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Fútbol - In memoriam

14-12-2019

El maestro y su mejor aprendiz

Este sábado se conoció una noticia que enlutó a todo el fútbol regional: a los 89 años de edad, falleció don Alejandro Marcial. Desde Al Toque Deportes le rendimos un modesto homenaje reproduciendo un capítulo referido al gran formador que contamos en el libro Centro Atrás.

“Somos lo que hacemos día a día;

de modo que la excelencia no es un acto,

es un hábito”

Aristóteles

 

Una gélida mañana de mayo brinda una muestra de la crudeza del invierno que vendrá. La persistente lluvia y los colores del día que no alumbran aún por el barrio Alberdi. Son las diez menos cuarto. El hilo de agua que baja del techo de zinc al ingresar a una cochera deshabitada. Sólo allí se halla un comedero para perros con algo de agua y migajas de alimento balanceado. En calle Salta al 300 las casas son predominantemente bajas y de patrones de construcción similar. Son hogares de laburantes, llenas de lucha cotidiana e historias de superación. En la extensa cuadra seguro que habrá panaderos, empleadas domésticas, electricistas, almaceneros, mecánicos…difícil saberlo con sólo recorrer su exterior. Pero hay una vivienda que en su jardín contempla una pista inequívoca de la personalidad buscada. Dos pelotas reposan a un costado del acceso principal, debajo de una ventaja con síntomas de soportar sol de frente gran parte del día. Están empapadas. Una trajinada por los picados interminables; la otra con pinta de haber sido un obsequio de cumpleaños con no más de dos o tres semanas de uso, aún conserva ese plastificado que la hace brillante.

 

No hay timbre. Los golpes sobre la puerta de chapa son tímidos, pues es temprano aún para un mañana tan desapacible. Después de un momento se escuchan los intentos infructuosos por abrir. Hasta que desde adentro advierten: “Ahí voy chicos, disculpen, me equivoqué de llave”. Sigue lloviendo copiosamente y el frío traspasa los abrigos. Intentando domesticar un pirincho rebelde y con algo de premura asoma Don Alejandro Marcial. Polera tejida para resguardar el cuello, pantalón deportivo y chancletas se apresta a abrir el portón de tejido. Se acerca escoltado por Tomy y Morita, dos fieles laderos que ofician de guardia imperial. La cadencia de su caminar contiene el paso de 88 intensos años recién cumplidos (25 de mayo de 1930). Las chuecas típicas de los futboleros y el arrastre de las plantas de los pies sobre la carpeta de cemento rugosa distinguen su andar. “Pasen, pasen”, invita generoso y dice: “Espérenme un ratito”. Cruza una puerta y, en menos de un minuto, vuelve con aquél pirincho revoltoso amaestrado (ni los cabellos pueden con su don natural de enseñar que aún conserva). Se sienta en una larga mesa que otrora fue para muchos y hoy contempla la soledad en primera persona. “Ustedes dirán…”, insta al diálogo. Apoya sus brazos sobre la mesa y mueve sus manos como si el tiempo hubiese vuelto atrás y estuviese amasando el pan de todos los días.

 

Panadero de oficio y por pasión, formador de generaciones enteras de pibes en el bello arte del fútbol por vocación. Alejandro Marcial, nativo de Serrano, es el hombre por el cual transitaron los mejores baluartes que entregó la rica historia de la Liga Regional de Fútbol de Río Cuarto. Por su carisma, sensibilidad y conocimientos desfilaron cuando niños Guillermo Pereyra, Luis Oste, Martín Herrera, Franco Costanzo, Julio Mugnaini, entre tantos. Él tuvo la dicha de otorgarle las primeras herramientas a la mayor creación de nuestro fútbol: Pablo Aimar. Fue en Estudiantes, en uno de los más de 20 años que allí trabajó en la formación de pibes.

 

-Como formador de Pablo Aimar, ¿qué....

 Interrumpe drásticamente y remarca con énfasis: “Yo no soy el formador de Payito. Sí fui su primer maestro y me enorgullezco haberlo sido. Pero no me creo que fui capaz de formar un chico para el Mundial y que haga todo lo que hizo... no fui yo. Después de mi tuvo otros profesores de los cuales aprendió. Fui su primer maestro. Es una gloria para mí, pero no puedo creerme que yo sólo fui quien formó a Aimar. Doy gracias a Dios lo que la vida me dio, tengo la satisfacción de haberlo visto crecer, de verlo triunfar”.

