* Por Agustín Hurtado.
Por su carácter nostálgico, Mardones disfruta mucho ir de visita a casa de sus padres. Cada vez que se aparece por allí no puede evitar recordar su feliz infancia. De tanto en tanto, en esas ocasiones, empiezan a aparecer elementos de su pasado.
Así fue como dio con su vieja raqueta de tenis. Esa que se compró a los 13 años, cuando sus padres, hartos de verlo todo el día encerrado, lo “invitaron” a que hiciera algún deporte. Para Mardones era todo un desafío, porque implicaba tres actividades que no le caían en gracia: hacer actividad física, salir de su casa y tener que relacionarse con gente desconocida.
Pese a las quejas iniciales, Mardones le tomó el gusto al tenis. Era la época dorada de la Legión, cuando Argentina tenía casi dos decenas de nombres en el top cien y era protagonista de la Davis. Encima, entre ellos había un riocuartense, Agustín Calleri, lo que le daba otro vuelo a la actividad en la ciudad.
Pero lamentablemente para Mardones, su carrera en el tenis terminó de golpe y porrazo, literalmente hablando. Una tarde calurosa de noviembre, corrió en busca de una pelota, sus torpes piernas se enredaron y acabó desparramado en el piso, tapado de polvo de ladrillo. El percance le sirvió para abandonar la disciplina. No importó la insistencia de sus padres, el no estaba hecho para los golpes.
El recuerdo del sabor de esa tierra colorada le disparó la idea de indagar un poco más sobre esa actividad que desarrolló en la adolescencia. Así fue como descubrió que su origen tiene varias patas. La historia occidental lo ubica en Europa, como una variación de los juegos en los que se golpeaba una pelota de dimensiones pequeñas con las manos. Otra parte de la historia dice que en China también se practicaba una actividad similar hace como 2.000 años.
Para el siglo XII se empezó a practicar en las cortes del viejo continente. Su nombre proviene del norte de Francia. Cuando un jugador sacaba, gritaba “tenez”, que en dialecto anglonormando quiere decir algo así como “ahí va” o “reciba”. Es uno de los primeros deportes en hacerse profesional (década de 1920) y es una de las disciplinas que ha perdurado en los Juegos Olímpicos modernos desde su primera realización en 1896.
Su relación con el Río de la Plata comenzó allá por 1806, con las invasiones inglesas. Después de rendirse, el general William Carr, vizconde de Beresford, se convirtió en la primera persona que jugó al tenis por estas latitudes. Lo hizo mientras estaba encarcelado en el cabildo de Luján. Esto según cuenta el periodista Eduardo Puppo.
Una de las claves para entender el tenis es la superficie sobre la que se juega. Tal cual su origen lo indica, en las cortes europeas se jugaba sobre césped. Después, fueron surgiendo las demás variantes.
“Las superficies no solo definen el tipo de juego, sino también, sirven como metáfora del mundo”, pensó Mardones al ver cual clase de cancha se desarrolló en los distintos países. Los campos de césped o cemento son más costosos y difíciles de mantener, en cambio los de polvo de ladrillo o tierra batida son más accesibles. Así, los estados del llamado primer mundo, poseen impolutos escenarios de gramilla especial o carpetas sintéticas de última generación. En cambio, los países del tercer mundo o de primero venido a menos (España o Italia) utilizan las polvorientas de tierra. La excepción sería Francia con su Roland Garros, pero también es cierto que los demás torneos en tierra gala se juegan en canchas de cemento o carpeta.
La superficie también se relaciona con la idiosincrasia de los países. El polvo de ladrillo permite defender mejor, por lo que el jugador desarrollado en esa superficie está lleno de mañas, por ejemplo en el uso de los efectos. Las canchas lentas, como se las conocen, neutralizan un poco el slice (efecto que hace rotar la pelota hacia atrás lo que genera un pique bajo y veloz, casi imposible de predecir y defender en las superficies rápidas), por que la bola no se desliza tanto y, como contrapartida, contribuyen al uso del top (la pelota gira hacia adelante, pica alto, hace retroceder al rival y da tiempo de reposicionarse). Esta superficie hace que la potencia sea más relativa y que cuestiones como la altura y la fuerza, propias del europeo o el norteamericano, no sean tan preponderantes. En otras palabras, iguala un poco más las cosas entre el fuerte y el débil.
Los partidos en polvo de ladrillo salen más enredados, con puntos largos, más emotivos y con cambios constantes en el dominio. Esto complica al europeo clásico, ese que apuesta por un saque potente, uno o dos tiros más y punto. El jugador latinoamericano, el español, el rumano o el italiano, están acostumbrados al lio. Es normal que en sus países el transito sea un caos o a que se corte la luz en plena hora pico de trabajo. No le molestan los imprevistos como a los ordenados europeos.
Esto no quiere decir que no le vendría bien un poco de orden. Es decir, si son capaces de competir de igual a igual en medio de todo el caos, sería interesante ver lo que pasaría si tuvieran todas las condiciones.
Pero los poderosos son poderosos por algo y con el correr del tiempo consiguieron que las ventajas que tenían los tenistas “tercermundistas” se fueran disipando. De a poco, la cantidad de torneos en canchas lentas se fueron reduciendo. La temporada de los tenistas profesionales cada vez incluye menos visitas al polvo de ladrillo. Así, para sobrevivir en el circuito, los tenistas tuvieron que adaptarse a las canchas rápidas. Los españoles fueron los que mejor lo hicieron con un tal Rafael Nadal como ícono.
El proceso fue un golpe duro para la Legión Argentina. Más allá de cuestiones de organización interna, la reducción de torneos en canchas lentas contribuyó a la caída de los tenistas albicelestes y sudamericanos. Para una muestra, vale mirar los primeros 50 puestos del ranking mundial. Hasta en la Copa Davis los poderosos consiguieron hacer de las suyas y borraron de un plumazo la ventaja que podían sacarle los “tercermundistas” al jugar como locales en superficies lentas. Ahora la sede es una sola y la superficie es una carpeta sintética.
“Se podría decir que el cemento es predecible y no ensucia, el césped es elegante y prolijo y el polvo de ladrillo mancha y es irregular”, concluyó Mardones sobre su análisis, recordando como terminó después de aquel porrazo que cortó sus ilusiones tenísticas.
Después de ese último pensamiento, Mardones se acusó a si mismo de estar generalizando demasiado. Que esa relación entre las maneras de jugar, las superficies y los estilos de vida era un poco forzada. De todas maneras no pudo seguir investigando mucho más, porque su padre lo sacó de sus tribulaciones señalando que ya era hora de que le devolviera su computadora y se fuera a su casa. Hacía más de tres horas que se había instalado en su espacio de trabajo. Manuel Ernesto accedió al pedido de su padre y se llevó la raqueta por las dudas. No sea cosa que le den ganas de volver a masticar un poco de polvo de ladrillo.
* Periodista