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Deportes - Literatura

20-07-2020

El camino de la gentileza

Por Agustín Hurtado

Una nueva entrega de las historias y pensamientos de Mardones. En esta oportunidad, su visión sobre el judo.

Mardones es un tipo bastante estructurado. Hace gala de su puntualidad y organiza cada aspecto de su vida calculando todo al milímetro. En su celular tiene varias aplicaciones de notas para recordar que le toca hacer en cada momento. El calendario está repleto de tareas para las cuales ningún mortal necesitaría que le avisen. Por ejemplo, aparece un mensaje que dice: “Hoy leer en el Andino” y a Manuel no le importa que el clima no sea el ideal, él muy porfiado se va igual a matarse de frio.

 

Detesta cuando un factor externo desestabiliza sus planes. Que alguien llegue tarde o le cancele una actividad sobre la hora es casi fatal. Los clásicos WhatsApp que dicen “Me voy a demorar” o “Se me complicó” pueden hacer variar su humor de una manera drástica.

 

Un día, una amiga le avisó cinco minutos antes de que no podía ir a tomar una cerveza a su casa. Mardones le respondió sin mucha cortesía y con un sticker que contenía un insulto clásico. Inés, que no era de hacerse mucho problema por las rabietas de su amigo, le señaló que debería relajarse un poco más. “Tenés que hacer como los que hacen Judo”, remató en el siguiente WhatsApp. Mardones no supo que contestar, pero como le gusta quedarse con la última palabra en las discusiones, se fue a investigar que le había querido decir su interlocutora.

 

Manuel descubrió que una de las traducciones posibles de la palabra Judo -de origen japonés- es camino de la gentileza. La disciplina fue creada por Jigoro Kano a finales del siglo XIX. Kyuso Mifune se encargó de desarrollarla. Es el resultado de la fusión de técnicas de combate medieval que se practicaban en la isla del este asiático.

 

No se trata solamente de una cuestión física, sino que está rodeado de aspectos psíquicos y espirituales. Está guiado por el principio de la no resistencia. Un Judoca debe sumarse a la fuerza de su oponente y utilizarla a su favor. Si uno ofrece resistencia hay más posibilidades de perder el equilibrio o lesionarse. En cambio, hay que dejarse llevar y aprovechar lo que ofrece el rival.

Llevado a la vida común y corriente, el principio de la no resistencia refiera a no confrontar de manera negativa las complicaciones que se presentan, sino a aprovecharlas. Si uno intenta mantener la estructura sin tomar en cuenta lo que venga desde el exterior es probable que está se caiga y se desordene. Por el contrario, si está preparada para adaptarse, no sólo no se caerá, sino que podrá convertir las amenazas en oportunidades.

 

Sin dejar de lado sus aspectos ancestrales, el judo fue amoldando sus técnicas y reglas para convertirse en un deporte popular. En 1964 accedió al cronograma Olímpico. El hecho de que los Juegos se hicieran ese año en Tokio, contribuyó a su inclusión. De todas maneras, tiene el orgullo de ser una de las pocas disciplinas de origen “no occidental” que integra el programa.

El judo tiene como objetivo derribar al oponente usando su propia fuerza. En las competencias se puede vencer de cuatro formas: la primera es derribando al otro sobre su espalda (tachi waza) provocando un ippon directo. Cuando no cae de esta manera, el combate puede continuar en lo que se conoce como trabajo de suelo (newaza). Allí, se aplican estrangulamientos, torsiones a la articulación del codo (luxaciones), o inmovilizaciones, que consisten en mantener controlado al oponente en el suelo con la espalda pegada al tatami (área de pelea). También puede ganarse un combate siendo cuando descalifican al otro por acciones antirreglamentarias.

 

El Ippon es el punto completo y permite ganar el combate. Se consigue haciendo que el rival caiga sobre la totalidad de su espalda. También se puede lograr si se lo inmoviliza durante 20 segundos.

Al medio punto se lo conoce como Waza-ari. Se consigue cuando se tumba al adversario, pero sin que llegue a caer completamente de espaldas. Dos Waza-ari equivalen al Ippon y con esto se gana el combate.

Finalmente, se encuentra el Yuko que equivale a un cuarto de punto. Se obtiene cuando el oponente cae de costado. Dos Yuko equivalen a un Waza-ari.

 

También existen penalidades que le otorgan puntos al rival. Tienen que ver con acciones desleales (defensivas u ofensivas) o errores técnicos a la hora de realizar las tomas. El Hansoku-Make es una acción que equivale por sí sola la descalificación del judoca. El Shido supone una penalización, cuando la falta cometida es leve. Los Shidos son acumulativos, y van dando al contrario la puntuación equivalente en la escala. El primero es solo un aviso, el segundo (chui) cuenta como un Yuko al oponente, el tercero (keikoku) un Waza-Ari. Cuando el competidor llega al cuarto se convierte en Hansoku-Make.

 

Si nadie consigue un Ippon en los cuatro minutos que dura el combate y hay una igualdad en puntos, se disputa una prórroga de tres minutos. La modalidad del alargue es como el gol de oro en el fútbol, se define ante la primera diferencia (no hace falta que sea por Ippon).

Entre tanto término japonés, Mardones no se dio cuenta del paso del tiempo. La investigación sobre el judo le llevó bastante más horas que lo que le iba a destinar al encuentro con su amiga. En algún punto le hizo caso. No se resistió a la curiosidad, se dejó llevar por el camino de la gentileza y pudo dejar -al menos por un rato- su tan apreciada estructura. 

 

Anteriores entregas:

I - Las tribulaciones de Mardones

II - Mundo ovalado

III - Boxeando con Cortázar

IV - Morder el polvo

V - Filípides lo puso de moda

VI - Escribir sus propias reglas

VII - Una chantada

VIII - El deporte nacional

IX - Football o fútbol

X - Juegos y juguetes

XI - El Sueño Americano

XII: Un agujero en la tierra

XIII: El extraño deporte de las escobas

XIV: El gran simulacro

XV: Pelota, paredón y después

XVI: El handball es uruguayo, "gurí"

XVII: Cuestión de estilos

XVIII: Salto con escoba

XIX: Del "tontódromo" al hipódromo

XX: Enredado

XXI: Gladiadores

XXII: Iguales pero distintos

 

*Por Agustín Hurtado - Periodista