Con mesura y humildad pone las cosas semánticamente en su lugar apropiado. No lo hace con gesto adusto, lo hace con esa mirada tierna y compasiva de todo abuelo que sigue enseñando, por más que en estos tiempos que corren parecen que los saberes de la experiencia vivida por adultos mayores fuesen descartables, cuando en realidad son añejos, adquieren mayor valor. La vejez puede ser el tiempo de nuestra dicha, poetiza Jorge Luis Borges.

 

“Mi misión fue formar chicos. Técnicos puede haber muchos, formadores no. Yo soy más formador que técnico”. Lo dice alguien que pasó más de 63 años en el loable oficio de educar a los niños en el fútbol en diversas instituciones como Renato Cesarini, Deportivo Río Cuarto, Estudiantes, Defensores de Alberdi, Juventud Unida de Río Cuarto, la Vecinal San Pablo, el Colegio San Buenaventura.

 

Dicen que con el paso del tiempo el rostro se va ajando por angustia, llanto y sufrimiento por aquellos momentos a los cuales la vida nos somete, pero don Alejandro Marcial porta hidalgamente esas arrugas en la piel como vestigios de sonrisas generosas por los gratos recuerdos de la vida, como la coincidencia con Payito. Y esas reminiscencias fluyen mientras llueve en el afuera y sus fieles amigos, Tomy y Morita, procuran entrar a la acogedora calidez del hogar, allí donde pululan las evocaciones como fiel reflejo de la felicidad del tiempo vivido.

 

“Disfruté mucho de mi trabajo. Cuando estuve en la (clase) ´79 de Estudiantes, Payito habrá tenido 6 años. Era flaquito, chiquito, pero con tantas condiciones que lo llevaba a jugar a la ´75, cuatro categorías más grandes. Lo tenía en el banco, lo ponía poco y él me agarraba pantalón y me decía: ´Alejandro, ¿cuándo me vas a poner?´”.

 

Ni bien finaliza la descripción de ese recuerdo comienza a reír y se acentúan esos fuelles que bordean su mirada melancólica. Es el preludio de una risueña anécdota: “‘Payito’ era tan flaquito que un día fuimos a jugar a una cancha (no voy a decir cuál por respeto) que tenía el césped muy alto y tiraron un centro y cabeceó Payito y cuando cayó para atrás no se lo vio más…lo tapó el césped (risas). Era tan menudito que yo llegue a decirle a mi señora que era una pena que un chico con tantas condiciones futbolísticas no lo ayude su físico. Yo pensé que se le podía complicar llegar en el fútbol por su delgadez, pero sé que luego hizo un tratamiento de estiramiento en Córdoba y eso lo ayudó”.

 

El asombro por las cualidades de “payito” aún perduran muchos años después: “Marcaba mucha diferencia y esa categoría ´79 salió cinco veces campeón. Recuerdo que en un torneo Julio Mugnaini hizo 75 goles y creo que todos fueron por pase de Aimar (risas). ‘Payito’ hacía toda la jugada y se la daba a Julito para que la empuje debajo del arco”.

Y agrega: “La madre de los campeonatos hemos ganado con la ´79. Una vez jugamos en Río Tercero una final de un torneo. Para ellos jugaba el ‘piojo’ (Claudio) López. Terminamos el primer tiempo 7-0. No entraron a jugar el segundo tiempo”.

Sufriéndolo como si le tocase a un hijo o nieto suyo, Marcial asegura que no sólo los atributos futbolísticos son suficientes para alcanzar los sueños en el deporte. Hay un sinfín de otras cuestiones que hacen al complemento necesario. “Saben la de chicos que he visto con el talento de Payito, pero no han llegado por conducta, porque eligieron otros caminos y porque no había una gran base de educación desde la familia. Y allí ‘payito’ tenía todo. Era una gran personita, te daban ganas de tenerlo en brazos. Y tenía una gran familia. Su papá (Ricardo Tomás, ‘payo’) aparte de ser un monstruo para el fútbol era un señor. Él iba a ver a su hijo pero lo hacía retirado, nunca le gritaba por alguna indicación. Nunca me objetó a mí como entrenador en alguna cosa”, asegura y refuerza: “La educación viene de casa, y a Aimar lo ayudó a triunfar eso, más allá de la condición. Y ahora a lo mejor ese don de gente, más allá de sus conocimientos, lo lleven lejos. Tiene para mí un futuro grande, lo veo como DT de la Selección Argentina”.

