Por Osvaldo Wehbe
En la casa de la tía de mi amigo Alfredo, trabajaba de empleada doméstica una joven llamada Leticia. La tía era “La Pocha” y con Leticia tenían una gran relación, a pesar de la diferencia de edad. “La Leticia” (sé que no está bien articular los nombres, pero ella es “La Leticia”) era por ese tiempo una gringa morruda, tenía marcada la forma femenina, esa de guitarra, y, digamos, era como que le sobraba un poco de todo.
Los muchachos del barrio, reunidos en la esquina la seguían con la mirada, admiradores en silencio de su porte; cuando ella salía del laburo. Y el respeto era mayor, ya que en la puerta de la casa de “La Pocha”, la esperaba puntualmente su novio, que según la leyenda urbana, era boxeador aficionado, casi un pelador callejero y encima, levantaba quiniela. Lo último no era un gran problema, lo del pugilismo podía ocasionar tener que vértelas con él si le arrimabas a “La Leticia”.
Íbamos a la casa de la tía de Alfredo, a jugar al patio del fondo. Enorme sitio, con dos limoneros, qué, a la distancia entre uno y otro, permitían poseer un arco natural y entonces los torneos de penales o el “mete gol entra”, duraban horas.
La Leticia nos miraba y nos cargaba. Éramos mucho más chicos que ella y nos llamaba la atención sus conocimientos sobre fútbol. Iba todos los domingos a ver a Atenas y era fanática de Boca. Se enojaba cuando alguno de nosotros decía: “¡va a patear Artime!”…o alguien afirmaba que era la Bruja Belén, el wing de Racing.
Lavaba la ropa en una tabla que colocaba en la pileta del lavadero y cantaba canciones del Club del Clan. Pero allí, tenía solamente una lámina colgada: la de Silvio Marzolini. Lo amaba. Aseguraba que era por el único que cambiaría al boxeador. Que Marzolini era el mejor tres del mundo y además, un “papito”.
Silvio Marzolini nació en el barrio de Barracas el 4 de octubre de 1940. Hijo de papá Eligio (carpintero) y mamá Emilia, ambos italianos. Tuvo sus primeros pasos futbolísticos en Deportivo Italiano, club donde comenzó jugando como defensor lateral izquierdo. Debutó en primera en Ferro, el 31 de mayo de 1959, ante Boca en empate en uno. Ferro fue con Roma; Mogaburu y Marzolini; Ríos, Balay y Salas; Juárez, Berón, Acosta, Méndez y Kolandjan. Los goles fueron de Acosta para el verde y Mansilla para Boca. Le tocó marcar a Nardiello, y ya ese día, Boca empezó a pensar en el rubio carilindo que jugaba de tres.
Cinco fechas después, fue expulsado y cumplido el castigo, reapareció, curiosamente frente a Boca en la Bombonera, donde Ferro ganó dos a uno. Herminio González marcó para Boca, Juárez y Berón para Oeste.
Su destino azul y oro estaba sellado. En el 60, pasa con Antonio Roma al club xeneize y debutan en La Plata ante Estudiantes. Ganó Boca, dos a uno, con goles de Rattín y Lugo, Scandoli para el Pincha. Su primer Boca fue Roma; Edson y Marzolini; Davoine, Rattín y Benítez; Nardiello, Lugo, Mansilla, Sasía y Garabal.
Jugaría en Boca hasta 1972, más precisamente el 10 de diciembre en un Huracán 0 Boca 1, gol de Rubén Galetti. Su último Boca fue con Sánchez; Ovide, Mouzo, Rogel y Marzolini; Peracca (Romero), Pachamé y Palmieri; Galetti, Curioni y Ferrero. El técnico era José Varacka.
En Ferro había jugado 23 partidos y en Boca lo hizo en 389 ocasiones con 9 goles. Consiguió con Boca, los campeonatos de 1962, 1964 y 1965 y los Torneos Nacionales de 1969 y 1970 más la Copa Argentina de 1969.
La carrera de Marzolini en Boca no terminó de manera ideal. El presidente de Boca, Alberto Armando, aún resentido por la participación activa de Marzolini en la huelga de jugadores en 1971, puso trabas a la continuidad del jugador en Boca. Armando, además, rechazó una venta del jugador a Francia y, más tarde, le dio el pase libre con la condición de solamente jugar en el interior del país. Ante este panorama, a los 32 años, Marzolini decidió colgar los botines.
Sus duelos con Bernao, Luis Cubilla o Héctor Facundo, por nombrar algunos, fueron memorables. Su actuación en el mundial de Inglaterra fue consagratoria, tanto, que fue elegido, el mejor tres del mundial.
Había debutado en la Nacional cuando jugaba en Ferro, el 15 de marzo del 60, en los Panamericanos de Costa Rica, entrando en un cotejo ante el local por Etchegaray. Ese día, la Selección ganó dos a cero con goles de Ermindo Onega y D’ Ascenzo. La formación fue con Ayala; Navarro y Etchegaray; Álvarez, Guidi y Varacka; Dacquarti, Onega, W. Giménez, Callá y Belén. Entraron Marzolini, Sarnari y D´Ascenzo.
Jugó 28 partidos en la Nacional hasta el 69, participando en los mundiales de Chile 62 e Inglaterra 66. Un jugador de galera y bastón. Un crack.
Tras su retiro, Marzolini se dedicó, entre otras cosas, a la dirección técnica. Su primer trabajo como entrenador fue en 1975, cuando dirigió hasta 1976 All Boys. En 1981 es contratado por Boca, y logra obtener el torneo Metropolitano de 1981, con un plantel capitaneado por Diego Maradona y un gran juego de Miguel Brindisi.
En 1995 volvería a dirigir a Boca, nuevamente con Maradona como capitán, pero en esta oportunidad sin el éxito del período anterior.
A partir de entonces comenzó a trabajar en el fútbol amateur y la gestación de nuevos valores futbolísticos. En 1998 inició una gestión de diez años de duración en las divisiones inferiores de Banfield. Bajó su dirección, vieron la luz jugadores como Darío Cvitanich, Jesús Dátolo, Gabriel Paletta, Mariano Barbosa o Daniel Bilos entre otros.
Cuando esto escribo pienso, que habrá sido de “La Leticia”, que en donde esté lo seguirá venerando. Con la fidelidad de gente como ella, bien de barrio. Con ese amor que le tenía a la distancia.
Marzolini fue un grande dentro de la cancha y lo es mucho más, fuera de ella. Recibió aplausos, ovaciones y suspiros.
Y en cualquier rincón del país, durante mucho tiempo, tres, se decía Silvio.
*Página realizada y publicada con Silvio Marzolini en vida.
Gráfico: Al Toque