La niñez de Adrián Sasso. El gimnasio y los esfuerzos y sacrificio de su familia. La posibilidad de ayudar a sus compañeros. Y la indescriptible sensación de verlo a Marcelo, su padre, festejar el título Sudamericano obtenido.
Tipo familiero Adrián Sasso. Por lo menos eso es lo que uno puede percibir cuando él empieza a recordar sus inicios y a repasar la historia de su vida, vinculada a la familia.
Momentos difíciles y situaciones muy duras de contar. Sin embargo, “Junior” se anima a todo y no le escapa a nada, como cuando se para en el ring.
El tipo se pone serio, pero sereno. Da la impresión que se toma el tiempo para pensar cada palabra que dice. Y se larga. “Es media dura esa parte porque (mis padres) siempre sufrieron mucho. Somos siete hermanos; ellos son bastante grandes, se independizaron y a uno de mis hermanos fue al que más le costó salir, porque tuvo problemas con las drogas”, inicia y sigue: “Y mi viejo (Marcelo) siempre fue un hombre muy duro, si lo vi llorar una vez en mi vida a mi papá es mucho. Mi vieja no, es muy sentimental pero luchadora, y empezó a tener un montón de problemas con mi hermano”.
Y continúa: “Yo iba al colegio, salía del colegio y me iba al gimnasio y estaba todos los días con mi papá. Mis viejos eran dos padres con obligaciones: mi mamá, que tenía que cuidar a sus hijos, y mi papá en el gimnasio. Y pasa, como pasa en este momento tan duro, que los padres tienen que trabajar los dos porque no alcanza el dinero y los chicos quedan en casa y de ahí se van a la esquina, y de ahí a dos cuadras y a diez… Y son niños que crían en las calles y terminan agarrando malas cosas”.
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“Y pasa, como pasa en este momento tan duro, que los padres tienen que trabajar los dos porque no alcanza el dinero y los chicos quedan en casa y de ahí se van a la esquina, y de ahí a dos cuadras y a diez… Y son niños que crían en las calles y terminan agarrando malas cosas”.
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Sasso explica que él tuvo otra impronta. Producto de la capacidad, la personalidad o quizás los referentes y las referentes que observó, su camino en el gimnasio empezó prácticamente desde la cuna. “Junior” fue y es un adelantado: preparaba estudiantes cuando él todavía era un pibe.
“A mí (mis viejos) me vieron todo al revés. Antes de quedarme solo en casa o ir a la esquina, me iba al gimnasio y venían muchos chicos universitarios a hacer deporte y yo les daba gimnasio siendo chiquitito. Les enseñaba cómo sacar las manos, cómo pegarle a la bolsa. Yo estaba mentalizado en que iba a ser boxeador. Y yo la veo a mi mamá, que ha sufrido tanto, y ahora me ve en algo bueno y se llena de emoción y de felicidad”, rememora y, al mismo tiempo, se emociona. Como nosotros, que lo escuchamos.
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“Antes de quedarme solo en casa o ir a la esquina, me iba al gimnasio y venían muchos chicos universitarios a hacer deporte y yo les daba gimnasio siendo chiquitito. Les enseñaba cómo sacar las manos, cómo pegarle a la bolsa”.
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Siguiendo con el flagelo de la droga y la cada vez más creciente problemática social, Sasso enseña cómo se puede colaborar con la gente. Claro que para eso se necesita de un corazón grande, como el de este gran campeón.
“Cuando empecé a ser profesional (mis viejos) me veían que estaba feliz y que ayudaba a mis compañeros, porque la droga está en todos lados. Entonces yo me llevaba los chicos a entrenar”, afirma y sigue: “Recuerdo que desde de la Subsecretaría de Deportes me habían dado un espacio en la Vecinal San Pablo, donde estaba con todos niños. Me hacían acordar a mí cuando era chico (risas). Y cuando se cansaban de pegarle a la bolsa jugábamos a la pelota manchada. Entonces terminábamos de entrenar (con mis compañeros) y me los llevaba para el barrio San Pablo. Nunca tuve vehículo, recién ahora tengo una bici, así que íbamos caminando del Centro 11 a la Vecinal (NdR: según Google Maps, 5 kilómetros)”.
