Por Marcelo Ducart
¿Quiénes son los verdaderos héroes y villanos? La pandemia, como otros tantos fenómenos sociales excepcionales, ha acelerado como en una sala de ensayo, los procesos sociales que se invisibilizan en un país. Es una muestra, una biopsia del "tejido" de lo somos y cómo somos. ¿Y qué nos muestra? Tanta ciclotimia de opiniones, tantas urgencias por decreto terminan delatando nuestro encanto por vivir en los "extremos" de la "excepcionalidad", sin poner demasiado cuidado en las normas y en las formas, pero, sobre todo, en el trabajo necesario de cada día para llegar a nuestro destino. Y de eso quiero hablar: “del Derecho al trabajo” de tantos compañeros que han sido SACRIFICADOS por el “bien” de la comunidad. Entre tantos de ellos, me refiero, a mis compañeros y colegas vinculados al rubro de gimnasios y centros deportivos en general, con los cuales me solidarizo.
Pareciera que hemos dejado de cuestionar como adultos nuestras zigzagueantes decisiones, para responsabilizar a un virus como el culpable de la asignación discrecional del derecho constitucional y legítimo al trabajo. Y lo raro es que la excepcionalidad que nos provoca fascinación, espanto, abatimiento y asombro al mismo tiempo, no la vivenciemos también como culpa. De esa que debería invadir nuestra conciencia para evitar el traslado del maltrato hacia los más débiles, la resignación de perpetuar la eterna categoría de los "sacrificables", como todos aquellos sujetos que una sociedad inmola para darse una cohesión interna y purificar así sus incongruencias, como señala Kammerer. ¿Acaso la negación a la apertura de los gimnasios bajo las mismas condiciones de seguridad y salubridad que se les imponen a otros rubros ya aprobados no obedece a cierta lógica de exclusión de los prescindibles? La ley del mal menor, la demonización de algunos rubros laborales y el chivo expiatorio de algunos oficios y profesiones, son formas poco “saludables” que ni las razones biomédicas alcanzan a justificar. Por favor, no quiero más "excluidos" ni "ciudadanos de segunda". Deberíamos estar más atentos a que en nombre del cuidado de la vida, no destruyéramos la vida de aquellos que deberíamos tener más cuidado…
Hoy, sólo por hoy, sueño con que el vértigo del miedo al contagio que se instaló masivamente y que late como un aguijón que adormece la conciencia, se despierte y nos empuje a trabajar por una sociedad más inclusiva y justa.
Por Marcelo Ducart | Docente de la Universidad Nacional de Río Cuarto