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Fútbol - Opinión

15-07-2020

Un “equipo” de Mundiales

Por Osvaldo Wehbe

Ahora que hay un especie de reposo en lo físico, aunque para nada en lo intelectual y laboral, miro hacia atrás, y los almanaques están al costado del escritorio, vacíos de contenido, de días, semanas y meses. Es que ya fueron, ya pasaron.

 

Desde esta posibilidad que da la tecnología y un medio manejado por gente con sentido común y compañeros del mismo palo; es que los ómnibus semanales (dos veces a la semana en muchos casos) se espaciaron lo suficiente como para darle tregua a la vorágine del seguimiento del fútbol que he hecho durante años con mucho placer y esfuerzo, con gran alegría y satisfacción por el deber cumplido.

 

Y hay palabras que podrían marcar capítulos de esta vida de relator, tan particular y bella. Una de esas y tal vez de las más importantes es: mundiales.

 

El último, en Rusia, terminó dos años atrás.

Cada cuatro años, casi siempre en junio o julio, las citas futboleras que paralizaron al mundo llevan a los periodistas al lugar de los hechos para contar la historia, y a la gente, a seguir con unción cada partido de su seleccionado.

 

Y el paso de los años, me permitió seguir, por radio primero, y televisión después, las alternativas de los mismos. Hasta que por capacidades propias y trabajos ofrecidos, empecé a ser protagonista desde una cabina o un centro de prensa de ese mes o cuarenta días, que tienen al mundo en vilo con una pelota rodando en una cancha del lugar que sea, y millones, aún los no tan fanáticos, viviendo cada minuto de cada partido y repitiendo nombres y apellidos que serán familiares durante ese lapso y se olvidarán de inmediato apenas finalice la contienda o hasta que su Selección quede afuera de la Copa.

 

Puede importarles. O no. Está bien de cualquier manera. Pero quiero contar en este espacio, cómo viví los mundiales de mi vida. Sin datos precisos de resultados y estadísticas (eso se encuentra en cualquier parte, en estos días) y con la mirada de mis emociones y pasiones, de mis desvelos al estar lejos tanto tiempo y los goles argentinos que aliviaron los momentos. Eso, más relatos inolvidables (no por buenos, sino por la posibilidad de estar allí), estadios increíbles, y charlas interminables con colegas de todo el mundo, son parte del botín que guardaré para siempre, junto a un reconocimiento que me ha abrumado en los últimos tiempos y que no hace más que exigirme a tratar de mejorar día a día.

 

 

Pero este tipo se amaneció a los mundiales cuando a los 9 años y a través de lo que en casa contaban mi papá y mi hermano y en la radio narraba un tal Fioravanti, se jugó en Inglaterra el Mundial 1966. Las fotos de Artime y Onega haciendo goles, de Roma atajando, del “Tucumano” Albrecht y Perfumo parando todo, de Marzolini siendo el mejor tres del mundo y de Rattín expulsado por un alemán cachafaz en el partido ante los locales, pasaron a ser leyenda inmediata en mi vida. Recuerdo que fue en julio y que al partido ante los ingleses lo escuché en la vereda de la casa de mis primos de Córdoba, en Barrio Jardín, hacia donde había viajado unos días en las vacaciones de invierno.

Gran desazón, siempre imaginaria, a la distancia. Sin televisión y con un regalo que nos llegaría por estos lados varios meses después: la película “Gol, Copa del Mundo” que llegó a Río Cuarto al Cine Ocean y que vi una noche en la que cayó piedra sin llover. De verdad, una pedrada memorable. Y en esa película, vimos el mundial en imágenes de pantalla grande y color. Emocionaba.

 

El del 70, me llegó ya sí en junio, en segundo año de la secundaria. Televisión en blanco y negro. Canal 12 de Córdoba y el circuito cerrado local. Y nosotros no jugábamos. Nos había sacado Perú en la eliminatoria. Y nos quedamos sin Copa.

De reojo vimos al gran Brasil ganarla en el Azteca, en donde 16 años después Diego superaría a todos. Un mundial sin Argentina, era un acontecimiento importante, pero no tanto. Por estos lados se jugaban los partidos de AFA de mañana para no interferir con los horarios mundialistas, pero hubiese sido igual, me parece.

 

Para el 74, ya era un estudiante universitario. Mi primer año en Córdoba. Con nubes negras a futuro que sólo vislumbrábamos aquellos que olfateábamos lo que el peronismo sin Perón haría. Y Perón se murió en medio del Mundial. El baile que nos dio Holanda en la segunda ronda, no me hizo olvidar la alegría de aquella clasificación lograda en primera ronda, goleada ante Haití mediante y la mano de Polonia para sacar a los “tanos”. Épocas de pantalones Oxford y pelo largo. La “melena” del “Ratón” Ayala, las gambetas de Houseman y el juego de Babington. No mucho más. Después Cruyff y Brasil se encargaron de mandarnos a casa. El partido con Alemania Oriental, que ya no cambiaba nada, no se vio porque el país estaba de luto por la muerte del General.

 

 

En el Mundial de Argentina, ya “trabajaba” de periodista. En la corresponsalía de Radio Rivadavia en Córdoba. No me acreditaron, pero a cambio de mi cobertura de las concentraciones de Escocia y Alemania en las sierras, me dieron entradas para ver partidos en el “Chateau Carreras”. En una Renoleta y un transmisor VHF, cubría esos lugares asombrándome de ver beber a escoceses y alemanes, cerveza y whisky mezclados en vasos gigantes. Colegas y dirigentes eran, porque hinchas no había. Los extranjeros no vinieron en número interesante a la Argentina. Sabían lo que aquí pasaba, mucho más que nosotros. Y estuvo Kempes, como buena noticia.

