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Deporte – Literatura

09-01-2020

Boxeando con Cortázar

*Por Agustín Hurtado

Cuarta entrega de las historias y pensamientos de Manuel Ernesto Mardones.

Uno de los grandes placeres de Mardones es la lectura. Cree que cualquier situación o ámbito es proclive a convertirse en un salón de lectura. El amor por esta práctica es una especie de efecto secundario de su socialización primaria. Con dos padres docentes y un tío dueño de un quiosco resulta fácil entender su afición por las letras.

 

Uno de sus escritores favoritos era Julio Cortázar. Sentía una conexión especial con el nacido en Ixelles. Tal vez era por la manera en la que escribía o simplemente porque compartía con él su amor por París. En una ocasión, un poco falto de sueño, se le ocurrió volver a leer algunas de las obras de su autor predilecto. Allí se encontró con La noche del Mantequilla. Un relato de 1977 que tiene como telón de fondo el combate de Carlos Monzón ante Mantequilla Nápoles.

 

Al repasar este texto, Mardones recordó el gusto de Cortázar por el boxeo y decidió que por ahí debía continuar su expedición entre los deportes. Tuvo la impresión, con el entusiasmo ingenuo de un fan dogmático, de que, si al escritor le fascinaba, a él también le debía caer en gracia.

Tal como lo pensaba, encontró rápido los antecedentes principales del boxeo. Las peleas existen desde que la humanidad pisó la tierra. Hay rastros de este tipo de combates desde el 6000 a.C. La práctica, claro está, fue evolucionando y haciéndose un poco menos violenta. Por ejemplo, ya no se usan las manoplas con clavos y tachas de los gladiadores romanos.

 

El formato del boxeo actual tiene sus inicios en la segunda mitad del siglo XVIII cuando en Inglaterra, el Marqués de Queensberry reformuló y compaginó distintos lineamientos. Allí se establecieron las medidas del ring, el uso de los guantes, las primeras categorías por peso, la duración de las peleas y, sobre todo, las penalidades.

 

Las reglas principales del boxeo tienen mucho de sentido común. Una de ellas es la de especificar que los rivales que se enfrentan tengan más o menos el mismo peso. Cada categoría (Pesado, Mediano, Gallo, Pluma, etc) tiene límites establecidos sobre el kilaje máximo que deben tener los púgiles. Así, un boxeador que quiera combatir entre los medianos no deberá exceder los 75 kilogramos.

 

Las otras están dispuestas para evitar deslealtades y cuidar la integridad de los combatientes. Aunque esto último suena a eufemismo un poco macabro, ya que parece estar en lugar de la frase: “evitar la muerte de los contendientes”. Así, durante un combate no se puede golpear en la nuca o detrás de la cabeza; patear, pisar o morder al oponente; sujetar, atrapar o apresar, los brazos, la cadera o el cuello; Darle la espalda al oponente o rehuir del combate; golpear bajo el nivel demarcado por el cinturón; dar cabezazos, codazos o golpes con el hombro de manera intencional; hacer uso de elementos contundentes (más allá de los guantes) para golpear un rival y agacharse por debajo de la línea del cinturón. Entre las curiosidades que encontró Mardones, está que, sí se puede golpear a un rival dando un salto, al estilo de los video juegos.

 

La atención de Mardones se detuvo principalmente en la manera en la que se definen los combates, lo que en definitiva es el objetivo de la pelea. Resulta ganador de quién sume más puntos o quién consiga un knockout o nocaut (en su versión españolizada).

 

El primer caso se da cuando el enfrentamiento cumple todos los asaltos acordados (las peleas se dividen en un número determinado de vueltas de una misma cantidad de tiempo). Allí, tres jueces, de acuerdo a lo que vieron, deciden quién ha sido el vencedor. Los boxeadores comienzan cada vuelta con 10 puntos. El ganador los conserva y el perdedor resta unidades de acuerdo a la diferencia en rendimiento que haya demostrado. Es decir, una vuelta sin grandes diferencias determina un 10 a 9 para el ganador. Cuando termina el combate, se cuentan los puntos que cada juez otorgó a los boxeadores y triunfa el que más sumó. Cabe aclarar que al ser un número impar de jueces, es difícil que se produzca un empate, aunque no imposible.

 

Más allá de estas cuestiones, es la noción del nocaut lo que a Mardones le genera cierto resquemor. Derrotar al rival bajo esta modalidad significa dejarlo fuera de combate, algo que se consigue aplicándole uno o varios golpes que dejen al otro grogui y sin respuesta.

 

El árbitro es el encargado de decidir si hay que parar la pelea por que uno de los púgiles no está en condiciones. Para esto utiliza el conteo de protección. Son diez segundos que tiene el caído para recuperarse sin ser atacado por su rival. Es la clásica escena de las películas de box, cuando el protagonista besa la lona y espera hasta el nueve (en una cuenta interminable, que lejos está de durar diez segundos y en la que recuerda a una catarata de seres queridos) para levantarse y vencer a su rival. Si el golpeado no se levanta o el referee constata que no está para de seguir dará por finalizada la pelea, proclamando ganador al otro.

Cabe aclarar que el nocaut también puede darse por rendición. Es decir que un boxeador que se considere vencido puede pedir que se pare la pelea. Otra variante de esta situación sucede cuando desde el rincón, un entrenador determina que su púgil no puede recibir más castigo y detiene el combate con el simbólico acto de arrojar la toalla sobre el cuadrilátero.

 

Durante el periodo de investigación, Mardones encontró una vieja revista de deportes en una de las cajas heredadas de cuando su tío vendió el quiosco. Allí, un periodista llamado Dante Panzeri calificaba al boxeo como “homicidio legalizado”. Al leer está definición, Mardones no pudo evitar sentir afinidad con el redactor de la revista. Es que, aunque se han modificado varias reglas, el boxeo sigue siendo un deporte violento, que cada tanto tiene desenlaces fatales.

 

Inmediatamente, Mardones pensó en Cortázar y en como ese escritor tan sensible ante los vaivenes del mundo era amante de una disciplina que tiene como objetivo moler a golpes al rival. Es cierto que entre los boxeadores hay honor y respeto, pero todo eso queda detrás cuando suena la campana. La disciplina forma al deportista en distintos valores, pero también enseña las maneras más efectivas de castigar el cuerpo de otra persona, además de autorizar y felicitar el uso de la violencia.

 

El Boxeo puede ser solemne de muchas maneras y generar, como toda lucha, un halo épico en quienes lo practican. Así, los peleadores se vuelven héroes y mitos, con la violencia como factor determinante.

Con algo de tristeza, Mardones admitió que había sufrido lo mismo que aquellos fanáticos que se desilusionan al conocer al objeto de su admiración. Su venerado Cortázar, ya no era “objeto”, era “sujeto” y como tal, tenía pensamientos que no coincidían con los suyos. Así, se vio en la tarea de pelearse con su referente literario o en otras palabras, calzarse los guantes, subir al ring y boxearse con Cortázar.  

 

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*Periodista.