Curiosamente la vida basquetbolística de la Asociación Atlética Banda Norte y Sportivo 9 de Julio de Río Tercero tiene más semejanzas que diferencias. Ambos fueron construyendo a lo largo de estos últimos casi 30 años una historia -cuyos hitos no coincidieron cronológicamente, nada más- con más semejanzas que diferencias. En primer lugar -considerando a esto como la génesis de los sucesos que luego ocurrieron- empezaron juntos a amasar el sueño de ser protagonistas de lo que en ese momento era el mayor anhelo de León Najnudel: ser parte activa de la primigenea idea de un basquetbol federal en el país.
Ambos se lanzaron a tan ambicioso e incierto -pues así era en ese momento- nuevo tiempo del baloncesto argentino, cuando en 1983 disputaron -representando a sus respectivas asociaciones- el Provincial de clubes para clasificar equipos en las dos principales categorías de la Liga: la A y la B -hoy Torneo Nacional de Ascenso (TNA)-, siendo los “patriotas” los que accedieron en forma directa. Unos meses más tarde, el “verde” también satisfizo su deseo, en un torneo de repechaje en Oncativo.
Entre 1984 y 1988, compartieron la hoy legendaria Zona B-2, que agrupaba a los equipos de la Zona Centro, Cuyo y Noroeste; la categoría del ascenso se completaba con la B-1, nutrida de equipos de las provincias del Litoral y del NEA (Nordeste Argentino) y la B-3 (Capital Federal, provincia de Buenos Aires y la Patagonia). En gran parte de ese período, los viejos gimnasios de ambos -hoy mudos testigos de noches epopéyicas, muy cerca de sus nuevos estadios que satisfacen las exigencias de la competencia contemporánea- fueron escenarios de choques que se transformaron en algo más que el cumplimiento formal de un fixture.
“Verdes” y “Patriotas” inscribieron sus nombres entre las decenas de clubes que fundaron la Liga Nacional de Basquetbol. Desde allí comenzaron con su derrotero en busca de la gloria: llegar a la A y codearse con lo más selecto del baloncesto nacional. Mientras amasaban esos “locos” sueños aprovecharon -cada vez que fue posible- para recibir a equipos legendarios de ese nivel para ellos -hasta ahora- inalcanzable, en encuentros amistosos en plena temporada o en la etapa de preparación para cada edición de la Liga B.
Hoy surgen -cual agua de un manantial inagotable de recuerdos- nombres como los hermanos Rubén y Oscar Diz, Walter Domínguez, Jorge Stancovik, Marcos Marchetti, Daniel Assum... También los de Fabián López, Rubén Arese -hoy reencarnado en sus hijos Nicolás y Santiago-, Raúl y Marcelo Spertino, Aldo Andreo, Sergio Dacuña, Jorge Faró, Antonio Costa y tantos otros... Mientras el club de la Avenida San Martín y Colón siempre era un candidato o favorito a llegar a los lugares más altos de la competencia, el del Parque Sarmiento trataba de hacer pie en una competencia que le resultaba más dificultosa de lo que su gente creía podía ser.
En rigor de verdad, nunca hubo -ni a nivel asociativo, ni de clubes- una clásica rivalidad entre el basquetbol de Río Cuarto y Río Tercero. Es probable que la naturaleza de este término -típico entre clubes de una misma ciudad o pueblo, que se potencia cuando se trata de la escisión de una entidad anterior a las que lo protagonizan, que primero los unió y luego los separó- haya ganado lugar en el imaginario colectivo por la proximidad geográfica de las dos ciudades.
No se trata ahora de desmitificar lo que es hoy un genuino sentimiento y que bien plasmado quedó en las últimas temporadas que “verdes” y “celestes” se midieron en la Liga B, pues recrearon las ambiciones de ascender, de crecer, de progresar, de estar un peldaño más arriba. Quizá el punto de inflexión fue la temporada 1987. En tanto “9” se volvía a poner el traje -tan familiar para él- de candidato, el club del Parque daba un paso antes nunca dado. Se erigía en un firme aspirante a lograr cosas importantes; no estaba dispuesto a ser uno más, ni el partenaire de nadie.
Esa temporada -y de la mano del entrenador bahiense Carlos Spaccessi, que como había sucedido en el ‘79 con el “Macho” Rissi, o en el ‘83 con el profesor Alberto Finguer, marcó un hito hasta ahora nunca igualado- Banda Norte sostuvo encuentros memorables frente a los “patriotas”. Pero no quedaron en eso. Para sorpresa de propios y extraños -y más aún de los aficionados “celestes”-,el quinteto riocuartense no sólo venció en su gimnasio -algo que hasta entonces no era frecuente-, sino que también lo derrotó en el entonces nuevo estadio que estaba construyendo su par riotercerense y del cual hoy su dirigencia, jugadores, socios y simpatizantes, se sienten orgullosos, al igual que ocurre en el Parque Sarmiento.
Los avatares económicos -principalmente- empujaron a Banda Norte a desertar de la Liga al poco tiempo; no mucho después, sucedió lo mismo con el club “patriota”. Llegó así el “ostracismo” -aunque no en el sentido literal del término- de ambos durante la década del ‘90. El basquetbol siguió vivo en ambos clubes, pero sus corazones ya no latieron al frenético ritmo de la alta competencia. Tuvieron el cuidado de no abandonarlo totalmente. Seguramente en la mente de ambos estuvo la idea de regresar algún día, mientras tanto... Mientras tanto apostaron a los pibes; pusieron proa a la construcción de nuevas y más sólidas bases para realizar el despegue y volver...
La rivalidad se mantuvo -no ya con la intensidad que imponía la Liga Nacional- en las competencias federativas, puertas adentro de la provincia. Es cierto, no era lo mismo...La pasión no alcanzaba la misma intensidad en la Liga Provincial de Clubes, que en algunos de los niveles de la competencia nacional.
Pero el calor dentro del campo de juego encontró su sano y sensato equilibrio desde la dirigencia de ambos clubes. Por aquellos años, Miguel Griglio -junto a Manuel Madruga y el “Chango” Altamirano, entre otros- cargaban sobre sus espaldas con la conducción de los patriotas; de este lado, Raúl Mengoni -primero casi en soledad-, fue el rostro visible del esfuerzo dirigencial en Banda Norte. Con el paso de los años, fue una de las prioridades de cada una de las conducciones del club.
Sus nombres estarán ligados por siempre a estos dos clubes: José Albert y el ya citado Raúl Mengoni. “El gordo” y “El flaco”. Aquel siempre activo, algo cascarrabias y de mirada -aparentemente- impenetrable; éste, un soñador sin límites. Ambos ya no están físicamente entre nosotros -Mengoni partió, dejando su impronta, el 13 de noviembre de 1995-... Pero dejaron su legado para la posteridad y esto fue seguramente lo que impulsó a los dos clubes a ser parte -otra vez, como en aquellos años- de lo más granado del basquetbol nacional.
Por Ángel César Ludueña