*Por Agustín Hurtado
Releyendo un libro sobre la primera década de gobierno peronista, Mardones dio con un de decreto de septiembre de 1953, en el que el General declaraba al Pato como el deporte nacional. Cosa curiosa, en el país en el que un amplio porcentaje de la población juega al fútbol y este genera pasiones desmedidas, la disciplina oficial es una que la mayoría desconoce.
Su nombre es una de sus características más llamativas y a la vez, no tiene muchos misterios, es bien literal. Se llama pato, porque en sus inicios, se usaba a un pobre palmípedo vivo (al comienzo de las partidas) como útil.
El periodista Ezequiel Fernández Moores, en su libro "Breve Historia del deporte argentino", describe que los primeros registros sobre gente jugando al pato, data de principios del siglo XVII. En las crónicas de aquella época se cuenta como dos grupos de jinetes perseguían a un ave por las calles de la Buenos Aires antigua.
En su forma primitiva, el pato se jugaba de una manera muy simple. Primero se ponía a un ave dentro de un trozo de cuero cocido que tiene dos manijas, dejando su cabeza por fuera. Después se marcaba una línea de partida y una de llegada, a una legua de distancia. Luego se liberaba al pato, que se movía como podía y los jinetes intentaban atraparlo por una de las manijas. Una vez que alguno lo atrapaba, tenía que tratar de llegar con él a la meta. La disputa por el pobre plumífero que hacía de balón se producía cuando dos jugadores tironeaban cada uno de una de las agarraderas del pedazo de cuero hasta que alguno lo soltaba o terminaba en el suelo. La actividad no sólo la desarrollaban los criollos, sino también los habitantes originarios de estas tierras.
En sus 400 años de existencia, el pato entró y salió de la legalidad, casi de manera análoga a lo que sucedía con el palmípedo pasando de una mano a la otra en los duelos de antaño. Las primeras prohibiciones llegaron sobre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Nada tuvo que ver en ellas la vida del pato que era sacrificado en cada una de las justas. Todavía no existían grupos de activistas a favor de los derechos de los animales. Las proscripciones se produjeron por la cantidad de jinetes que resultaban heridos, algunos de manera fatal, en las partidas porque eran atropellados al caer de sus caballos.
En esos tiempos, desde los sectores más acomodados, se trataba al pato como un deporte de "incivilizados". Por eso, fueron los principales promotores de las prohibiciones. El polo, muchos más cercanos a las "buenas costumbres" que pregonaban desde aquellos ámbitos, ganó terreno entre los deportes hípicos.
El pato tuvo que más de 100 años para volver a las marquesinas. En 1943 se levantó la prohibición en la provincia de Buenos Aires. El regreso fue con un reglamento nuevo. Ya no se utiliza a un pato vivo como balón. Ahora, la pelota es de cuero y posee seis asas; suele ser de color blanco. Su diámetro, de extremo a extremo, es de 40 cm. Su peso máximo es de 1.250 g. Los equipos ya no corren desde una punta a la otra con el útil, sino que deben introducirlo en unos aros que están ubicados a 2.40 metros de altura.
Tomando como base lo ocurrido en 1943, Perón decidió volverlo el deporte nacional por decreto, para "resaltar valores históricos y devolverle al pueblo" uno de las actividades más tradicionales que se pueden practicar. Curiosamente, ese pueblo al que se hacía referencia, nunca lo asimiló y prácticamente no conoce mucho de su existencia.
El pato, como tantas otras cosas en esta tierra, cayó en las contradicciones e idas y vueltas argentinas. Pasó de ser el más practicado a la prohibición y luego a ser elevado como el más representativo de manera oficial, sin que la mayoría de sus habitantes tengan en claro de lo que se trata. "Teniendo en cuenta tanto ir y venir entre el altar y el cadalso -pensó Mardones- no está tan mal que el pato sea el deporte nacional".
*Periodista
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I – Las tribulaciones de Mardones
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VII - Una chantada