* Por Stefanía Sanmartino
Desde chiquita practico deportes individuales y grupales, y podría decir que jugué a casi todos, ya sea en el club, el colegio o en el barrio. A los 5 años empecé jugando al tenis compitiendo profesionalmente desde los 8 hasta los 13 años, de ahí pasé al básquet hasta los 17, hice dos años de hándbol y cuando empecé la universidad volví al básquet desde los 18 hasta los 26.
Siempre jugué y entrené con mucha pasión, imaginándome que tenía que enfrentar a grandes jugadores como Stefi Graff en su momento. Todo era pensar en el partido: preparar el bolso, concentrar la noche anterior, alimentarme y descansar bien, estudiar al rival cuando era posible. Era increíble sentir esa adrenalina en el cuerpo, ese cosquilleo en la panza, que me quitaba el sueño y que me motivaba a hacer lo que tuviese que hacer para estar en la cancha. Esa pasión por la pelota siempre fue más fuerte que cualquier prejuicio o que cualquier obstáculo que tuviese que enfrentar para jugar.
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“Era increíble sentir esa adrenalina en el cuerpo, ese cosquilleo en la panza, que me quitaba el sueño y que me motivaba a hacer lo que tuviese que hacer para estar en la cancha”
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Por cuestiones de la vida a finales del 2011 me alejé 5 años del deporte, de eso que tanto amaba y cuando a los 31 años volví nuevamente al básquet, me encontré con un nuevo grupo formado por todas aquellas jugadoras que habían crecido jugando conmigo y a quienes recordaba como niñas. Pero lo que había cambiado no era solo su estatura ni su edad, era algo más profundo.
Ese gran cambio en mis jóvenes compañeras estaba en la forma de defender y luchar por lo que les correspondía. Ya no eran sumisas como lo habíamos sido nosotras. Ellas estaban ahí, firmes y decididas a pedir lo que les correspondía.
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“Ese gran cambio en mis jóvenes compañeras estaba en la forma de defender y luchar por lo que les correspondía. Ya no eran sumisas como lo habíamos sido nosotras. Ellas estaban ahí, firmes y decididas a pedir lo que les correspondía”
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En principio me chocaba verlas exigir tanto y cuando les preguntaba por qué se ponían así o por qué no cedían o aflojaban la respuesta era “porque si cedemos retrocedemos lo que logramos con tantos años de luchar y reclamar, perdemos el espacio que nos ganamos después de remarla y remarla para que se nos de lo que merecemos. Siempre es todo para los varones, nosotras nos cansamos de ganar y no se nos reconoce nada. Tenemos que pagar cuota del club, a ellos les pagan por jugar, ellos entrenan en piso de parquet, nosotras en piso de baldosas, ellos ganan y les pagan el asado, a nosotras ´muy bien gracias´, nosotras venimos a colaborar siempre en los eventos y ellos ni pisan”. Más allá de sus válidos motivos, a mí me seguía costando entenderlas, y dentro mío algo me frenaba a apoyarlas en su lucha. Yo seguía con mi viejo chip de aceptar lo que me tocaba por ser mujer.
Mi punto de vista con el que argumentaba la existencia de estas diferencias se resumía con la frase común de que “las mujeres no venden, por lo tanto, no existen sponsors que quieran patrocinarlas o la gente no las viene a ver porque el nivel es malo”. Y siempre me lo creí así, y acaté las órdenes y me quedé con lo que me daban, y hasta muchas veces me enojé con mis compañeras porque las veía como rebeldes sin causa.
Pero esa visión sesgada que tenía desde que había incursionado en el deporte allá por el año 91, dio un giro de 180 grados cuando conocí a una persona “feminista revolucionaria”, apasionada por el deporte y, sobre todo por el fútbol. Una luchadora como pocas, que en alguna de esas largas y entretenidas charlas me rompió todos los esquemas mentales que tenía para con las mujeres deportistas con los que me había autoboicoteado tantos años. Me abrió la puerta de mi cubo mental y ahí entendí que el problema de las diferencias de las mujeres en el deporte no era económico por no conseguir sponsors. Era algo más profundo, que iba más allá y que involucraba varios actores, principalmente al Estado como participe activo, ya que las mujeres no tenían la misma difusión que los varones, no tenían el mismo apoyo ni de las federaciones, ni de los clubes. Todo siempre giró en torno al hombre, por eso la mujer no tenía posibilidad de nada si no era a por sus propios medios.
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“Entendí que el problema de las diferencias de las mujeres en el deporte no era económico por no conseguir sponsors. Era algo más profundo, que iba más allá y que involucraba varios actores, principalmente al Estado”
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Por mi parte había jugado desde siempre sin darme cuenta de las diferencias que vivíamos en comparación con los varones por el solo hecho de ser mujeres.
En mis tiempos era impensado reclamar por tener una cancha o un horario razonable para entrenar, por tener pelotas o un juego de camisetas para mujeres, entre otras. Estábamos ahí siempre relegadas, a la espera de lo “que el club” nos podía brindar y eso que nos podía dar era lo que quedaba después de organizar a los varones.
Y está situación no solo se vivía en el club, sino que también a nivel asociativo, donde las categorías femeninas quedaban al margen de las masculinas, sin tener apoyo económico ni de ningún tipo.