 

A partir del Mundial de España se suceden los hechos de una manera tan vertiginosa y fantástica que no hay manera de decir y agradecer lo que la vida laboral me dio si lo cotejo con lo que mis expectativas de adolescente tenían. Ya era abogado y ejercía.

Y entre LV16 y Rivadavia me enviaron a Madrid. Fui con la premisa puesta por José María Muñoz de relatar un partido al menos. Era Brasil-Unión Soviética. Y terminé narrando once encuentros. Una victoria personal, entre cracks de la radio como Juan Carlos Morales y Jorge Bullrich que eran, además de Muñoz, los relatores titulares, digamos.

Aquella tarde noche en Sevilla junto a Beto González, mi comentarista, quedará grabada a fuego, no sólo por ser mi primer partido mundialista, sino, fundamentalmente, porque no debimos haberlo relatado, teniendo en cuenta que en el mismo momento las tropas argentinas se rendían en Malvinas y el Rotativo del Aire lo iba informando paso a paso, mientas este “salame” contaba un partido de fútbol. No me permitieron dejar la transmisión. Sólo me solicitaron no fuera tan eufórico. Una situación muy fea. A la cual me ató la felicidad de narrar una Copa del Mundo y por Radio Rivadavia. Hoy, mirando atrás, me da cosa. Pero entiendo lo ocurrido.

 

 

Así empezó todo. Y siguió. México 86. Diego lo hizo todo. Otra vez Rivadavia. Con mi primera hija con apenas meses de vida y mi vieja muy enferma. Con la “visita” de Antonio Candini para ver semifinal y final, parando en el mismo hotel y yendo a la cancha con nosotros. ¡Qué personaje!

 

 

Llegarían Víctor Hugo y Continental a mi vida para colmarme de libertad y periodismo. Italia 90. La música más linda de los mundiales, un hotel en el Vaticano lleno de monjas y curas que paraban allí para asistir a las audiencias papales. Mi encuentro con Juan Pablo II. Los penales del Goyco, los goles de Caniggia y un cuadro valiente y épico que no jugó bien pero fue heroico. Y con la sabiduría del “Tano” Fazzini en mi habitación, charlando de todo aquello que él vivió con el diario La Razón, siguiendo a Monzón y a Reutemann, entra otras cosas, con esa voz rasgada leyendo de madrugada los diarios romanos, a la hora que regresábamos al hotel, después de hacer “Competencia” en el centro de prensa, con diferencia horaria importante con la nuestra.

 

 

A partir de aquí resumo. Mundiales, junio y julio. Cómo papá, lejos, en mi día, de mis hijas. EE. UU. 94 con Radio América. Un equipazo periodístico y la satisfacción de haber convivido un mes en un departamento con el gran Horacio García Blanco. Grandes relatores: Juan Carlos Morales y Walter Saavedra, gente querible como Miguel Simón y Eduardo Castiglione, entre otros.

 

En Francia 98. Mitre y LV3, dupla que inventó Brizuela para tener su mundial. Me comí París en caminatas, junto a Sebastián Montañes y el “Nano” Areán. Desayuné diariamente con el “Ruso” Verea. Un lujo. Volví después de la semifinal entre Francia e Italia para relatar Talleres-Belgrano el día del penal de “Lute” Oste. Las cosas de Brizuela.

 

2002 sin derechos para las radios argentinas y a la distancia el lamento de la eliminación de Bielsa y los suyos, entre ellos. Pablo Aimar.

 

La historia sigue en Alemania 2006 (Continental) con Román Iucht de compañero de vida diaria en un pueblo llamado Furth, muy cerca de Nuremberg, cuna del nazismo, y en Sudáfrica 2010, relatando desde acá una pila de partidos, cambiando de micrófono entre un encuentro y otro, en partidos casi pegados en el horario, para Continental y LV3. Anécdotas increíbles para comer con usted, lector, un buen asado.

 

 

Brasil 2014 con la ya pomposa Cadena Tres y experiencia “carioca” inolvidable. El gol de Di María a Suiza y mi referencia al Papa, el penal de Maxi a Holanda, jugando en el relato con Máxima y su diálogo imaginario con el Rey. Golazos de Messi y tristeza en la final que pudimos haber ganado, no?.

 

 

Y 2018 libre. Libre como el viento. Para viajar por primera vez con Gladys (que fue el soporte de lo anterior) por Rusia y 6 países más. Sorprendido por la cantidad de turistas argentinos, peruanos, colombianos y mexicanos por las calles de la ex Unión Soviética. Una final inesperada entre Francia y Croacia y una flojísima actuación argentina que así y todo casi le empata a Francia en el encuentro en el cual nos sacó de la Copa.

 

Junio y julio. Meses de mundiales. Lejos de casa y cerca de mi pasión por el fútbol y la radio. Y la gráfica. Para escribir estas cosas. Para que dentro de mí, aún no pueda creer hasta donde llegué desde aquel relato que escuché en Córdoba del Mundial 66, a los 9 años.

 

Por Osvaldo Alfredo Wehbe

Gráfico de portada: Al Toque