Por Leonardo Gasseuy (*)
Josef Stalin fue el brazo de hierro que dirigió a Rusia desde 1922 a 1952, ese año (uno antes de su muerte) nació Vladimir Putin. Parecería una coincidencia, pero desde épocas milenarias las consecuciones van uniendo la historia rusa. Moría el que venció a Hitler, nacía el líder mundial más importante de estos últimos 30 años.
Tras su victoria en las elecciones del pasado domingo, Putin ocupará la presidencia de Rusia por cuarta vez hasta 2024 y sumará 25 años en el poder si se cuentan los casi cinco años en los que fue primer ministro. Nos preguntamos ¿Por qué 8 de 10 rusos aprueban con su voto las formas de Putin? Simplemente por el sentido de liderazgo. Algo que cualquier pueblo que se precie de tal, ansía, pero que los rusos literalmente adoran. No hay otra explicación. El colectivo psicológico del ser ruso necesita esa representación de guía. Necesitan un gran padre.
Después del desastre económico y conceptual que abrumo al país, tras la caída del muro y la desorganizada occidentalización de sus maneras, se debía implementar un cambio, se debía encontrar la manera de regresar a esa impronta rusa que une a un pueblo, y solo esa referencia de liderazgo orienta a todos en una dirección. Putin fue inteligente en interpretar una cosa: la rusa es una sociedad genéticamente única, con un deseo de autorepresentación que excede los modelos y estigmas.
Se sometieron a los zares y los amaron con devoción. Se rebelaron, los asesinaron y crearon un régimen de hierro que los representó y agobió por igual. Contagiaron a una parte del mundo creando la brecha y, cuando se agotó el modelo, viraron sin importar las dolorosas transiciones.
"Nos dimos cuenta finalmente de que no somos un país europeo sino una civilización propia, muy diferente a Europa. Y Putin puso eso muy claro: se lo explicó a la gente", explican los analistas rusos. Fue el creador del neonacionalismo ruso al mirar el presente evocando la grandeza del pasado. Colectivizó el sentir nacionalista. Ha logrado construir un concepto de nosotros.
“A un ruso le debes demostrar que eres capaz de hacerlo, cuando él lo compruebe perderá su noción y tiempo siguiéndote hasta el final” dice Dostoyevsky en Crimen y Castigo. Es parte de lo que se enumera para seguir a Putin: reconstrucción económica, presencia internacional como miembro del consejo de seguridad de la ONU, la victoria sobre el terrorismo, la capacidad de reanexar la bahía de Crimea en base al diálogo, su postura firme en contra del programa nuclear iraní, la modernización de la armada, convertir a Rusia en una superpotencia energética y muchos logros más.
Pero naturalmente es el líder autocrático, déspota y maquiavélico que gobierna con las intrigas propias de alguien formado en la KGB. Comenzó la segunda guerra chechena y desde ahí relanzó su idea expansionista de centro derecha, que tenía como claro objetivo la disputa con Ucrania. Un líder mundial que está altamente sospechado de hackear las elecciones norteamericanas –modificando la base de datos electorales de 39 estados - e intimidar a una Europa preocupada, que mira a Rusia con un respeto casi conminatorio.
Rusia es fuerte aunque no rica dado que su poder externo o interno ya no depende del precio del crudo. El poder político tiene base en la creación de una red de oligarcas amigos, multimillonarios que son los explotadores de los recursos minerales del país y dueños sin disimulo de la obra pública.
En 80 días se juega la Copa del Mundo de futbol en Rusia y tal como ya hemos expresado anteriormente el evento servirá como pantalla para los movimientos del Kremlin. No interesa el aspecto comercial, dado que de las 20 espacios publicitario que la FIFA dispuso para el país solo la empresa Gazprom ha adquirido plaza al momento. El poder de manejar al mundo bajo su impronta catapulta a Vladimir Putin en un líder peligroso. Abundan las certezas del envenenamiento de su gobierno al ex espía Sergey Skripal y su hija que lo enfrentan a toda la Unión Europea. En ese contexto el mundo visitará Rusia, cuya idea de ser sede del campeonato no es más que un nuevo eslabón en la campaña del gobiernopara proyectar al mundo una nueva imagen, basada en la confianza, el optimismo, la renovación y un recuperado poderío global.
Nada tapa la saga oscura de mentiras y extorsiones que lo catapultan como el Mundial de Futbol más político de la historia luego de Argentina 78.
El Vicepresidente Vitaly Mutko, el cerebro del dopaje, sigue en funciones. En su último informe, Amnistía Internacional señalaba fuertes conflictos en la libertad de expresión, persecuciones a la oposición, torturas, problemas en la justicia, actividades ilegales en el Cáucaso, en Siria, de hostigamiento a los homosexuales. Rusia no es, en absoluto, el primer país que organiza un evento de este estilo con un problema importante en el ámbito de las libertades. En ese ámbito el mundo mirará inconscientemente una pelota de futbol y sin querer será cómplice de ser parte de una fachada que oculta intereses de poder que seguiremos lamentando.
(*) Estará presente en Rusia 2018 representando a Al Toque Deportes.