Sin ir más lejos, el año pasado, los seleccionados asociativos de básquet femenino de Río Cuarto categoría Sub 13 y Primera salieron campeonas de Provinciales de Selecciones por iniciativa de dos clubes, en donde sus profesores consideraron que sus jugadoras no podían perderse ésta competición y decidieron hacerse cargo a pulmón de los gastos de transporte, alojamiento, comida e inscripción. Las jugadoras participaron con indumentaria masculina de dos o tres categorías más grandes porque la asociación no contaba con ropa para mujeres. Lo interesante de este viaje fue que el DT de la selección, un jugador retirado que no solo había jugado en Primera, sino que también había participado en selecciones, no dejó ni un minuto de asombrarse de las diferencias abruptas entre lo vivido por el con los equipos masculinos y lo que tenía que vivir ahora como DT del femenino.
De todos los años que participé de la Primera División, recién el anteaño pasado como categoría de Primera se logró que no nos cobren la cuota de básquet, aunque si la de socio del club, y esto fue mérito de quien en ese momento era nuestra entrenadora – que alguna vez fue jugadora- la que de una forma u otra buscó que se nos reconozca el esfuerzo que hacíamos por entrenar y por darle tantos títulos al club siempre representándolos de la mejor forma.
Este año me encuentro jugando al futbol en FUSIÓN FÚTBOL CLUB que no escapa de todo lo vivido anteriormente, un nuevo deporte una nueva lucha por hacer lo que nos gusta: desde ver como juntar fondos o encontrar sponsors para poder pagarle a los profes, la liga, la indumentaria y los viajes; hasta entrenar el 85% de las veces en una placita (si leíste bien, una placita donde se nos cruza algún que otro perro o algún hombre jugando a las bochas) son algunos de las cuestiones a resolver como equipo de mujeres. Si bien la seguimos remando todas juntas con un objetivo en común y con el motor de la pasión por la pelota, siento que esta vez estamos acompañadas, por ejemplo, por un cuerpo técnico que tiene el deseo de que solo tengamos que preocuparnos por entrenar y jugar los domingos.
Esta lucha por la igualdad de género en el deporte y hacer visible el espacio de las mujeres llegó para quedarse, para seguir avanzando y en la que no debemos dar el brazo a torcer. Hoy podemos ver que muchas conquistas logradas son resultado del trabajo constante de dirigentes mujeres, de dt mujeres y de jugadoras, y aunque el apoyo del Estado o de las instituciones todavía está muy lejos, de a poco también se están sumando algunos hombres que se contagian de nuestra pasión logrando romper ese esquema mental que a todos nos han impuesto.
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“Esta lucha por la igualdad de género en el deporte y hacer visible el espacio de las mujeres llegó para quedarse, para seguir avanzando y en la que no debemos dar el brazo a torcer”
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No debemos dejar de pensar que muchas jugadoras entrenan mientras estudian, trabajan, y visten la camiseta por amor a la pelota, y se entregan al deporte del mismo modo que un jugador profesional, pero con la diferencia que ellos ganan dinero y tienen la posibilidad de dedicarse solo a eso en su vida. Estos últimos años vemos como las mujeres se han ido sumando a la práctica deportiva no sólo por la ruptura de estigmas con la que se ha logrado un mayor respeto, sino que también porque con el inicio de la profesionalización de muchos deportes que antes eran amateurs, como sucedió recientemente en nuestro país con el fútbol femenino. Gracias a una gran movida desde el seleccionado femenino el año pasado y sumado al reclamo por parte de deportistas para exigir contratos de trabajo como jugadoras, recién este año fueron escuchadas y reconocidas por AFA.
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“Si miramos para atrás podemos decir que poco a poco fuimos derribando grandes muros”
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De a poco todo está cambiando, la mujer deportista es mucho más respetada, empezamos a ser referentes, en un espacio antes casi exclusivo de los hombres y si bien se están abriendo puertas, no debemos dejar de manifestarnos, promovernos, apoyarnos y hacer ruido para ser oídas.
Si miramos para atrás podemos decir que poco a poco fuimos derribando grandes muros, y aunque aún quede mucho por hacer para alcanzar aumentar la participación femenina en el deporte, no sólo como jugadoras, sino que también como técnicos, árbitros y dirigentes claves en la toma de decisiones, podemos decir que vamos por el buen camino. Ya no vemos con los mismos ojos y es así que la “C” para nosotras dejó de ser de COCINERAS, para convertirse en “C” de CAMPEONAS.
- ¡Ahora que sí nos ven! | Proyecto conjunto entre el Colectivo Cultural Glauce Baldovín y la Cooperativa de Trabajo Al Toque Ltda. | Notas anteriores:
¡Ahora que sí nos ven! I (por Antonella Tosco)
¡Ahora que sí nos ven! II (por Delfina Vettore)
¡Ahora que sí nos ven! III (Las Rústicas, por María Boloquy)
¡Ahora que sí nos ven! IV (por Marianela Ponce)
¡Ahora que sí nos ven! V (por Laila Espamer)
¡Ahora que sí nos ven! VI (por Dani Palacios)