 

Todos los viejos
llevan
en los ojos
un niño,
y los niños
a veces
nos observan
como ancianos profundos.

Oda a la edad, Pablo Neruda

 


 > Poder leer esta nota relacionada: El don de la formación


 

 

Desde siempre los niños observan a don Alejandro Marcial como ancianos profundos, y ellos advierten que ese afable viejito encierra un niño en su mirada. Desde que emprendió el camino de la formación de niños en el fútbol las lecciones no se remiten sólo a fundamentos básicos: parar la pelota con la cara interna, jugar a dos toques, ceder al mejor compañero ubicado o cabecear con los ojos abiertos. Sus enseñanzas traspasan la esfera caprichosa. Hoy las arengas previas a los partidos (impartidas por DTs o bien por los propios padres) remiten a la necesidad voraz de ganar porque ganar es sinónimo del único éxito que es aceptado en una sociedad cada vez más desposeída de otros valores trascendentales. Don Marcial habita el terreno de la nobleza, entendido como piedra basal del todo. Es por ello que entre los silos y el puente negro, en la canchita chica de Defensores de Alberdi, cada sábado reverbera un ritual esperanzador.

“¡¡¡No a los vicios, no a malas costumbres, no a malas palabras, no a la violencia, no a la discriminación; sí al deporte, sí al fútbol, sí a Defensores…!!!

Emerge de una voz cansada por el paso de la vida, pero férrea por la sólida convicción de que ése es el camino. Los niños vivan con entusiasmo.

 

Marcial sostiene que el paso por la vida no debieran ser en vano, máxime cuando se trata de una función social vinculada a la formación integral de los niños: “Un día escuché que mis chicos cantaban después de ganar un partido peleado: ´despacito, despacito, despacito…les rompimos, el….´. ¡Y ni bien los escuché les pegué un levante! Y los hice pedir disculpas. El respeto, ante todo: al rival, al juez del partido, a los compañeros; siempre por delante de todo. Ése ejemplo de vida es el que uno intentó e intenta enseñar”.

 

Mientras haya “Marciales” diseminados por la vida habrá luz al final del camino.

 

La cátedra sobre realidad psico-bio-social de los niños y de pedagogía llegó a su fin. No le hizo falta a don Alejandro caminar por elitistas academias para entender que el fútbol, a partir de sus fundamentos, debe ir atado al concepto de libertad en la formación para que los niños no estén condicionados a automatizar movimientos.

 

Tampoco precisó desarrollar un posgrado en neurociencias para advertir que el criterio de ganar por sobre cualquier otro valor hace que la presión psicológica –ejercida también por los padres- genera trastornos y provoca hechos irremediables en algunos casos.

 

No necesitó de un posdoctorado para refutar esa tesis que afirma que la presión por ganar transformará a los pequeños en futuros “ganadores”. Él tuvo siempre claro que el resultado de ello es un chico presionado, con poca confianza y vulnerable emocionalmente.

 

Afuera sigue lloviendo. La retirada del hogar de don Alejandro es a ritmo cansino, un ritmo que contrasta con la energía desbordante de Tomy y Morita. Deja a su paso una estela dibujada por las sonrisas de miles de niños felices jugando a la pelota y a ser mejores personas.

 

Mientras, las pelotas del jardín agradecen su destino, lo mismo que las generaciones de pibes que se sirvieron de su ejemplo.

 

Nunca has amado lo que no has querido

 pero lo que has querido lo has amado

y por eso tu mundo se ha poblado

de seres llenos de amor y sentido.

José Coronel Urtecho

 

 

Gráfico: Al Toque

Foto: Al Toque / Archivo

Redacción Al Toque