“Y yo veo a mis compañeros, que están por dar el salto a ser profesionales, y que seguro deben tener sus problemas, a esos es a los que más me vuelco, a los que están ya metidos en el deporte. Me los llevo a la Vecinal. También doy clases en el Jockey y en Club Banco Nación, y para esta pelea, como era muy importante, tuve que cortar un mes atrás para enfocarme y los puse a dar clases en lugar. Y los pibes no me fallaron”.
Las sensaciones de verlo a papá
Adrián cuenta que la historia de su padre boxeador y se enorgullece. Pero mucho más emotivo se hace su relato cuando narra cómo es que Marcelo trabajo con los chicos en el gimnasio, y también comenta con orgullo otra gran oficio que comparten.
“Mi papá los contiene mucho (a los chicos). Y sabe que es difícil. Entonces al que no quiere entrenar le pide que le ayude a tirar las cuerdas del ring o que ceben mate y así. Si es por mi viejo los tendría desde la 2 de la tarde hasta las 10 de la noche en Centro 11. Y los chicos le han agarrado tanta confianza que le cuentan todo a él. También va mi mamá y los ‘caga a pedo’. Pero terminan siendo como padres para ellos. Y yo vengo de atrás y los empujo, que vamos a entrenar porque algunos son medios vagos y me esquivan”, dice y sonríe.
“Mi papá fue mozo toda la vida y me enseñó a trabajar de mozo a los 14 años. Y mi viejo tenía boxeadores que no tenían plata y, para que no cayeran en cualquiera, les conseguía trabajo. Yo me los cruzó hoy y me dicen: ‘no sabes las manos que nos dio tu viejo’. Y de eso aprendí mucho porque lo vi de chico”, recalca.
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“Mi papá fue mozo toda la vida y me enseñó a trabajar de mozo a los 14 años. Y mi viejo tenía boxeadores que no tenían plata y, para que no cayeran en cualquiera, les conseguía trabajo. Yo me los cruzó hoy y me dicen: ‘no sabes las manos que nos dio tu viejo’”
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Y se mete nuevamente en la pelea. Él dice que siempre le hace caso a Marcelo, que lo aconseja desde la esquina. Parece que fuera ley. Pero hecha la ley…
“Cuando lo tumbo la primera vez (a Devesa) me voy al rincón neutral y lo miro, porque siempre lo miro. Me decía que parara, que no me volviera loco y fue la única vez que no le hice caso (risas). ‘Acá nada de tranquilo, acá lo tengo que sacar. Lo tengo cocinado y no lo tengo que dejar vivir’, pensé”, recuerda y continúa: “Y cuando le gano me doy vuelta y estaba saltando con una felicidad, como si él hubiera ganado. El sueño de mi viejo era llegar a lo más alto del boxeo. Nació en un gimnasio en Vicuña Mackenna y muchos años entrenó con Víctor Robledo, fue sparring de él muchos años y le gente me contaba que era un muy buen boxeador y casi de mi categoría”.
“Tenía un record tremendo (una sola perdida en 15 peleas profesionales) pero dejó de boxear a los 24 años porque mi mamá ya tenía cuatro hijos, y tenía que salir a laburar porque no le alcanzaba y pasaban hambre. Y por dentro debe haber sido una puñalada terrible para él, pero sacó adelante a su familia”, describe y, con el corazón en la mano y la mirada nublada, concluye: “Entonces cuando el árbitro dijo basta lo vi festejar como si hubiera ganado él. Fue terrible. Mi viejo es un maestro”.
Foto: Al Toque
Redacción Al Toque