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* Por Juliana Román Lozano
Jugar un partido requiere respirar juntas. Juntas funcionar como un pulmón.
Para defender se aprietan los dientes y se toma aire achicando espacios y reduciendo las posibilidades del equipo adversario. Cuando se recupera la pelota ahí si se toma aire. Se expanden las fibras pulmonares abriendo la cancha y explotando en una exhalación colectiva que produzca opciones de juego y genere movimientos cómplices entre líneas y jugadoras que se mueven en relación a sus aliadas, ese cuerpo colectivo del que son parte. Y es que adentro de la cancha, un equipo está lleno de sociedades: la rusticidad necesita de la gambeta y la frialdad para plantear una jugada en milésimas de segundo necesita de la garra, de la entrega y de la velocidad para correr cada pase y cada pelota dividida.
“La base de un equipo es la solidaridad y en la cancha como en nuestro territorio
aprendimos que siempre somos más fuertes si estamos juntas”
La base de un equipo es la solidaridad y en la cancha como en nuestro territorio aprendimos que siempre somos más fuertes si estamos juntas. En cada partido se entrelazan las habilidades y los errores de cada una. Todas nos necesitamos. La Eli que ataja, necesita del descaro de la Flaca para ir a marcar cada pelota como defiende a sus hijas, a su barrio y a su tribu de pibas. Defiende con la rusticidad con la que te tira la posta y a veces te parte al medio con (o sin) la pelota y también con la palabra. Es que la Flaca a veces no mide, pero hasta en eso te hace sentir el amor de su temple y su amistad a prueba de balas. Cuando la Flaca defiende le aliviana el camino a Eli que se tira sin medir las consecuencias. Kamikaze del arco te saca pelotas a mano cambiada del rincón menos esperado. A veces la caída es durísima pero siempre se levanta estoica, se sacude la tierra y vuelve a levantar la mirada como levantó una y mil veces la guarida del amor en la que viven sus 8 hijas guerreras. Cuando Eli saca del arco busca sin pensarlo a la Cury que amansa la pelota a sus pies y después de dejar a varias rivales desparramadas por el camino le entrega un pase certero a Tami que no da una pelota por vencida y corre solidaria como es siempre su gesto. El equipo necesita de la complicidad de ellas dos que juegan juntas desde hace una década. Cury y Tami no hablan mucho, pues no lo necesitan. Observan el juego y planean en silencio gestos altruistas y así juegan cómo viven. El cambio de frente va para Lucy que es metódica para jugar. Analiza las posibilidades problematizando las mejores salidas para el partido y de paso para todas, para la manada y para el barrio. Ella sonríe cuando corre y también cuando camina. Siempre recibe a los pases y a sus compañeras con una sonrisa enorme y la mirada curiosa de quien quiere transformarlo todo. De palabras justas y gestos técnicos pulidos, ella lleva la sangre de varias generaciones de futbolistas que bajaron desde la puna con paso firme y certero para enseñarnos a muches sobre sororidad y pie de lucha.
Cuando Lucy desborda por la línea, y tira un centro, entrega un regalo en el área para que alguna delantera abra con la cabeza o alguna volea.
Quién se abre camino es Vivi, que es jugadora de toda la cancha y abre puertas y caminos en cualquier territorio. No es difícil entender como cabe tanta fuerza en un solo cuerpo cuando te mira a los ojos y te dice que sí, que todo va a estar bien y que si estamos juntas no va a haber ningún problema. Su compromiso para correr más allá del cansancio y abrir la cancha es el mismo con el que te abre la puerta de su casa y conspira en calma jugadas maestras para que todo sea para todes y su abrazo sanador alcance a toda la manada y se extienda por todos los pasillos del barrio. Vivi tira la pelota más allá de su dolor y cuándo levanta la cabeza para jugar se encuentra con la mirada cómplice de Gri, que es su hermana elegida, con quien juega de memoria y se tira paredes de manual. Gri juega con los puños en alto y despliega su cuerpo por la cancha pisando fuerte el territorio que la vio nacer y que lleva tatuado en las plantas de los pies.
Baila cuando juega dominando su cuerpo desde el centro, desde donde se barre y te saca la pelota con elegancia, pero siempre hace una pausa, te da la mano y te sostiene para que te levantes. ¡Entre ellas dos hay una complicidad única, una generosa alianza irrompible de la que te invitan siempre a ser parte! En su juego y en su accionar, jamás son egoístas. Abren la cancha con la certeza de quienes le han dado guerra a la injusticia y han triunfado juntas y con un pase o una birra, te invitan a participar de su aquelarre de gol. Los pases siguen y llega la pelota de nuevo a la defensa. Ahí erguida está Francisca.
Tiene el pelo negro, los ojos negrísimos y la sabiduría en las manos llenas de historias de otros lados, de otros tiempos. Siempre busca asociarse, busca con la mirada alta los ojos de las compañeras y cocina la jugada con la misma maestría con la que te derrite el paladar a fuerza de chaufas y otros mimos culinarios. Llena de fuerza patea la pelota como patea el barrio y la vida y celebra los goles con la mirada altiva, tan llena de fuerza y una verdad que solo ella conoce y que algún día tendremos la fortuna de saber.
Jugar un partido requiere respirar juntas. Juntas funcionar como un pulmón.
Jugar juntas y estar juntas. Tomar aire y jugar. Tomar aire y seguir.
En la cancha están algunas y estamos todas. En el barrio están algunas y estamos todas.
Hace 13 años, en esos primeros días en que la cancha estuvo embarrada y los vidrios nos cortaban las canillas apretamos los dientes, nos paramos bien juntas y agarradas de las manos nos alineamos en la barrera para defender nuestro arco, nuestro derecho a estar ahí y jugar nuestro partido.
Fueron pasando los años y llegaron días más soleados cuando la cancha se abrió y las líneas de cal parecieron eternas. Ahí tampoco nos soltamos las manos, nos vimos rodeadas de niñas y bailamos de gancho festejando la vida, la dignidad, el derecho ganado y la lucha.
Hoy, con la mirada puesta en esos recuerdos y en esa certeza de lo conquistado, del tejido hecho de mil colores, recuerdos, cicatrices y enseñanzas es que reafirmamos nuestra estrategia de juego.
Hoy la villa 31 necesita agua, necesita recursos y un estado presente que se haga cargo de los años de ausencia y desidia.
Hoy nosotras invocamos ese abrazo milenario que se han dado siempre, una y otra vez las mujeres de este barrio y volviendo a ser pulmón inhalamos juntas para gritar desde esta justa rabia, desde este dolor y desde la dignidad de todas nuestras miradas que, a pesar del abandono de este estado criminal, la vida triunfará y volveremos a la cancha por uno y mil partidos más.
* Juliana Román Lozano, Buenos Aires, 15 mayo 2020
¡Ahora que sí nos ven!