Por Agustín Hurtado
Cómo todo tipo estructurado, Mardones tiene rutinas que se repiten habitualmente. Una de ellas es la ir todos los jueves a la mañana temprano a tomar un café a algún bar de la ciudad. De las tradiciones argentinas, es una de las que más le gusta. El tipo se levanta temprano, se lleva algo para leer o para corregir y disfruta de la tranquilidad tan particular que le generan esos ámbitos. Además, aprovecha para escuchar las conversaciones de las otras mesas, que siempre le resultaron interesantes. Si bien el dota de cierta intelectualidad a esa acción, aduciendo un interés profesional, ya que permiten tomar contacto con el clima social, en el fondo sabe que hay en su ser una especie de duende metiche, que disfruta de escuchar los problemas de los demás.
Una mañana de febrero, Mardones escuchó una discusión en la mesa de al lado. Resulta ser que dos señores de cuarenta y tanto hablaban sobre una nota que salió en el diario. El tema, del cual intercambiaban opiniones era una entrevista a un argentino que ganó el Super Bowl, que es la final de la liga de fútbol americano en Estados Unidos.
Mardones oyó atento el debate, que era bien argentino. Era la típica discusión de café, en la que dos personas, que no tienen mucha idea del tema, tiran argumentos con certeza de catedrático. “Se llama fútbol pero no tiene nada que ver”, afirmó uno; “Es algo muy de los yanquis, es muy comercial” dijo el otro. Manuel, no se quedó para ver quien asestaba el mejor golpe expositivo, apuró su expreso y se fue raudamente a su casa para ver cómo era esto del fútbol americano.
La primera cuestión fue dilucidar fue el porqué del singular nombre de la final. La traducción literal de "Super Bowl" es súper tazón. La utilización de la denominación tazón a los encuentros definitorios viene del fútbol americano universitario y tiene que ver con que la mayoría de los estadios en los que se juega tienen esa forma redondeada que poseen los contenedores que se utilizan para depositar la clásica comida chatarra norteamericana.
El origen de la disciplina se remonta a finales del siglo XIX y surge como una deformación del rugby. Posee más contacto físico y menos continuidad en el juego. Con el fútbol que se práctica por estas tierras, solo tiene en común el nombre, aunque tampoco tanto, porque el origen de la denominación es distinto. Mientras que el fútbol inglés se llama así porque se juega con los pies, en el caso del estadounidense, se debe a que el balón mide un pie de largo. Además, en las tierras del Tio Sam, al deporte se lo conoce como Football a secas, el “americano” se lo agregó el resto del mundo.
El trámite del juego es muy distinto a la mayoría de los deportes que se practican en este rincón del mundo. La frase hecha de los DT del fútbol, que dice que atacan todos y defienden todos, no aplica para nada en el americano. Allí, hay un grupo de jugadores que compone la escuadra defensiva y otro la ofensiva. Además, existen los “equipos especiales”, que son los que ingresan en los momentos en los que hay que patear el balón.
Como en la mayoría de las disciplinas, gana el que hace más puntos. Para conseguirlos, la herramienta principal es el touchdown (vale seis unidades), que se logra cuando un jugador atraviesa la meta rival con el balón dominado (ya sea corriendo o recibiendo un pase). A diferencia del rugby, no hay hace falta apoyar el balón contra el suelo. Otra distinción respecto de lo que pasa en el deporte de Webb Ellis es que en el Football se permite contactar al rival aunque no tenga la pelota.
Para conseguir el touchdown, el equipo que ataca debe avanzar de a 10 yardas (una equivale a 0,91 metros y el terreno de juego tiene 100 yardas) en, como máximo, cuatro oportunidades. El balón puede trasladarse a través del aire o la tierra. El juego no es continuo, sino que es jugada a jugada y el tiempo se detiene constantemente.
El juego tiene mucho de táctica y estrategia, con un alto grado de violencia. Con tanta cuestión militar, no sorprende que el papel principal lo tenga el mariscal de campo, que es el que hace los pases y se posiciona detrás de la línea de golpeo (la hilera de jugadores excedidos de peso que uno v chocar todo el tiempo).
Quién ocupa esta posición es muy fácil de ubicar. Cualquiera que haya visto películas sobre adolecentes estadounidenses, recordará que siempre hay un chico muy agraciado, generalmente rubio, que es uno de los protagonistas principales. Siempre es presentado como un líder -a veces positivo, a veces negativo- y está rodeado de sus compañeros de equipo que lo siguen a todos lados y de las chicas más populares. Ese es el mariscal de campo. Es uno de los chliché más comunes en la industria cinematográfica de aquellos lados.
En fútbol americano en sí, es un gran cliché del "estilo de vida americana" que tanto se ha diseminado por el mundo. El machismo y el nacionalismo se exacerban hasta el hartazgo; la falta de rudeza es castigada como cobardía; el éxito lo es todo y no se admite la derrota; los métodos, si llevan a un triunfo, no son cuestionados; los cuerpos, cual objetos, son llevados al límite de sus posibilidades y si se rompen, se reemplazan. Todo eso es empaquetado con un envoltorio que lo maquilla y lo hace comercializable. El packaging es tan efectivo que disfraza al producto y lo hace ver como un representativo de valores como la responsabilidad, el sacrificio y la grandeza.
Sus grandes figuras sirven como modelos ejemplares de lo que debe ser un norteamericano para ser exitoso. El producto hace que millones de padres vean en él una salida económica no sólo para sus hijos, sino también para ellos mismos. Si alguno de sus superhombres cede ante la presión que ejerce la maquinaria y se sale del camino correcto (consumo de drogas “sociales”, dopaje, violencia en todas sus formas, etc), está intentará ocultar el error y mantenerlo dentro de la rueda.
Esto, siempre y cuando siga siendo rentable o la situación sea inocultable. Si ya nada se puede hacer, el elemento será duramente castigado y condenado al ostracismo. Los problemas serán solo suyos y nunca del sistema que los utiliza.
“Distintos pero no tanto”, se dijo Mardones cuando llegó a este punto. Si bien el fútbol argentino y el americano están muy lejos de ser iguales en la manera en la que se juegan, es notable ver las similitudes que tienen en otros aspectos. Eso sí, la ingeniería norteamericana a la hora de vender productos está un paso adelante, porque hay que tener ingenio para que un evento que tiene un nombre tan banal como “Súper Tazón” paralice a todo un país.
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Anteriores entregas
I – Las tribulaciones de Mardones
II – Mundo ovalado
III – Boxeando con Cortázar
IV – Morder el polvo
VI - Escribir sus propias reglas.
VII - Una chantada
VII - El deporte nacional
*Periodista