ataduras era jugando. Con su hermano jugaban “de memoria”, sus movimientos alcanzaban una sincronía casi perfecta. Todo el tiempo cultivó el afecto, el respeto y la amistad de hombres y mujeres que practicaban el tenis en los clubes locales. Su presencia en cada torneo garantizaba un espectáculo de alto vuelo. El espectador disfrutaba de su juego, de su talento.
No menos agradable resultaban las tertulias “post-partido” en la cantina del sector de tenis del club que fuera. Allí, compartía con muchos otros aficionados -tan o más apasionados que él- los análisis, gustos y puntos de vista sobre las figuras internacionales del momento.
Mientras disfrutaba de los últimos tiempos felices de la competencia entendida como tal, empezó a volcar toda la experiencia cosechada a lo largo de años, en la preparación de futuros tenistas. También en esto, “pancho” la tenía clara: la supervivencia del tenis dependía de los chicos; aquí, él estaba convencido que esa semilla debía ser cuidada y protegida para que el ciclo “presente-futuro” perdurara en el tiempo.
Nunca se subió -al menos públicamente- al ring de la controversia y peleas de egos de los entrenadores y/o profesores. Se preocupó y ocupó de ser idóneo en su función docente, de formador. De otra manera no puede explicarse que haya trabajado en los diferentes clubes locales, en distintas temporadas.
Su conducta y su modo de trabajar, eran su mejor carta de presentación. También le puso el hombro a la Liga, cumpliendo funciones de delegado o, simplemente, sumando su tiempo disponible, para dar una mano a la conducción de turno.
En estos últimos años era posible ubicarlo en “su” Atenas, jugando al tenis, dando alguna clase, trabajando en el mantenimiento de las canchas o, simplemente, disfrutando de esa imagen tan particular que representa un complejo tenístico, mientras el tiempo transcurría.
Siempre que alguien que haya dejado una huella profunda de su paso por la vida, nos deja, el vacío es tan profundo y grande como su figura. Sin embargo, es reconfortante honrar su memoria con la transmisión a las actuales y futuras generaciones de la obra que lo distinguió. Ese será el mejor modo de honrar y tener siempre presente al “pancho”.
*Periodista Deportivo