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Deportes - Literatura

04-04-2020

El extraño deporte de las escobas

Por Agustín Hurtado

Decimotercera entrega de las historias y pensamientos de Manuel Ernesto Mardones.

 

Una tarde de verano, calurosa y húmeda, de esas con ambiente ensopado, Mardones estaba internado en su casa, con todas las persianas bajas y las luces apagadas. Fiel a su costumbre, eligió quedarse adentro, mientras Mía no dudo ni un segundo en partir hacia la pileta.

 

Para pasar el tiempo, se puso a escuchar algo de música y allí apareció la voz de Charly García interpretando No voy en tren. Esa canción en la que el intérprete insiste en distanciarse del resto, gritando a viva voz que no necesita a nadie alrededor y que a Mardones siempre le sirvió de banda de sonido para sus veranos. Mientras todos esperan que llegue la segunda quincena de diciembre para disfrutar del aire libre y encontrarse en piletas, parques y plazas, Manuel Ernesto empieza a poner cara de pocos amigos. Detesta el calor y todo lo que implica el verano. Por eso elige quedarse adentro y al oscuro, donde ni las altas temperaturas ni el sol lo incomoden.

 

Esa misma tarde, al prender la televisión, dio con algo que desconocía. En una de las cadenas televisivas se encontró con que estaban jugando a algo que no le parecía un deporte. Un tipo hacía deslizar una especie de piedra pulida sobre una superficie helada, mientras otros dos le allanaban el camino barriendo con dos escobas de una manera frenética, para que está pudiera llegar a una especie de blanco en el que había otras de estas rocas. En ese instante, el tipo no pudo con su curiosidad y decidió que averiguar de qué se trataba esta extraña disciplina iba a servir para superar esa siesta aletargada.     

Lo que Mardones vio en la televisión se llama curling y es uno de los deportes que integran la nómina de los Juegos Olímpicos de Invierno (menos famosos que los de verano, conocidos por la gran mayoría de los habitantes del mundo). Su origen data de la edad media y en Escocia se encontraron las primeras referencias de gente practicándolo. 

 

En cuanto a las reglas básicas, es un pariente muy lejano de las bochas, sobre todo por su objetivo. La meta es arrimar la mayor cantidad de piedras a un centro determinado, pintado en la superficie, que hace las veces de bochín.

Tradicionalmente se enfrentan dos equipos de 4 jugadores que compiten entre sí en una misma pista, debiendo lanzar 8 piedras de granito (de alrededor de 19 kilos) por ronda. El objetivo es dejar las piedras lo más cerca posible de ese centro pintado al estilo blanco de tiro, que está en el otro lado de la cancha.

Para ello los jugadores no sólo utilizan su habilidad en el lanzamiento, sino que después de lanzar se ayudan de una especie de escobas cuyo barrido modifica la trayectoria de las piedras.

 

El barrido es una parte fundamental del curling. Sirve para aumentar o disminuir el rozamiento de la piedra con el hielo, de forma que ésta avance más o menos, y puede influir tanto en su direccionamiento como en su posición final. El accionar de estos "limpiadores compulsivos" es lo más llamativo del juego.

 

Al curling se juego por "entradas" o "ends" en inglés. La misma se completa cuando cada jugador de cada uno de los equipo haya lanzado dos piedras, lo que hace a un total de 16 piedras por end. Al final de cada entrada, el conjunto que tenga la piedra más cercana al centro, recibe un punto. Además, recibirá una unidad más por cada piedra que esté más cerca del centro que todas las piedras del otro equipo. Al igual que en las bochas, se puede golpear las piedras rivales para sacarlas del centro (lo que sería una especie de chantada). Un partido consta de 10 entradas y al igual que la actividad bochofila, cada vez que termina un end, los jugadores se trasladan al lado contrario de la cancha y lanzan hacia el otro.

 

El lanzamiento de la piedra también es muy entretenido, ya que el jugador debe deslizarse por la superficie, manteniendo el equilibrio y sin perder de vista la piedra. Debe soltarla en el momento justo, si quiere encontrar precisión.

Justo en esa experimentación se encontraba Mardones, cuando Mía abrió la puerta del departamento, reposera en mano, y lo sorprendió en pleno lanzamiento. Los ojos desorbitados de su novia no podían entender la extraña situación que se presentaba en su living. Los muebles estaban "ordenados" de manera tal que se formaba un pasillo de una punta a la otra, el escobillón y una escoba vieja custodiaban la figura de su novio, que yacía en el suelo patas para arriba -y un poco abochornado- sosteniendo el suvenir que su madre le había traído de uno de sus viajes por el mundo. El objeto era una piedra sagrada de los habitantes de la Isla de Pascua, medio redondeada, con la forma ideal para deslizarse por el recién pulido piso de madera.

 

Te pueden interesar: Las anteriores entregas

I - Las tribulaciones de Mardones

II - Mundo ovalado

III - Boxeando con Cortázar

IV - Morder el polvo

V - Filípides lo puso de moda

VI - Escribir sus propias reglas

VII - Una chantada

VIII - El deporte nacional

IX - Football o fútbol

X - Juegos y juguetes

XI - El Sueño Americano

XII: Un agujero en la tierra.

 

*Periodista