Por Gustavo “Sapito” Coleoni
Nos vamos a tomar una licencia. Ya hablamos de Alemania, cuando arrancó el fútbol, con toda su impronta, orden y esencia. Luego llegó lo del amateurismo de Messi, de su búsqueda por el gol 700 y de lo que representa para el Barcelona.
Siguió el tema de la pandemia y los despistes que tenemos. Sobre cómo Agremiados, AFA, Jugadores, dirigentes van cambiando y empujando un poco para su molino y se olvidan de los hinchas que son los que realmente ocupan las canchas.
Me tomo esta licencia y voy a contar una historia con respecto a Valencia. Un monstruo, mi ídolo.
Me retrotraigo en el tiempo y me ubico en una siesta jujeña, donde la misma Pachamama parece empecinada en apagar la magia de un niño que hace picar la pelota en las calles de su pueblo natal. Pero sólo el grito de su madre, el llamado del amor, puede detener la gambeta de Daniel.
Valencia era un flaquito con medias arriba de los tobillos, la remera afuera y la melena al viento, como decía Osvaldo Wehbe. La Boutique se convertía en el teatro Comedia, decían los periodistas de la época, porque cuando iba a tirar un córner la gente se ponía de pie y lo esperaba con un aplauso.
Desde cada córner le pegaba con distinta pierna, ya sea en la esquina que daba a la panadería El Cordero (le pegaba con izquierda) o el codo que daba a la casa de Don Gramajo (lo hacía con la otra pierna). En ambas, la gente se rendía a sus pies, desde el obrero, el intelectual, el político, el sacerdote, el linyera y hasta el niño que en el hombro de su padre veía a José Daniel Valencia derramar toda su impronta, su magia.
Son pocos los jugadores que logran la definición que Osvaldo Wehbe pone en su libro: “Daniel Valencia daba el pase antes de darlo”. Increíble frase de la biblia del fútbol ante un jugador brillante.
Valencia no tiene calendario, no tiene tiempo. Pudo haber jugado en cualquier época, en cualquier lugar. Tenía un cambio de ritmo como Nacho Fernández, visión periférica como Ronaldinho. Ahora se habla de esas visiones, de esas salidas por las bandas. Valencia lo tenía todo. Era completo, tenía impronta, tenía quiebre, periferia, tenía magia.
Para definir a Valencia no hay que dejar de nombrar a su “padre”: César Luis Menotti. Fue el mejor orfebre, su gestor, el que lo delineó. Lo hizo armando e iniciando un proceso de cambio en el fútbol argentino con la impronta de otro pensamiento y con la convocatoria de joyas del interior.
Hay una anécdota muy linda, que ocurrió en el juvenil de Francia. Estaban viendo jugar a los alemanes y Daniel le dice a Menotti: ‘qué rápidos y fuertes son estos gringos, César”. Y Menotti, con toda su sabiduría, contesta: ‘Fuerte es usted que sobrevivió a la pobreza, a estos gringos los llevan a donde vivía usted y los sacan en camilla a los tres días. Mañana usted les va a pintar la cara”.
Este es un pequeño cuento/repaso que quería hacer sobre mi ídolo y a quien tanto imité en la infancia. Hasta me pintaba un lunar en la cara y recibía más de un reto de mi madre. Sólo para parecerme a él.
¡Hasta la próxima!
José Daniel "Rana" Valencia fue un extraordinario mediocampista ofensivo que formó parte de la Selección Argentina campeona del mundo 1978. Inició su carrera en Gimnasia de Jujuy, rápidamente pasó a Talleres de Córdoba, donde se convirtió en ídolo indiscutido, y también experimentó pasos por el fútbol ecuatoriano (Liga de Quito) y boliviano (Jorge Wilstrermann y San José de Oruro).
Por Gustavo "Sapito" Coleoni - Entrenador de fútbol